│Capítulo treinta y dos│

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Raquel nos guio nerviosamente hasta donde había encontrado a Ángela

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Raquel nos guio nerviosamente hasta donde había encontrado a Ángela. Un par de hombres la llevaban con cuidado cargada de los brazos. No parecía que había comenzado con las contracciones, sino como si llevará ya un tiempo en el trabajo de parto.

La trasladaron rápidamente a una cama que al parecer era el cuarto de Raquel. La enfermera actuaba apresurada y muy nerviosa, no era normal verla de esa manera. No comprendía su comportamiento tan histérico, como si fuera la primera vez que atendía un parto.

—María está en la cafetería —Raquel hablaba rápidamente dirigiendo su mirada a Amina—. Ve por ella.

Ella corrió mientras cargaba a su pequeño y yo esperaba saber en qué podía ayudarle. Raquel me miró y comenzó a decirme que le pasará alguna u otra cosa, no parecía cómoda trabajando con alguien que no fuera María.

Ángela estaba sudando y con la cara más roja que había visto en mi vida. Lanzaba alaridos de dolor y respiraba como si el aire el planeta fuera a desaparecer de un segundo a otro. Raquel trataba de darle ánimos y decirle que todo saldría bien, pero algo en su mirada me decía que ni ella misma se creía sus palabras.

—¿Hace cuánto que comenzaste? —le preguntó casi molesta.

—No lo sé —apenas podía respirar y apretaba mi mano.

—¿Dónde estabas, Ángela?

—Fui a ver a mi familia al muro.

—¡Pero cómo se te ocurre! ¿Qué no fue hace dos días que te dije que no podías alejarte de aquí, que tu parto ya estaba muy cerca?

—Tenía que verlos, Raquel —comenzó a sollozar, con sus lágrimas mezclándose con el sudor en su rostro—. Llevo meses viendo a mi esposo a través del muro y no había tenido el valor de decirle que no podré salir después de que el bebé nazca. Tenía que hacerlo.

Raquel se veía molesta por lo que Ángela había hecho, pero no tenía tiempo para continuar con su regaño. Ángela solo quería llorar, aunque no lograba distinguir si sus motivos eran físicos o más bien emocionales.

—Él ya había comprado los boletos Alaia. Arregló todo para que pudiéramos mudarnos a Italia todos juntos —me miró apretando más mi mano— ¿sabes lo que significa eso? Se irán, se irán y no volveré a verlos.

—Ángela por favor trata de concentrar tus esfuerzos en esto ¿Si? Necesito que me ayudes. Quiero traer a tu bebé sano y salvo, pero ya pasó mucho tiempo y necesito tu ayuda.

—Respira —le dije acariciando su cabello y respirando junto a ella—. Vas a volver a verlos, tranquilízate.

Ella negó con la cabeza y miró al frente, entonces volvió a pujar cerrando los ojos e impulsando sus lágrimas.

En ese momento apareció María, lo cual pareció aliviar a Raquel. Ella comenzó a moverse por la habitación, las dos tenían una dinámica que no llegaba a entender, pero lo importante era que está funcionaba.

Amina y su pequeño salieron de la habitación, una vez llegada María realmente no éramos de utilidad allí.

—No te vayas —me rogó mientras seguía tomando de mi mano.

—No lo haré, tranquila.

Estuve tomada de la mano de Ángela todo lo que duró el trabajo de parto, nuestras manos estaban completamente empapadas en sudor. Ella parecía cada vez más cansada, se quedaba sin fuerzas para seguir pujando mientras Raquel le pedía que no sé rindiera, siempre prometiendo que faltaba poco.

—Una más, por favor solo una más.

Todos pudimos escucharlo: ese llanto.

El bebé había salido y Raquel lo sostenía mientras María cortaba el cordón. Después, el bebé pasó a manos de María quien se encargaría de limpiarlo y abrigarlo mientras Raquel continuaba trabajando con Ángela.

Ella suspiraba de alivio y tenía una sonrisa dibujada en el rostro en medio de su desfallecimiento. Su cara dejaba de estar tan roja y recuperaba su color habitual poco a poco.

—Es una niña —anunció felizmente mientras entregaba a la pequeña a los brazos de su madre.

Estaba envuelta en frazadas. Era tan pequeña que parecía que podría perderse en la cobija. Esa pequeña nariz, el cabello apenas visible, y la piel como si la hubieran cubierto con algodón: era bellísima. Seguía llorando cuando pasó a los brazos de su madre, ella la tomó entre lágrimas con mucha delicadeza, como si pudiera quebrarla con el roce de sus dedos.

Miré a la pequeña con ternura, jamás había visto a un bebé minutos después de nacer. Después volví mi mirada a Ángela que estaba acariciándola, logrando que cesara su llanto al acurrucarla contra su pecho. Pero me sorprendí cuando al mirarla me di cuenta de que su rostro lucía cada vez más blanco, más aún de lo que era su tono natural.

Parecía que iba a desvanecerse en cualquier momento, respiraba como si el aire no se permitiera entrar en sí. Me dio la impresión de que ya no tenía fuerzas para seguir contrayendo sus pulmones.

No quería alarmarme, seguramente eso era algo normal después del gran esfuerzo que había hecho. Traté, pero al mirar a Raquel me di cuenta de que las cosas no estaban saliendo bien, que ella pretendía tenerlo todo bajo control para no alarmarnos, pero en realidad no lo estaba. Volvió su mirada un segundo hacía mi y confirmó mis sospechas sin tener que decir una palabra.

Cuando vi que Ángela cada vez estaba más débil, que apenas tenía las fuerzas para sostener a su bebé, decidí tomarla en brazos. Ella no dijo nada. Su rostro se había vuelto casi completamente blanco y trató de sonreír.

Las dos chicas seguían comunicándose, María pasándole más gasas.

—Mi familia estará mañana en el muro a las tres, asegúrate de que al menos la conozca. Cuídala por mí.

Tragué saliva y dejé que corrieran las lágrimas. Solo podía asentir con la cabeza y seguir pasando mis manos por su cabello. Quería decirle que todo iba a estar bien, que ella misma se la presentaría, pero en el fondo sabía que estaría mintiendo.

—¡No! No, no. Ángela por favor quédate conmigo —estaba desesperada mientras trataba de controlar la hemorragia buscando que hacer para mantenerla viva.

Lo que pudiera hacerse a estar alturas sería inútil y todos lo sabíamos; incluida la misma Ángela.

Con sus labios secos y blancos me dio un último beso a su niña. Mantuvo su mano acariciando el rostro de la pequeña, hasta que sus manos dejaron de moverse.
Entonces, se fue.

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