│Capítulo veinticinco│

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Cuando entré a la habitación Nataly supo que las cosas en mi visita de hoy habían cambiado, pero no necesariamente para bien

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Cuando entré a la habitación Nataly supo que las cosas en mi visita de hoy habían cambiado, pero no necesariamente para bien. No encontré la forma de iniciar con la historia de Dinah ¿Cómo iba a contarle sobre algo que yo misma aún no terminaba de asimilar? Hice mi mejor esfuerzo para retratar el dolor de Dinah con mis palabras y mi dolor a la vez al verlo.

Ella se quedó con una cara de incredulidad con cada detalle de la historia, no sabía qué decir luego de eso. Me daba la impresión de que Nataly había escuchado historias mucho más tristes en su vida, pero no dijo nada. Las dos nos quedamos en un silencio largo hasta que su niña irrumpió con ganas de comer, dejando de lado nuestra incómoda situación.

El mes siguiente en que me encontré con Dinah, ella no tenía buenas noticias. Me contó que había estado buscando trabajo por todos lados sin éxito, su empresa tenía un contrato de exclusividad y eso le hacía imposible trabajar con alguna competencia a la gran compañía en que solía estar. Ahora se estaba manteniendo con un salario de mesera.

No me podía creer lo mucho que había decaído su vida en los últimos tres meses y que todo eso fuera por mi causa. Intenté convencerla de volver a la ciudad en busca de un mejor trabajo, pero ella me convenció de que sería inútil porque de cualquier manera tenía las manos atadas por un año en cualquier lugar con un salario decente.

Los pensamientos sobre mi culpabilidad en los nuevos resultados de la vida de Dinah no me dejaron en paz por un largo tiempo. Creía firmemente que si no hubiese pedido su ayuda para escapar, ella estaría tranquila en casa, perfectamente sana y con su trabajo de siempre que además amaba. Me parecía increíble la cantidad de cosas que se tenían que sacrificar para tener un hijo en mis circunstancias.

Pasó el tiempo y mi pequeño bebé comenzaba a asomarse entre las blusas holgadas que utilizaba, la ropa tan grande que había usado desde hace semanas comenzó a hacer sentido. Ya estaba casi a la mitad de mi embarazo y no podía creer todo lo que nos había sucedido en los últimos meses.

Durante los últimos días me había encontrado conviviendo con mi barriguita en las mañanas antes de levantarme: hablaba con Dante sobre lo que pensaba hacer en el día o las cosas que me habían pasado; le cantaba; o le acariciaba esperando una patada o alguna señal de que me estaba escuchando.

En ocasiones tenía sueños con Carlos, sueños felices en los que salía de madrugada a conseguir los antojos de mi embarazo, se dormía con el rostro sobre mi barriga, ponía música y leía para nuestro bebé. Esa hubiese sido la vida que me tocaría vivir, claro, si tuviera un permiso. En cambio en mi situación no tenía ocasión para cumplir uno solo de los antojos de mi embarazo, y ni siquiera tenía esposo.

Aún podía recordar muy vívidamente el rostro de mi marido en sus últimos minutos de vida y también cuando ya no la poseía. Cada vez que intentaba posicionarlo como el bueno o el malo de la historia, poniendo en una balanza sus acciones con la intención de saber que lugar debería tener ahora: no podía llegar a una conclusión. Todo apuntaba a que él había elegido un camino en el que yo no estaba incluida, y por ende él debía dejar de formar parte del mío; pero a pesar de todo, no podía dejar de quererlo como lo quise hasta el último día de su vida y como seguramente lo haría hasta el último día de la mía.

En el ámbito de mi vida, creo que en ese tiempo no estaba sucediendo nada realmente relevante hasta la tercer visita de Diana a Texas. Su llegada anterior había transcurrido con total indiferencia y no esperaba más de esta. Pero Diana tenía planes diferentes para esta ocasión.

