La miré confundida, pero no hallé respuesta. Permanecí helada, y tragué saliva mientras esta realizaba una mueca. Mis piernas comenzaron a retroceder solas, y volví mi rostro sin pronunciar palabra. Caminé moviendo mis piernas con rapidez, arrojando el maldito CD con fuerza en el suelo. Las lágrimas comenzaron a salir de mis ojos con fluidez, mientras una estúpida tormenta parecía estar a punto de acontecer.
Entonces empecé a correr, mientras sentía el agua de la lluvia mojar mi rostro como si se tratase de una cura a la suciedad que acontecía dentro de mi en aquellos momentos. El líquido de mis lágrimas se combinaba con la lluvia, y pronto sentí mis pies congelados y mi cuerpo temblar. Me arropé en un callejón bajo un leve tejado donde desahogué el lago de mi interior. Mientras notaba el temblor de mi sistema, me perdí en mis pensamientos. Ya no sabía cómo manejar nada de esa mierda. La lluvia no cesaba, y la noche se echó encima antes de lo esperado.
Cogí el primer taxi que encontré casi a ciegas. Me digné a mirar por la ventana, sintiendo mi cuerpo cada vez más vacío y fastidiado. Ya no sentía el frío, a pesar de que estaba completamente empapada y de que había estado horas en un callejón, ya que otra cosa ocupaba la concentración de mi mente en aquellos momentos. Rápidamente sentí cómo la pena y decepción que sentía se transformaba en rabia.
—Aquí—dije como si hubiera salido de forma involuntaria de mi boca.
Me bajé del coche sin importarme que la lluvia me siguiera mojando, y permaneci quieta durante unos minutos frente a la puerta. Los ojos me dolían de tanto llorar, pero sentía tanta rabia que no podía controlar los movimientos de mi cuerpo. Así que llamé a la puerta con rapidez.
—¿Eva? ¿Qué haces aquí?—exclamó Dylan. —¿Qué te ha pasado? ¡Estás empapada!—dijo, arqueando una ceja.
—Me cogió el agua—intenté disimular, y este me miró sin saber que hacer. Nervioso, me invitó a pasar y así hice, aunque sabía que no estaba pensando con coherencia. Tomó mi chaqueta desde mi espalda con delicadeza una vez dentro y permanecí de pie, mientras sentía el nerviosismo en mi organismo.
—Estas empapada, Eva. Puedo prestarte algo si quieres—dijo, preocupado, y asentí.
Permanecí en el salón, y me aproximé hasta la chimenea, ya que La Luz tenue que reflejaba captaba mi mente a la perfección. Me quedé embobada en el inicio de las llamas y pronto escuché los pasos de Dylan a mi espalda. Supe que estaba parado visualizándome sin perder detalle. Respiré y tomé la larguísima camiseta que me ofreció. Este me miró preocupado, y se acercó a mi.
–Enserio Eva...¿qué sucede?–me preguntó arqueando una ceja. Su cabello estaba alborotado y los ojos azules resaltaban con el ambiente creado en la habitación.
–Tuve una pelea...con Chris–le confesé rendida, llevando mi mirada hasta la esquina del espacio.
–Lo siento por entrometerme, pero nadie debería tratar mal a una chica Eva–me dijo despacio. –Y menos si esa chica eres tu–dijo, agarrando mi cara con dulzura. Permanecí mirando sus ojos con atención. Este parecía analizarme con detalle, mientras disimuladamente se acercaba hasta mí. Justo antes de quedarme perdida en ese océano de ojos algo en mi se encendió, y me apartó de su cuerpo. Este me miró confundido y arrugué mis cejas.
–Me...me tengo que ir–dije sin pensar suficiente. Solté la ropa en el suelo y comencé a caminar con rapidez hasta el exterior. Este intentó seguirme con rapidez, mientras me gritaba que había una fuerte tormenta fuera y que era peligroso. No me importaba, me sentía avergonzada por lo que había estado a punto de hacer. No iba a volver a cometer mis antiguos errores del pasado. Era una persona nueva, y mientras la lluvia mojaba mi rostro con rabia mi boca sonreía por haberme superado. Mis piernas caminaban solas empapadas y resbaladizas, sin saber a donde quería ir, pero cuando barajé la idea de ir a casa ya sabía a donde me dirigía. Entonces comencé a correr, mientras intentaba dejar de chocarme los dientes por el frío. Mi corazón necesitaba todo aquello.
Mientras que la luna bañaba la noche me di cuenta de que ahora era consciente que había problemas que resuelvo en tanta gente pero no en mi, que quería ser egoísta, que no quería pensar más, ni decidir que estaba bien o mal, sino qué era lo que mi cuerpo me rogaba tanto al instante en el que me faltaba la respiración por no verle. Mis piernas dolían pero no me importaba. Los 30 minutos corriendo me dieron vida cuando alcancé su calle. Me agaché vencida por la carrera y las lagrimas comenzaron a salir de mis ojos sin darme cuenta. Alcé la cabeza y le vi de pie empapándose mientras me miraba atónito. Permaneció unos segundos sin inmutarse y entonces agachó la cabeza. Arrugué las cejas y le miré como si se tratara de mi vida. Avancé como siendo arrastrada por mi corazón y a cada paso que daba menos me costaba caminar. Este alzó la cabeza con cuidado y me miró a los ojos.
Me arrogé en sus brazos y este escondió mi cabeza en los mismos. Me sentí en casa.
–Hola...–susurré entre sus brazos.
–Hola...–dijo a media voz, apretando la mandíbula. –¿Has venido hasta aquí sola?–preguntó fastidiado.
–Necesitaba esto–dije sin importarme las consecuencias, aunque no hallé respuesta. Alcé la cabeza y le miré confundida. Este miraba a otro lugar, y evitaba mis ojos. Me solté de su cuerpo lentamente y agarré su cara con lentitud.
–¿Qué pasa?–dije, realmente preocupada.