Capítulo 22

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Recuerdo haber leído en un libro: La vida pasa rápido, como las montañas de un paisaje, y un día te despiertas y no sabes cómo has llegado ahí y te preguntas; ¿Dónde he estado? ¿Cómo he llegado aquí? Y no hay nada reconocible, todo es diferente re...

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Recuerdo haber leído en un libro: La vida pasa rápido, como las montañas de un paisaje, y un día te despiertas y no sabes cómo has llegado ahí y te preguntas; ¿Dónde he estado? ¿Cómo he llegado aquí? Y no hay nada reconocible, todo es diferente respecto a la última vez que te despertaste y sonreiste en un fotografía sólo porque eras feliz y la voz que habla de repente, es la tuya.

De camino a la hacienda me di cuenta que de repente ya no era una niña emocionada por llegar a casa después de un largo día de colegio, ahora era una adulta la cual no quería llegar a la casa. Simplemente así.

A todos nos pasa, ¿No?

—Madi, vas muy callada, ¿Sucede algo? —preguntó Catalina a mi lado.

Sonreí malévolamente de repente: —¿Quieres vivir una aventura?

—¿Qué tipo de aventura? —preguntó con una sonrisa ladeada.

—Vamos a la playa. —solté.

—Me rajo. —confirmó y sonreí.

—Vamos a buscar equipaje en la hacienda, y dinero. Será la aventura de nuestras vidas. —dije mirando al frente, estacionandome en la entrada.

Catalina soltó una carcajada: —No te llega agua al tanque, definitivamente, ni en los tiempos de universidad hicimos esto.

—Ahí tienes tú respuesta, no hemos vivido la tan soñada historia adolescente. A la mierda todo.

—¿Y tu viejo que va a decir de esto? —rodé los ojos subiendo las escaleras. Entramos a mi habitación rápidamente saqué una maleta grande del clóset.

—Que soy re copada. —ambas reímos a carcajadas. Tiré vestidos de playa, shores, top, y trajes de baño, revisé mi cartera, tarjeta, efectivo, identificación, todo. —Toma lo que quieras Cata.

Ella no se lo pensó dos veces, compartíamos ropa. Era normal. Mientras hacía su maleta yo me cambié el incómodo vestido negro ajustado manga larga, estaba loca, con tanto calor que hacía y yo con eso. Me puse un sencillo top suelto blanco con unas mangas que se amarraban unos cinco centímetros antes de mi codo, un short tiro alto bastante corto y unas sandalias a la moda de tiras bajas. Quité la joyería costosa y sólo dejé un cuerito negro en mi cuello. Miré las cadenas que él me había regalado, una sencilla con un hierro recuerdo de lo que era antes de tener dinero, recuerdo de la verdadera persona que había amado. Luego estaba la otra esa cadena costosa que representaba todo lo que era hoy en día. Ambas la tiré a la papelera al lado de mi escritorio. Ya las chicas de servicio la lanzarían a la basura o se la quedarían, que hagan lo que quieran.

—¡Nena volvé! —chilló Cata, pues me había quedado viendo dónde tiré los regalos. Pateé la papelera y solo moví la cabeza, borrándolo de mi mente.

—Pirémosno. —dije. Ella aplaudió feliz. Ella tomó su maleta y yo la mía junto a mi cartera.

No me llevaría mi coche, para más acción tomé las llaves de uno que tenía años guardado y venía con la idea de sacarlo hace tiempo.

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