Los pañuelos empapados me rodeaban en mi cama, donde desahogaba mis penas con mi preciada almohada, que parecía ser la única que me comprendía al fin y al cabo. Antes de que me diera cuenta, mi madre estaba a punto de derribar la puerta.
—¡Eva!—no dejaba de decir tras la puerta, ya que el pestillo le impedía pasar.
—¡Voy, voy!—me apresuré a decir, saltando de la cama, aunque ya sabía que había conseguido enfadarla.
Una vez que la puerta estaba abierta, mi sorpresa fue ver una chaqueta de cuero a su lado. Y no es que fueran corrientes en mi casa. Al subir la mirada me encontré con los ojos de Chris P. Mi madre le miró, y le indicó que pasara, antes de dirigirme una mirada asesina y marcharse.
—¿Chris? ¿Que haces aquí?—le pregunté, algo inquieta ante su visita.
—Bueno...escuché lo de Noora—dijo, llevando las manos a su cabeza. Puse una mueca en mi cara, y me dirigí hasta mi cama, donde me senté algo inquieta, mientras el seguía mis pasos a lo largo de la habitación.
—¿Quien te lo ha contado?—dije, sentada frente a él.
—Bueno...el instituto entero está hablando de eso—dijo, pareciendo algo tímido al decírmelo.
—¡Como no...!—exclamé, tras suspirar y colocar la cara entre mis manos.
—Eh...—dijo, sentándose a mi lado.
—No—le dije cuando se sentó a mi lado. —Para— le frene en seco. —Estoy cansada de "esto"—le dije tajante. —No voy a estar para ti solo cuando tú quieras. Así no funcionan las cosas, Chris—dije, levantándome de la cama, provocando una expresión de sorpresa en su rostro.
—Al menos...déjame ayudarte—dijo, de una manera en la que nunca le había visto. Preocupado por...¿perderme?
—No—reí en su cara, con los brazos cruzados.
—Solo déjame hacer algo—
—No, Chris... simplemente...vete—le dije sin dudarlo un segundo. Se vio molesto, y furioso al mismo tiempo, y me miró una vez más antes de pegar un portazo y marcharse. Suspiré profundamente, antes de agarrar mi chaqueta y dirigirme hasta la puerta a su búsqueda, y por siguiente pararme frente a esta, y decirme a mi misma: "¿Me merece la pena?"
13:40
Cogí el primer bus al piso de Noora. Sabía que no querría hablarme pero al menos ahí quedaba el intento. Subí las escaleras casi sin esfuerzo debido a lo concentrada que estaba en memorizar lo que le iba a decir. Llamé fuerte a la puerta, y aguardé pacientemente a que respondiera alguien. Rápidamente se abrió la puerta.
—Uh...chica...no deberías estar aquí, ¿sabes?—me dijo Eskild susurrando nada más verme.
—Lo se, estoy desesperada Eskild...—le susurre también.
—No te recomiendo que entres, y...—prosiguió a decir, antes de que escucháramos la voz de Noora desde el fondo, que preguntaba quién se encontraba tras la puerta. —¡El repartidor!—disimuló, algo nervioso. —Escucha. Soy el primero que quiere que esta situación se termine, pero realmente no te recomiendo que entres, no acabara bien. No así—me advirtió.
—Está bien—cedí, con aún más tristeza que antes.
—Eva... se que os reconciliaréis. Dale algo de tiempo—
—Gracias—le dije finalmente, antes de compartir muecas y marcharme, sintiendo un vacío que era incapaz de llenar. Salí del piso y la noche me pegó en la cara. Además del frío, que me hacía aún más replantearme que hacía allí sola tratando de arreglarlo todo de un día para otro. Me senté en la parada y suspiré profundo. "Pronto estaré en casa"
—Si estás esperando al último, se acaba de pirar—me indicó un chico, más alto que yo. Tenía los ojos azules y el pelo castaño claro, según lo que mis ojos me permitían ver a ese estado. Tras examinarlo, me sentí absurda por hacerlo, ya que me había quedado sin responder demasiado tiempo. Rapidamente intenté arreglarlo.
—eh, yo...gracias—dije, avergonzada antes de marcharme casi corriendo. A cada paso que daba, más idiota me sentía. Mis amigas no me hablaban prácticamente, me sentía una gran mierda. Mi bus se había marchado y yo tenía que caminar varios kilómetros a menos tantos grados y en la noche, había mandado a dar paseo al chico que me gusta...la verdad es que la vida apestaba en esos momentos.
Conseguí llegar a la calle de mi casa, y suspiré cuando la vi desde lejos. Prácticamente no me sentía los pies, y mi nariz y oídos estaban congelados; debía parecer un payaso. Y justo cuando menos y más me lo esperaba, allí estaba.
Sentado en la puerta de mi casa, a menos tantos grados y posiblemente con los pies tan congelados como yo. Cuando alzó la cabeza pude ver su nariz, tan roja que combinaba con la mía. Me provocó tanta ternura, que la barrera que había mantenido todo el día con él se cayó allí mismo, delante nuestra.
—¿¡Qué mierda haces aquí?! ¿Es que quieres que te de algo malo?—le dije, cuando en el fondo me derretía.
—No contestabas a tu teléfono—dijo, levantándose poco a poco, resaltando su carita roja por el frío. Entonces cogí mi móvil y lo comprobé. Apagado. Me podría haber atracado un asesino y nadie me hubiera podido ayudar. Joder.
—¿Lo siento?—le dije, irónica.
—Quería comprobar que estabas bien. Ya me voy—dijo, con una carita de bueno que no era ni normal, y mientras pasaba por mi lado comencé a tener una lucha interna.
—¿Has venido hasta aquí solo por eso o querías hablar algo conmigo?—acabé soltando por mi boca, antes de que se marchara.
—Simplemente hablar—dijo, confundiéndome.
—Está bien...—dudé. —Siéntate—le indiqué, para que volviera a sentarse en mi puerta. Me acerqué a la zona, y decidí sentarme a su lado.
—¿Que ocurre?— le pregunté.
—Es que...hoy he pensado que no volverías a hablarme—dijo, mirando al frente.
—Pensaba hacerlo—bromeé, y definitivamente el hielo se rompió.
—¿Entonces no estás enfadada conmigo?—
—Decepcionada, supongo—le dije, esta vez siendo yo la que miraba al frente.
—Lo siento—dijo con un hilo de voz, esta vez mirándome a los ojos.
—Está bien—dije, haciendo una pequeña mueca. Rápidamente se hizo el silencio entre nosotros, y me sentía sintiendo una mierda, pero a su lado un poco menos.
—¿Estas mejor?—preguntó.
—Supongo—dije, aunque realmente lo estaba en aquel momento.
—No podría soportar que no me hablaras, ¿sabes?—me dijo, bastante serio, sorprendiéndome su ternura.
—No te creo, Chris—le confesé, sin importarme nada, no en esos instantes, provocando una mirada de fastidio en sus ojos.
—Dejame demostrártelo—me suplicó, apretando su mandíbula. Me miró y pareció que al alzar mis ojos hasta los suyos sentía lo mismo que al principio. Entonces recordé la pregunta que me hice aquella mañana, y ya sabía la respuesta. Mi cabeza se acercaba sola a la suya, sedienta por tocar sus fríos labios. Cerré mis ojos y dejé de pensar. Era como electricidad que recorría mi cuerpo, mientras su congelada nariz me tocaba la cara, sus labios parecían la única luz al final del túnel que veía en aquella noche.