│Capítulo cuatro│

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Durante la mayor parte de la cena, mi rostro no pudo ocultar lo que estaba sintiendo

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Durante la mayor parte de la cena, mi rostro no pudo ocultar lo que estaba sintiendo. En mi mente se estaban formando a la par más de cien ideas por minuto, me sentía sola en mi propio mundo interior.

Carlos lucía con una sonrisa completamente satisfactoria. Aun si le hacían preguntas, limitaba sus respuestas dando la menor cantidad de detalles posibles; me daba la impresión de que le tenía miedo al robo de su proyecto, incluso desconfiando de sus propios amigos.

La situación era de lo más normal: los invitados elogiaban la comida por cortesía, hacían preguntas del proyecto de Carlos y de nuestras vidas en general. Por mi parte, me sentía desconectada; no recuerdo mucho de lo que hablaban, excepto el pequeño error de James.

—Quiero proponer un brindis —James levantó su copa de vino, la quinta que tomó; era evidente que se había pasado de copas—. Por Carlos y sus sinceras acciones altruistas.

—¡Salud! —dijimos todos chocando copas.

—Realmente eres una de las mejores personas que conozco, amigo —dijo dando una palmada en su hombro—. Es increíble que te importen tanto los no natos.

¡Oh, oh! Eso era uno de los términos que Carlos odiaba más. Decirle "no natos" a las personas sin permiso parental, le parecía completamente ofensivo y despectivo. A veces los no natos eran las personas sin el código natal en su cuello, ilegales desde su concepción; y otras veces se referían también a quienes no poseían su permiso parental, como yo.

A él le molestaba muchísimo. Decía que "no natos" literalmente son las personas que no nacieron o no han nacido; y aquí se empleaba para designar a un grupo de personas que, si nacieron; pero que todos hacen como si no fuera así. Que la sociedad y el gobierno realmente los trataban como no natos, como inexistentes. Y que llamarlos así era un cinismo, al admitir que se trata como nada a gente real como todos. Llamarles así, no haría que desaparecieran, o quizá sí.

Las risas cesaron, al igual que la fluida conversación combinada con el ruido de los cubiertos. En cambio, se escuchó el silencio, interrumpido únicamente por el sonido de los cubiertos dejados sobre el plato, como si todos nos dispusiéramos a correr. El silencio incómodo tuvo su fin, cuando Carlos habló.

—Te pido que no uses ese término en mi casa.

—¡Carlos, hermano! Tranquilízate —dio otra palmada en su hombro, casi recargándose en él—. ¿Qué tiene de malo llamarlos así? No son ciudadanos como tú y como yo, así se les dice.

—Te recuerdo que estás ofendiendo a mi esposa.

—Alaia, querida —me miró.

—James, basta —le dijo Samuel—. Has bebido demasiado.

—Estamos todos tranquilos —y volvió a mirarme—. Respóndeme, preciosa ¿decirle no natos a los no natos, te ofende?

En ese momento me retiré de la mesa sin decir nada. No tenía humor para soportar sus comportamientos de ebrio. Ni para pensar en esa discriminación hacia mí y posiblemente hacia mi hijo, solo consiguió ponerme peor.

Fui a mi habitación y me recosté sollozando. Aunque mi esposo insistió en ayudarme, preferí estar sola. Comencé a adentrarme en mis pensamientos, esa noche debía tomar una decisión.

En mi cabeza se formaban cuatro grandes posibilidades: en tres de ellas no volvería a ver a Carlos, y en solo una sí; en tres de ellas conservaba mi vida y en una no. Pero en ninguna mi vida era igual.

Si huía había de dos posibilidades: si las cosas salían bien con el proyecto de Carlos, él podría vivir pleno y feliz con su gran éxito cosechado. Yo seguramente estaría refugiada en Texas; y mi huida no serviría de nada, me perjudicaría aún más que beneficiarme.

La otra, sería que las cosas con su proyecto salieran mal y él fuera a la cárcel. Estaría lejos de todo ese desastre, mi bebé estaría seguro y yo también. Probablemente mi mayor contacto con mi esposo se limitaría a saber en las noticias su encarcelamiento y su fecha de ejecución.

En cambio, si decidía quedarme existían otros dos futuros: En caso de que las cosas salieran mal, ambos iríamos a la cárcel. El día de nuestra sentencia sería el último para decirle adiós con la mirada, su corazón se partiría cuando supiera que la OCN me llevaría a abortar. En unos dos meses más, estaríamos muertos todos.

Pero, sí las cosas salían bien realmente: Sencillamente teníamos el futuro que siempre he soñado.

Mi reflexión en solitario tomo un par de horas en las que resistía mis lágrimas con todas mis fuerzas, pero algunas rebeldes salieron contra mi voluntad.

Para cuando salí de la habitación, James ya se había ido. Carlos corrió a abrazarme y pidió mil disculpas.

Para Dinah las cosas eran distintas. Ella solía decir que la mejor manera de lidiar con el estrés era el sexo. Parece que había sufrido mucho estrés, pues comenzó a besarse con Samuel, y después de un rato los dos se fueron juntos.

Me di cuenta de que no amaba a mi bebé, no amaba a esa criatura que estaba en mi vientre. Estaba segura de que lo amaría algún día cercano, pero justo ahora no. En cambio, actualmente, si amaba a mi esposo más que a mi propia vida.

Decidí finalmente quedarme. Aunque fuera una locura, prefería morir juntos a vivir lejos de él sabiendo su destino.

También decidí no decirle del embarazo. No quería afectar su cordura y concentración, si fue un choque para mí, podría ser uno mayor para él. Si algo no quería, era obligarlo a tomar una decisión que lo volviera infeliz.

Me dormí abrazando mi barriga toda la noche. Le susurraba a mi bebé que iba a protegerlo y prometí que iba a amarlo. Sabía que mi amor por Carlos era demasiado, pero ¿a quién le importa? Mi vida jamás tuvo un sentido claro hasta que él me enseñó a anhelar. Y ahora anhelaba que todo saliera bien.

 Y ahora anhelaba que todo saliera bien

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