—¡Nat! —le saludo con su entusiasmo habitual—. ¿Recuerdas que te había comentado sobre querer hacer las reparaciones en algunos edificios? Ya sabes, para que tengamos más espacio.

—Claro, lo recuerdo.

—Pues será hoy —comentó sonriente—. Los conductores esta vez son un par de arquitectos que he traído —señaló con un movimiento en dirección a las camionetas—. Ellos van a darnos instrucciones sobre cómo reparar ese edificio del que habíamos hablado, que solo le faltan algunos detalles para hacerlo seguro.

Había escuchado algo sobre ese proyecto, pero también sabía que será algo sumamente difícil, pues para cargar los materiales deberían pagar más por una camioneta con ellos y además lo deberíamos restaurar nosotras mismas pues nadie podía permanecer más de unas horas en el lugar si es que deseaba volver a salir. Por eso ahora venían con un vehículo más de lo habitual.

Ese día acompañé a Diana, Nataly y los arquitectos a qué nos dieran una charla sobre lo que debíamos de hacer para reparar las fallas y poder habitarlo. Las instrucciones no eran complicadas, aunque no puedo decir lo mismo del trabajo que costaba hacerlo.
Por la siguiente semana nos dedicamos a adiestrar a unas 15 personas en condiciones óptimas y con ganas de ayudar a la reparación. Cada pequeño detalle en la explicación era importante, cada cantidad debía ser especificada y exacta, pues contábamos con el material justo para realizar nuestra labor y absolutamente nada podía ser desperdiciado.

Mi embarazo no me permitía ayudar en nada de las reparaciones, y sinceramente aunque hubiera deseado ayudar, no sentía ninguna envidia por la cantidad de trabajo duro que todos debían realizar. Ahora mi labor era ocupar el lugar de Nataly en la revisión diaria del maternal, el comedor y todo eso que había hecho los últimos meses a su lado.

Los primeros tres días estuvieron bien, realmente no parecía hacer mucho. Aunque pude notar, que ahora que no iba a todos lados junto con Nataly, las personas me miraban de forma distinta, como si estuvieran molestas conmigo. En realidad decidí no tomarle importancia, tenía cosas más importantes que preocuparme de unas miradas.

Pero un día en medio de la jornada, recibí la noticia de que Nataly había sufrido un accidente en la reparación. Al parecer ella se encontraba sobre una escalera revisando el techo, había una sección que parecía estar podrida y esa parte que revisaba se desprendió haciéndola caer. Al escuchar la noticia corrí al maternal, que era donde ella estaba ahora.

—¿Cómo está? —me apresuré a decir cuando aparecí en la habitación.

—Pues está bastante bien luego de la terrible caída que sufrió —respondió Raquel.
Nataly estaba en una silla, parecía tener un horrible dolor en la espalda, pero no hablaba de ello. Tracy estaba muy cerca de ella, y la abrazaba cada vez que su madre expresaba un poco de dolor. Raquel continuaba revisando sus heridas.

—Ayúdenme a llevarla a su cama, por favor —pidió Raquel. 

—No, no. Estaré bien —se levantó inútilmente, pues apenas podía moverse.

—No discutas. Quiero que pases al menos un par de semanas en cama.

—¡Semanas! No, claro que no —discutió.

—Si, claro que sí. Puedes ser la jefa de este lugar, pero aquí yo soy la enfermera y tú mi paciente; y como enfermera te ordeno que te quedes en cama por un mes incluso. Si andas de un lado para el otro puede que tu problema se agrave y esa herida que cocí en tu espalda puede abrirse. Y si eso sucede será mi responsabilidad, pues yo estoy aquí para cuidar de ustedes. No hiciste caso a mis instrucciones cuando aquella loca te cortó en el brazo, pero lo dejé pasar porque no era tan necesario el reposo, está vez es muy necesario y no aceptaré discusiones —habló firmemente—. Llévenla a cama, ahora.

Jamás había visto a alguien ser tan firme con Nataly; ni a Nataly quedarse callada.

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