Capítulo 34

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Me lancé de mi carruaje, cayendo sobre los brazos de Luis Rodolfo, quién me tomó en el aire como a una princesa, solté una risita

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Me lancé de mi carruaje, cayendo sobre los brazos de Luis Rodolfo, quién me tomó en el aire como a una princesa, solté una risita.

—¡Te tengo! —reí más fuerte, con cuidado me bajé de sus brazos y acomodé mi blanco vestido.

—Gracias, gracias, mi caballero de brillante armadura. —hice una reverencia hacia él, Luis se carcajeó y me pasó una copa de vino.

—No hay de qué, princesa. —me guiñó un ojo. Sonreí negando mientras tomaba de la copa.

—¡Estoy tan feliz, Luis! ¡¿Viste lo que logramos?! —hice un pasito de baile de caderas, feliz.

Estaba tan, pero tan feliz, me sentía de nuevo como una niña la cual se escondía en plena vendimia para tomar vino a escondidas de sus padres con su hermana, su mejor amigo y Fabri. El pueblo estaba feliz y colorido, habían personas importantes, dueños de haciendas productoras, dueños de empresas, unos socios, amigos, muchos turistas, era increíble.

Todos vestíamos de blanco por tradición, las mujeres con largos y cortos vestidos, ajustados holgados, de todo, los hombres también vestían de blanco. Se veía todo tan lindo, el pueblo estaba decorado coloridamente y unas quince barricas estaban siendo bendecidas en la plaza, había música alegre, personas del pueblo hicieron stands de comida, de adornos, de recuerdos, ¡Y se estaban vendiendo como pan caliente! Yo por ejemplo, perdí la cuenta de cuánto he comprado.

—Esto es tu mérito, Madison, tú lo hiciste, yo solo te eché una mano. —me carcajeé ante su perverso tono, entendiendo el doble sentido.

—¡Ay, que tarado que eres, Luis! —miré viendo que todos se dirigían a la plaza, la bendición de frutos. —¡Vamos, vamos, vamos! —grité emocionada cuando los mariachis dejaron de tocar. Dejé la copa sobre un barril.

Entrelazamos nuestras manos y salimos corriendo como dos niños hacia las barricas, este año bailaría hasta que me dolieran los pies.

—La vid es una planta muy caprichosa, así como nosotras las mujeres, pero si la saben mimar  pueden transformarla en un vino exquisito. —sonreí ante las palabras de mamá, papá a su lado abrazaba su cintura y juntos le hablan a las personas. Él padre del pueblo terminó la bendición y una música que me encantó empezó a sonar, Cuando me enamoro de Juan Luis Guerra y Enrique Iglesias.

—¡Y este año la persona que llevó la empresa adelante y la puso en el top de las mejores del mundo abre el baile! ¡Madison, amor haznos el honor de pasar adelante y bailar! —miré a Luis quién me dio una sonrisa de orgullo, me quité las zapatillas y subí con ayuda de él a la barrica, tomé las cuerdas y comencé a danzar al sonido de la canción.

Las mujeres de la hacienda, mamá y Mackenzie subieron conmigo y luego las otras barricas fueron llenadas por turistas, y empleados, tiempo después él padre dió la orden de que cada hombre subiera con cada mujer del pueblo.

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