[Tercera temporada de Ecos de amor]
Como el viento.
Lenta pero inexorablemente se va borrando recuerdos de sus vidas, poco a poco se hicieron neblina. El vendaval de las horas arrasó desde el tiempo cruel a la lucha contra sus demonios, despojó sus...
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Podía decir que conocía España por completo, de cada rincón a cada punta. Mi mes de exploración se había alargado a dos y cuando me di cuenta ya había hecho más locuras de las que podía contar.
Viajé en trenes y aviones, subí a helicópteros y yates, pasee en barcos y en moto a cuatro ruedas, me lancé en paracaídas y escalé montañas. Conocí museos y nacimientos culturales, nos colamos en bodas ajenas y entramos a un hospital solo por perseguir a un sexy doctor con el cuál Cata se había obsesionado. Fuimos a discotecas privadas y elegantes, a públicas y bares de mala muerte, nos metimos con pandillas e hicimos amigos delincuentes, marchamos en protestas homosexuales, fuimos a restaurantes y salimos sin pagar un euro. En cada sitio conocíamos a algún hombre que quedaba prendado por alguna de las dos y nos terminaba pagando todo. Conocí más viñedos de los que había conocido en mi vida y miles de ideas andaban por mi cabeza.
Me sentía más feliz que nunca, en paz, tranquila. Era increíble, había conocidos varios hombres, pero ninguno me hizo sentir como aquél hombre en el baile de máscaras. En sus brazos me sentí mujer fue espectacular, y una locura el haber perdido la virginidad con un completo desconocido de ojos oscuros y traje negro.
—Cata que estás demente, y yo ebria, no sé quién está peor. —murmuré riendo, la ahora, rubia artificial me miró con una sonrisa ladeada.
—¡Dejálo Madi que hoy nos tomamos hasta el agua de los floreros! ¡Mirá a toda esta gente pringada sumergida en su mundo, calmate! —murmuró tomando una copa del moso que pasaba frente a nosotras.
—Es una fiesta privada, estamos coladas nena. Dónde nos pillen nos hacen pasar la pena de nuestra vida. —dije más nerviosa.
—¿De eso se trata, no? ¡Estamos viviendo la vida boluda, relajate! Total y aquí nadie nos conoce. —me dió la copa y alzó las suyas. —Por una velada de puta madre.
Riendo chocamos las copas. En menos de un minuto ella ya había desaparecido arrastrada por un tipo hasta la oscura pista de baile.
Yo estaba tan ebria que no sabia ni en dónde estaba parada. Todo estaba oscuro, hombres y mujeres traían máscaras, trajes y vestidos, eran las dos de la mañana y todos estaban más que ebrios, y la luz había bajado al punto de casi todo estar oscuro solo iluminado por las brillantes luces de la pista de baile. Al llegar simplemente nos habían puesto lo que parecía ser un micrófono que transformaba la voz, me di cuenta porque todos los hombres de la habitación hablaban igual. Y mi tono era ronco en vez de ser suave.
—¿Qué hace un ángel hermoso en la oscuridad de la noche a merced de los perversos demonios? —habló esa robótica voz que por alguna razón logró erizarse todos los vellos del cuerpo.
—¿Y que hace un perverso demonio seduciendo a un ángel? —pregunté siguiéndole el juego, la timidez ya no existía en mi, había aprendido a ser coqueta y descarada al empezar este viaje.