[Tercera temporada de Ecos de amor]
Como el viento.
Lenta pero inexorablemente se va borrando recuerdos de sus vidas, poco a poco se hicieron neblina. El vendaval de las horas arrasó desde el tiempo cruel a la lucha contra sus demonios, despojó sus...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Jadeando me tiré sobre el césped.
Había muerto.
Creo.
No sé.
—Bueno, amor. —escuché la malvada voz del diablo y causante de mi estado, mi padre. —Espero que hayas tomado esto como una lección de vida y que les quede claro que es imposible que se escapen y que yo no me entere. —él me guiñó un ojo y riendo entró a la casa.
Todo mi bello cuerpecito dolía.
Nunca pensé en las condiciones en las que trabajaban esas personas, caray, yo con un día no quería tener nada que ver con ese viñedo.
¿Cómo demonios hacía mamá para llevar esto sola?
Todas mis uñas de partieron. ¡Duraron meses para crecer! Mi cabello estaba maltratado por usar ese feo sombrero de paja. Mi piel se había quemado, mi cara ardía. Mis manos estaban cortadas rasguñadas. ¡Y parecía una indigente solo usando unas bragas (conjunto entero vaquero) que por cierto era más grande que yo, unas botas vaqueras que olían a nalga y una franela blanca de algodón!
Esto de trabajar duro no era lo mío.
Me conseguiría un viejito millonario a punto de morir.
Basta de escuchar a Lana del Rey, Mackenzie.
Enojada porque interrumpieron mi conversación conmigo misma alcé la mirada quitando el sombrero de mi cara.
No me jodas, ¿Diosito que hice mal en mi otra vida como para que me castigues así? ¿Por qué no soy un conejo?
Fabrizzio Ferrara me miraba desde arriba con una mirada preocupada y burlona a la vez en su rostro. Se veía tremendamente hermoso con esos vaqueros negros, una camisa blanca y un chaleco. Me fijé que unos hombres venían con él. Claro, guardaespaldas cuidando a la estrella de rock.
—Mackenzie, ¿Qué haces ahí? ¿Estás bien? —suspirando me levanté de la comodidad del piso, sintiendo todos mis huesos tronar.
—Las preguntas debería hacerlas yo, ¿No crees? ¿Qué haces tú en mi casa? —pregunté de mala gana. Fabrizzio estaba atento a todos mis movimientos, que vergüenza que me vea vestida así y en este estado.
O sea, digo, es normal sentir vergüenza al tener frente a ti a una estrella de rock y que estés como una loca. ¿Verdad?
—Visito a Maximiliano y a Alessandra cuando estoy de gira por acá en España. —explicó. Asentí comprendiendo.
—El monstru... Digo, papá, está adentro. Pasa. —señalé educadamente, solo quería que se largara de mi vista y poder echarme en el piso a pensar cómo sería mi vida si tuviera un sugar daddy.
Él me miró: —¿Segura que estás bien? Tú pálida piel está muy roja y se nota bastante quemada.
¿Eso era preocupación lo que escuché en su tono de voz?