Capítulo 21

416 39 12
                                        

No existe nada peor que cuando ni tú mismo sabes lo que te sucede

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

No existe nada peor que cuando ni tú mismo sabes lo que te sucede. Es ese punto de la vida al cual todos llegamos, algunos llegan jóvenes y otros muy adultos, he conocido incluso a ancianos que han tocado este punto, es ese punto de abismo en el cual nos encontramos mirando desde la baranda al vacío, pensando si saltas, si caes, si te hundes o simplemente te quedas ahí. En la baranda, decidiendo si tirarte al vacío o si das tres pasos atrás y te alejas de ahí.

En este punto de mi vida yo no sabía qué hacer, le llamaba crisis existencial al hecho de no saber qué demonios hacer con mi vida. Pero los hechos son tan sólo puntos de vista, y los puntos de vista pueden cambiar, ¿Verdad?

¿Acaso era normal sentirse tan sola estando tan rodeada de gente? Los miraba, algunos perdidos en la tecnología, otros ambiososos de dinero, algunos profesando Fe, otros negándola. Podía observar que todos tenían batallas internas, y entonces, ya no me sentía tan mal. Podía observar a la chica gordita al final de la junta escondida y silenciosa, podía apostar mi vida a que toda su secundaria fue así, y me atrevería a decir que incluso su tiempo universitario, la conocía, Nanette Jones acompañaba a su padre dueño del viñedo Los Ángeles socio de la empresa.

Al otro lado de la mesa observaba a Dafne Rivas una preciosa rubia. Las conocía a ambas, podía ver el odio en sus miradas, ninguna de las dos sabían lo que yo, Dafne luchaba por ganar peso y Nanette por perderlo.

¿Qué irónica se torna la vida, no?

Todo era así, algunas chicas querían el cabello rizado, otras lo querían liso, pero habían otras que simplemente deseaban tener cabello, sin importar cual sea.

Entonces yo me sentía estúpida. Habían personas con peores problemas que yo, en esta sala de juntas podía ver problemas como la bullimia, la anorexia, la ansiedad, adictos, alcohólicos, y luego estaba yo, sumergida en un pozo de depresión.

Desde pequeña había sido buena leyendo a las personas, mamá me lo había enseñado, podía leer a las personas muy fácilmente.

Excepto a él.

Sacudiendo mi cabeza presté atención a la reunión que Luis daba. A mi lado estaba nada más y nada menos que Ornella Valderrama, su prometida.

No podía entender cómo hacia eso, ¿No le pesaba la consciencia? Había traicionado a quien juraba amar. Recordaba que era tan culpable como él, pues yo en mi estado de ebriedad me le lancé, pero él me recibió cuando bien pudo alejarme. Era tan mi culpa como suya.

No podía evitar mirar como sus grandes y gruesos labios se movían, casi podía sentirlos contra los míos de nuevo, besándome con pasión con fervor, con necesidad. Eran como un trozo de hielo que el el aire caliente de derretían. Una magnífica pasión irremediable nos había envuelto anoche, sus manos en mi cuerpo, sus labios contra mi cuello...

Sin poder soportarlo más simplemente me levanté y salí de la sala de juntas. Él había dejado de hablar y todos los presentes me miraban, no me importó. La puerta de mi oficina se cerró sola cuando entré, me senté el la silla de mi escritorio y la giré. Viendo por los grandes ventanales.

El VendavalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora