[Tercera temporada de Ecos de amor]
Como el viento.
Lenta pero inexorablemente se va borrando recuerdos de sus vidas, poco a poco se hicieron neblina. El vendaval de las horas arrasó desde el tiempo cruel a la lucha contra sus demonios, despojó sus...
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Ya lista estaba inclinada sobre el balcón de la suite, desde aquí tenía una de las mejores vistas de toda mi vida, podía observar la torre Eiffel, el atardecer pintado de rosa y naranja, la primera leve nevada y como la ciudad se pintaba de blanco.
—Fabrizzio te echará una mano, cariño. Le toca cantar en tu tiempo, puedes sentirte menos nerviosa. Además escuché a Mackenzie ordenarle que te ayudara si te notaba incómoda. —rió suave a mis espaldas mamá, suspirando me giré tocando el collar que la abuela me había regalado.
—¿No has visto a Luis Rodolfo, mamá? —le pregunté bajito mirándola. Se había ido enojado conmigo.
—No, lo vi salir de aquí y llevaba una cara mortal, Mackenzie y yo apostamos a que pelearon. Demonios tendré que pagarle cien euros... Bueno, eh no, desde ahí no lo veo. ¿Por? —negué con una mueca sentándome en la cama, el endemoniado vestido ajustaba mi cuerpo de una manera que no creía poder seguir respirando en poco tiempo.
—Se fue enojado conmigo, ¿Puedes creer que tuvo el descaro de decirme lo que debía hacer? No dejaré de hablarle a Nate porque él lo diga, no es mi dueño. Y modelaré porque lo he hecho desde niña con los vestidos de la abuela, tenía años sin hacerlo y quiero hacerlo. —mordí mi labio, ansiosa.
La vi sentarse frente a mi y tomar mi mano: —Está bien que hagas eso cariño, y está bien que hagas lo que desees, es tu cuerpo, no el de nadie más. Pero quiero queme contestes algo, ¿Sientes algo por Luis Rodolfo? —rodé los ojos y ella me dió un pellizco, odiaba que le rodaramos los ojos.
—Somos amigos... —me cortó mirándome mal.
—Ya, dejen de mentir. Se engañan solamente ustedes, a nosotros no. Cuando Luis Rodolfo y tu están juntos una energía increíble llena la habitación, el aire se siente pesado de alguna manera y la tensión puede tocarse. —suspiré —Así que te repito la pregunta y esta vez me la respondes con la verdad; ¿Sientes algo por Luis Rodolfo?
—Lo amo. Y no he dejado de hacerlo nunca, ¡Y es no sé porque me escondo, porqué huyo! Es un sentimiento que me abruma, deseo estar con él, pero tengo miedo de que me dañe mamá... De entregarle todo está vez y que lo destruya, yo no lo soportaría, no podría. —miré al techo, cerrando los ojos.
Sentí su mano acariciar mi mejilla: —Ya no lo hagas, de nada sirve huir. Porque cuando dos personas se aman realmente no existe nada humanamente posible capaz de separarlos, no hay paredes ni barreras. De alguna manera, por más que trates de encerrar ese amor, saldrá como un eco retumbante que romperá todas las vallas y cercas. Y mira que te lo digo yo por experiencia propia, amor.
»Cuando yo me enamoré de tu padre me encargué de ocultarlo, y fue inútil pues no podemos tapar el sol con un dedo, ¿O si? —negué —Era una chiquilla más joven que tú, y con a penas diecisiete años mandaba en el viñedo, él mi capataz y yo su patrona. Lo amaba con una fiereza tan grande que me destruía cuando la escondía, el amor es destructivo si lo oprimes. Me volvía loca de celos, me desquiciaba no poder marcar mi territorio, quería decirle que lo amaba pero estaba tan cegada y temerosa que no lo hice, y cuando lo hice fue muy tarde. —ella soltó un suspiro lastimado —Ambos cometimos errores, él la cagó innumerables veces, y yo huía, ahora míranos. De nada sirvió huir, pues aquí estamos juntos, luchando contra tempestades y vendavales, felices casados y con dos increíbles hijas. Por eso te digo cariño, el amor siempre te atrapa y no te deja salir.