Capítulo 40

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El oleaje iba y venía, el astro rey en su máximo esplendor, la humedad podía sentirse, la calidez y la alegría

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El oleaje iba y venía, el astro rey en su máximo esplendor, la humedad podía sentirse, la calidez y la alegría. En Punta Cana, República dominicana se llevaba a cabo la boda más esperada del momento.

La de una estrella de rock y una chef famosa.

Los decoradores iban de un lado a otro, llevando flores, barriles, copas, los músicos, el cura. Pues la señorita quería que todo estuviera perfecto. Los invitados llegaban y se hospedaban, fotógrafos de todo el mundo, prensa y periodistas se escondían para poder tener un poco de aquél mágico momento.

La familia Bianchi D'angelo estaba reunida, los cantantes de Storm se ajustaban sus corbatas al tiempo que soltaban un bufido, cantantes de rock como muñecos de pastel, icónico.

Luis Rodolfo terminaba de anudar la corbata azul de su mejor amigo, y casi hermano, Fabrizzio.

—Estoy muy feliz por ti, cabrón suertudo. —palmeó el castaño su espalda. El rubio asintió con una deslumbrante sonrisa.

—Gracias, viejo. Me siento tan pleno, una familia... Mackenzie me dió la familia que yo nunca tuve, me dió amor, calidez, apoyo, felicidad, me dió todo, Luis. —suspiró como un tonto enamorado, enamorado hasta las metras de una diablesa sexy de cabellos rojos como el fuego y unos ojos azules tan profundos como el mar que miraba.

Sintiéndose dichoso, Luis murmuró: —Te entiendo, me siento igual. Es esa plenitud que uno nunca se imaginó llegar a tener en su vida. Te considero mi hermano, cabrón, tú y yo vivimos situaciones parecidas a la merced de crueles personas y de repente aparecieron esos ángeles hermosos...

—Joder... Te juro que en mi vida me había imaginado que alguien nos salvaría, ¿Quién querría a unos pobres diablos?  —ambos se miraron y sonrieron, plenos.

—Ellas nos acobijaron en sus alas y nos salvaron.

Al tiempo que ellos miraban por las ventanas del hotel una persona ingresaba a la habitación cargando a un pequeño pelirrojo inquieto vestido de traje blanco en brazos: —Y ahora mira, pequeño Noah, estos dos estúpidos cayeron como dos tontos en las garras de mis niñas. Se volvieron unos maricones cursis babeando por faldas.

Ambos amigos se giraron y rieron viendo a su suegro Maximiliano. Portando un traje de etiqueta gris.

—Venga, Max, ¿Tú hablando de babear por faldas? Tú caíste primero, viejo. —todos en la habitación rieron, incluido el pequeño Noah que no sabía de qué se reía.

—Si, bueno... Esas mujeres son hechizantes. —dijo simple el hombre de barba blanca y cabellos llenos de canas, sus ojos azules rodeados por unas arrugas y su semblante serio y cansado.

—Unas sirenas.

—¿Si-sirena? —preguntó bajito el pequeño pelirrojo mirando a su padre. Quién con una sonrisa de orgullo y muchísimo amor se lo quitó al abuelo de brazos, tomándolo él y abrazándolo, embriagado por el aroma a bebé.

El VendavalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora