[Tercera temporada de Ecos de amor]
Como el viento.
Lenta pero inexorablemente se va borrando recuerdos de sus vidas, poco a poco se hicieron neblina. El vendaval de las horas arrasó desde el tiempo cruel a la lucha contra sus demonios, despojó sus...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
—Ya puedes soltarme, joder. —murmuré entre dientes cuando llegamos al puesto de helados.
—Te invito un helado. —lo miré con cara de '¿Me estás jodiendo?'
—No gracias, no quiero nada que venga de ti. —le dije al tiempo que él me dejaba en el piso. Acomodé mi ropa y tiré los tacones en la camioneta a nuestro lado.
Me negaba a mirarlo más de la cuenta. Fabrizzio era parte de mi pasado, un pasado que me hizo muchísimo daño, un pasado que me destruyó, un pasado que me hizo lo que soy hoy en día.
—Mackie... —murmuró él buscando mi mirada desesperadamente. Suspiré e hice una sonrisa de lo más hipócrita.
—Mackenzie, Mackenzie Bianchi para ti. Escucha, hagamos de cuenta que yo no te conozco ni que tú me conoces a mi. —sonreí mostrando mis dientes. Atreviéndome a mirarlo a la cara me fijé en la mueca marcada que tenía.
—Fuiste mi primera vez en todo. No puedo olvidarte. —no me gustó para nada el tono que utilizó, era un tono ¿Meloso? ¿Oscuro? No sé exactamente con que intenciones lo dijo.
—Sí, bueno. Entonces lidia con eso. Tú jodiste las cosas, yo no. Y ahora, sinceramente no te quiero en mi vida. Así que vete a la mierda y quédate con tu fama, tu dinero y tus putas. —la sonrisa falsa no había desaparecido de mi rostro y las mejillas comenzaban a dolerme.
—Me alimentaron con mentiras, pensaron que me las creería. —me di la vuelta mirándolo ya que estaba dispuesta a irme.
—¿Qué demonios? —pregunté como la mal hablada que era.
—Todos hablan mal de mi a mis espaldas hasta que vuelvo a la habitación. Sé cómo es este mundo. Te necesito, Mackenzie. —reí. Sí, reí a carcajadas.
—A ver, bonito, voy a decirte cómo es. No me importa una mierda como te sientes, no soy tu madre, no soy tu padre. No me importa si estas triste. Podrías pasar todo el día llorando en tu habitación, no me siento mal. Veo a través de tu disfraz, no conseguirás una mierda. —murmuré fríamente antes de subir a la camioneta y dejarlo ahí plantado, puse el seguro, puse música y subí los vidrios. Me negué a mirarlo.
Vi como tocaron los vidrios así que giré, me encontré con Francisco y a Danko fuera, abrí la puerta y él depósito a la bestia en el asiento del copiloto, cerró la puerta y luego subió el atrás.
Me gustó que no preguntara nada, que fuera discreto. Ni siquiera peleé con la bestia de pelos. Solamente conducí.