[Tercera temporada de Ecos de amor]
Como el viento.
Lenta pero inexorablemente se va borrando recuerdos de sus vidas, poco a poco se hicieron neblina. El vendaval de las horas arrasó desde el tiempo cruel a la lucha contra sus demonios, despojó sus...
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Entrando a mi habitación me topé con una caja blanca sobre la cama, intrigada la tomé quitando el moño dorado de esta, la hice a un lado y saqué la tela negra que ahí estaba. Un precioso vestido de noche, era una combinación de casual pero elegante, precioso simplemente.
Con una sonrisa leí la tarjeta: Cuando salí a caminar por las parisinas calles vi este vestido en un vidriera y me recordó tanto a ti, tan cálida como fría, tan frágil como débil. Esta noche. Tú y yo. Te veo abajo.
Como una tonta enamorada me tiré sobre la cama, aferrando el vestido en mis manos y oliéndolo. Cerré los ojos recordando el momento que vivimos, pensando en todo lo que nos faltaba por vivir.
Casi podía sentir sus manos en mi cuerpo, recorriéndolo. Sintiéndome tan suya como él mío. Suspiré y me levanté corriendo, quería verme guapísima.
[...]
Tenía puesto el vestido de tiras negro, unos tacones negros y un cardigan de lana color blanco. Mi cabello estaba suelto en ondas y estaba levemente maquillada, puse loción hidratante olor a mango en mi cuerpo y con un último vistazo al espejo salí de ahí.
Había escapado de mamá, papá y Mackenzie, pues les había mentido diciéndoles que estaba enferma del estómago para no ir a cenar con ellos cuando realmente me escaparía con Luis Rodolfo.
Cuando llegué al lobby él estaba ahí, vestido con un traje a medida en color negro y una camisa color azul rey. Le sonreí y él a mi, caminando hacia él me enganchó en un abrazo para devorar mis labios en un beso sin importar quién nos viera.
—Buenas noches, hermosa dama. —saludó de forma chula, yo reí y enganché nuestras manos, mientras caminabamos hacia el parking.
—He de decir lo mismo, guapo caballero. —le guiñé un ojo y él soltó una risita. Un auto negro lujoso nos esperaba, Luis Rodolfo abrió la puerta para mí y yo sonreí encantada.
Si había algo que me encantara de Luis Rodolfo era lo caballeroso que era, abría la puerta para mí, sostenía mi cartera, me deja pasar primero, sostenía mi abrigo y era tremendamente educado y respetuoso estando en público. Eran valores que yo realmente admiraba en un hombre, y que me encantaban.
¿Que más divino que tener un caballero perverso? Ese que te trate como a una dama, te de tu puesto, te atienda pero que a demás te diga guarradas, te toque cómo se debe, etcétera. ¿Podía pedirle algo más a la vida?
Cuando entré él se sentó a mi lado, el chófer nos saludó cordialmente en francés y avanzamos a no se dónde.
—¿Esto es un secuestro? —pregunté, Luis hizo una mueca, pensando.
—¿Cuenta como secuestro si la víctima vino por voluntad propia? —reí negando. —Entonces no es un secuestro sino una escapada de amor.
—¿Escapada de amor, eh? ¿Debería preguntar? —alcé una ceja y él tomó mi mano acariciándola.