│Capítulo cuarenta y seis│

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Para cuando Nataly llegó conmigo, yo había tomado una decisión

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Para cuando Nataly llegó conmigo, yo había tomado una decisión. Iba a entregarle el chip, pues, pasara lo que pasara, no iba a permitir que nadie tocase a Dante. Jamás.

Nos quedaba poco tiempo, la llamada debía hacerse lo más pronto posible, pero una vez hecha no habría vuelta atrás.

Había un loco plan que había estado armando en mi cabeza en esas noches de soledad anteriores; era de esas cosas que imaginaba sin planes de hacerlas nunca, pero ahora no quedaban más opciones. En uno de mis momentos en que divagaba, recordé aquel sueño o más bien pesadilla que tuve alguna vez: en este sueño le entregaba mi pequeño a Dinah a través del muro, ella se lo llevaba lejos de mí y jamás volvía a verlo.

En ese momento no había entendido en que universo le entregaría lo que más amo en el mundo entero a alguien más, porque habría de alejarlo de mí para siempre como si solo esperara a deshacerme de él. Ahora lo entendía todo. Si Dinah se llevaba a mi bebé lejos de mí, él estría a salvo; y si no, ambos estaríamos muertos.

—Tómalo —estiré mi mano hacía Nataly entregando el chip.

—¿Por qué me das esto?

—Porque lo necesitarás para salir de aquí, y yo necesito que estés afuera.

Fue entonces que le expliqué mi idea a Nataly. Al inicio le costó aceptar la idea, decía que no quería abandonarme a mi suerte. En el fondo ella sabía que al dejarme, tarde o temprano moriría. Pero aceptó, no había mucho más que hacer en esta situación.

Bastó una llamada.

—Tengo el chip —hablaba Nataly por teléfono.

—Muy bien —escuché por el altavoz la inconfundible y repugnante voz del señor Wilson—. Te veo en 30 minutos

—Cuarenta —colgó.

Escuchar ese tiempo fue como sentir una sentencia de muerte tan cerca de mí, como saber que tenía que despedirme de todo lo que había querido en mi vida en menos de cuarenta minutos. Sentí que todo se acababa tan rápido, que era como un sueño, como un sueño con temporizador en mano.

Los ojos de Nataly se inundaron en lágrimas cuando colgó el teléfono. Se hacía la fuerte, como siempre, con los ojos vidriosos, dejando caer las lágrimas pero con esa mirada. Hacia como si nada estuviera pasando, hablaba a la par que las lágrimas recorrían sus mejillas. No las limpiaba o hacía ningún comentario al respecto; al contrario hacia como si no existiera, como si ignorarlas haría que desaparecieran. Como si ignorarlas lograra volver el tiempo atrás.

—Voy por Tracy y mis cosas —dijo ignorando como entraban las gotas saladas en la comisura de sus labios—. Te veo en 15 minutos.

Comencé a escribir una carta, la carta que más tarde sería para Dinah. Mis lágrimas recorrían las mejillas y constantemente me detenía con el propósito de no manchar la carta y corría a abrazar a Dante una vez más, como si fuera la última. Lo arrullaba y llenaba sin desearlo sus improvisadas cobijas de lágrimas.

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