Capítulo 37

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Verla sobre esa pasarela activó todos mis sentidos, mis palmas sudaron y mi pulso tembló

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Verla sobre esa pasarela activó todos mis sentidos, mis palmas sudaron y mi pulso tembló. Para cuándo me fijé, su reflejo a través de mis lentes había taladrado cada muralla.

Ya no había nada que me tomara, ya ella lo había hecho, me tenía en sus manos. Tenía mi corazón en sus manos, y yo solo esperaba que no lo apretara y lo volviera añicos.

¿Y es que cómo no perder la puta razón por ella? Era una jodida diosa, la más hermosa, la más inteligente, la más fuerte.

Y es que no era solo su físico lo que me tenía tan cautivado, era su manera de ser, de pensar, de actuar. Era tan niña y tan mujer, amaba cuando hacía un puchero cuando estaba triste, como alzaba su ceja cuando estaba enojada, como mordía su labio cuando se concentraba y también amaba como sonreía estando feliz. Admiraba su valentía, no tenía miedo de tomar decisiones, se lanzaba y arriesgaba todo, siempre tenía un as bajo la manga en los negocios, se codeaba entre los grandes, no tenía miedo de enfrentarse contra cualquier macho y mandarlos a la mierda, no era débil, era bastante fuerte.

Eso de alguna manera me lanzó al abismo de sus profundidades, me encontré admirando su valentía y su fiereza, me había enseñado que la vida consiste en arriesgarse en lanzarse, tomar las riendas, no acobardarse.

Por eso, mirándola frente a mi con ese diminuto conjunto de lencería me contuve de irme sobre ella y devorarla a besos, me tentaba pero sabía que Madison se merecía más, pues no era la típica mujer de usar y tirar, ella es de relaciones.

Y como el jodido infierno que estaba más que dispuesto a formar una relación.

—¿Qué demonios haces aquí, Luis Rodolfo? —preguntó cruzándose de brazos y mi mente batalló realmente contra mis ojos para no desviar la mirada a ese punto que me llamaba.

—Vine a pedirte una disculpa, Madison. —me sinceré extendiendo las flores hacia ella, que me miró dudosa pero las aceptó. Vi embelesado cómo se llevó disimuladamente una de ellas a la nariz y la olió. Esa imagen quedó marcada en mi cabeza de manera permanente. —Me comporté como un cavernícola, no quise prohibirte cosas, simplemente me cegué de celos y metí la pata.

—No pienso hacer lo que tú digas, Luis. Ni ahora ni nunca, no eres mi dueño, en mi cuerpo y en mis amistades mando yo. Nadie puede decirme que hacer, no lo hace mi madre y tampoco lo harás tú. Por muy celoso que estés. —pasé una mano por mi cabello, a esto me refería.

—Y yo no pienso hacerlo más, comprendeme Madison. Yo nunca había actuado así, tan primitivo, pero tú... Haces que enloquezca, que pierda la razón. —ella suspiró y dejó el ramo en un florero aislado del lavado.

—No te entiendo, me acercas y luego me alejas con tus reacciones. Me preocupé por ti, te fuiste furioso y no sabía en dónde estabas, pude respirar tranquilamente cuando te vi ahí sentado. Yo... —lentamente me acerqué a ella. Midiendo sus reacciones tomé su rostro con delicadeza entre mis manos e hice que nos miráramos a los ojos.

El VendavalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora