│Capítulo treinta y nueve│

471 66 7
                                    

Cuando el sol comenzó a ocultarse sentí un miedo impresionante

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Cuando el sol comenzó a ocultarse sentí un miedo impresionante. Miedo porque sabía que era hora de dormir, y con ello era hora de alejarme de mi pequeño, ese que no había querido soltar ni un segundo cuando el fin lo tuve en mis brazos.

Nataly me llevó la cuna que había prometido, pero eso no hacía que me alejara de él. Era incómodo, debo confesarlo: acomodaba mi posición para que no sé durmieran mis brazos y piernas. Tuve varias visitas rápidas y esporádicas ese día, todos aconsejando que lo dejara en el cunero al menos unos minutos; sin embargo, mi necedad era mayor.

No me sentía precisamente bien, pero en comparación a la noche anterior cuando trataba de sacar a mi hijo de mi cuerpo estaba de maravilla. No tenía un espejo, pero seguro que no era la mujer más bella en ese preciso instante. Recuerdo que me dijeron que lucía muy blanca, desaliñada, ojerosa y como si la vida hubiera estado a punto de abandonar mi cuerpo. Ciertamente no era lo más halagador.

Después del atardecer llegó la hora.
Insistí en llevar yo misma al mi niño. Raquel accedió pues me hacía falta caminar un poco, pero no podía cargarlo hasta allí, solo sería una acompañante.

Las lágrimas salieron solas cuando besé su frente como despedida y sentí como su manita apretaba con fuerza mi dedo. No quería irse y yo no quería dejarlo ir.

Pensé en negarme, ser más terca. Seguro que la cuna que había dejado en la habitación era lo suficientemente cómoda para tenerlo allí; seguro que dormir en mis brazos le vendría mucho mejor que dormir con desconocidos. Pero esa noche era especialmente fría, en días anteriores me había costado trabajo dormir por las ráfagas heladas que se colaban por la puerta. No tenía sentido insistir. Jamás me perdonaría si algo le sucediera por mi culpa.

El frío era intenso, casi insoportable; pero esa noche fueron mis pensamientos los que me torturaron para no cerrar los ojos. No era científica, no tenía ni idea de lo que pensaba un bebé; pero por las cosas que había leído alguna vez, estaba segura de que Dante iba a extrañarme.

Recordé con cariño esa noche que pasé en los cuneros y arrulle por primera vez a un bebé. Era una lástima que no iba a hacerlo por él mío, que mi niño pasaría su primer día de vida sin su madre. Además, temía: no todo el mundo era tan cuidadoso, algunas solo deseaban poder dormir ¿Lo estarían tratando bien?

La noche pasó, pero al contrario del día anterior en que caí rendida; ahora no había podido dormir ni un poco.

Me levanté a primera hora para recoger a mi Dante. Pregunté a la joven chica que me lo devolvió si había estado todo bien, ella respondió que sí, pero me daba la impresión de que no tenía ni idea. Verlo nuevamente fue como quitarme un peso de encima del tamaño del mundo. Estaba sano, estaba bien. Era tan angelical como lo recordaba.

Por un par de días las cosas se mantuvieron igual. Poco a poco acepté dejar unas horas en el cunero a mi niño. Lo alimentaba cuando lo pedía, era la cosa más extrañamente hermosa que había hecho. Sufría cada noche, pero poco a poco pude dormir con mayor facilidad.

Mientras me recuperaba en mi habitación lo observaba moverse de poco a poco. Esos pequeños gruñidos, los movimientos suaves, como abría los ojos con tanta curiosidad y los volvía a cerrar tan cansado después de dormir. Era como si siguiera soñando a pesar de que en realidad era lo que menos hacía.

Yo era la mujer más torpe del mundo para cambiar pañales. Veía como Nataly lo cambiaba con tanta facilidad, pero sus movimientos me parecían muy bruscos. Lo movía con delicadeza, muy despacio y como si fuera a romperse. Siempre le ponía de inicios el pañal al revés y tardaba horas pues calentaba con mis manos el papel con que iba a limpiarlo. Todo el papel se desboronaba, trataba de quitarlo con las uñas y terminaba haciendo un desastre.

Tenía mucho que aprender, pero amaba cada segundo.

Nataly intentaba entrar en conversación constantemente, trataba de volver a tema con el chip. Nunca seguir su conversación, aunque su plática iba enfocada en lo mucho que podría ser de ayuda, para mí solo representaba un pedazo de mi esposo del que aún no sabía qué opinar.

Ahora estaba consiente: él fue mi esposo, pero jamás tuvo la intención de ser un padre para Dante. Ella hablaba de sus descubrimientos y yo solo escuchaba de nuevo sus palabras: hablando de ese chip como la cosa más importante del mundo aun sabiendo que en mi vientre crecía nuestro hijo.

Lo odiaba. Detestaba recordar algo sobre ese chip. Quería destruirlo, pero a su vez era la única posibilidad que tenía de recordarlo, de tener aún un pedacito de él. Mis sentimientos no estaban claros y por eso lo conservé; sin embargo, no quería escuchar nada más sobre su insistencia.

Nataly intentó hablarme sin cansancio por un par de semanas: luego se rindió.

Olvidé el tema, mi pequeño era lo más importante: hasta esa noche.

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Código natal ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora