│Capítulo treinta y siete│

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No me movía ni un centímetro, solo me mantenía con las manos sobre el vientre viendo cómo el portátil se apagaba

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No me movía ni un centímetro, solo me mantenía con las manos sobre el vientre viendo cómo el portátil se apagaba.

Me quedé en un shock en el que ni siquiera supe qué pensar. Estaba tan... Decepcionada y tan destrozada por dentro. Pero por mis mejillas no corrió ni siquiera una lágrima: quería llorar, estaba gritando por dentro, pero mis lágrimas parecían haberse agotado. Estaba de alguna manera llorando en seco, era un sentimiento tan profundo que no podía salir a la superficie.

Todo este tiempo me había culpado a mí misma, arrepentida de no haberle dicho nada sobre el bebé. Pensé que de haberlo hecho hubiera reconsiderado su decisión al ofrecerle un permiso natal, de ser así no hubiera muerto. Pero nada hubiera cambiado su decisión. Simplemente me hubiera destrozado antes.

Siempre supe que no era el primer lugar, que sus prioridades estaban fuera de mi alcance y que él veía más lejos que yo; tan lejos que mientras más se acercaba a ello más se alejaba de mí. Sin embargo, creí que al menos quería estar conmigo, que quería llevarme a sus nuevos horizontes.

Decir que siempre quise ser madre fue como darme una pedrada directa.

Tú, solo tú.

Fue como si sus ojos me susurraran: tú querías esto, yo no.

Esto es tu culpa.

—Alaia lo siento, no pensé que hubiera algo así —Nataly había quedado boquiabierta cuando terminó el vídeo, lucía arrepentida.

Mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas. Ella cerró el portátil y lo alejó al otro extremo de la cama. Parecía estar leyendo mi mente, segundos antes pensé que mi siguiente movimiento sería golpear la computadora y arrojarla contra la pared.

Nataly me abrazó fuertemente y entonces comencé a llorar como nunca lo había hecho antes. No pensaba en nada, nada bueno o malo sobre Carlos o cualquier otra cosa, simplemente seguía llorando. Su pequeña Tracy se acercó a mí y me abrazó desde la pierna tocando mi vientre hinchado.

No sé cuándo tiempo estuve llorando. Después de ver el vídeo las cosas se vuelven confusas en mi mente. Tengo recuerdos difusos y borrosos de las siguientes horas, como si mi cerebro se hubiera apagado.

Parece ser que después de un rato de estar llorando Nataly notó como mi respiración se dificultaba y los ruidos que hacía ya no eran solo por el llanto. Estaba empezando a pujar. Dante iba a llegar.

Ella corrió a llamar a Raquel cuando observó la cama humedecida y mis dificultades cada vez mayores para respirar. Yo no hablaba, creo que ni siquiera estaba completamente consiente de lo que estaba pasando.

Sentía como mi respiración se agitaba. Tenía la sensación de estar nerviosa, como si algo prestará mi pecho y mi vientre desde dentro.

Recuerdo haber comenzado a recuperar la cordura cuando estaba a la orilla de la cama con las piernas abiertas frente a Raquel.

Al principio todo eran ecos, era la enfermera dándome instrucciones que no sé si estaba siguiendo antes de volver a mi cordura.

—Vamos Alaia.

Sentí como si hubiera estado dormida y de repente despertara sin saber cómo había llegado a ese punto.

Todo dolía. Estaba borroso.

Ella me alentaba a seguir pujando, la veía como una silueta apenas distinguible frente a mí que me hablaba mientras yo apenas podía oírla. Creo recordar que María y Nataly estaban cerca de mí tomando mi mano.
Utilicé todas las fuerzas que no supe que tenía hasta ese momento.

Al inicio me sentía inútil. Pensaba estar dando todas las fuerzas que tenía, pero, aun así no parecía avanzar ni un centímetro. El tiempo se hacía eterno, pero mi bebé no estaba ni un pelo más cerca de estar conmigo.

Pujando. Respiraba como si el aire fuera a acabarse, tratando de llevar un ritmo, pero solo tomaba aire, y más de él. Sentía como si fuera a desvanecerse en cualquier momento.

Quería rendirme, era tan difícil seguir que la opción de rendirme sonaba mil veces más fácil, más deseable. Pero no podía, no quería. Siempre he odiado conformarme, odio el camino fácil.

Seguí con todas las fuerzas que tenía. Cuando pujaba una y otra vez escuchando "una más, Alaia. No te rindas", pensaba que sería la última, que después de ella mis fuerzas se agotarían. Pero de alguna manera lograba obtener más de no sé dónde.

Pensaba que me estaban partiendo por la mitad justo cuando Raquel anunció que había logrado sacar la cabeza. Estaba a punto de terminar.

No quería gritar. Siempre odié hacer escándalo, y me asustaba vida vez que por las paredes delgadas lograba escuchar a una mujer que parecía que iba a desfallecer. Me había abstenido de gritar, aunque seguro que mi fuerte respiración sería suficiente para despertar a cualquier. Sin embargo, en ese último esfuerzo en que sentí que mis huesos se partían por la mitad y el resto de mi cuerpo le seguiría: grité.

Fue entonces que escuché un llanto. No existen palabras para describir el alivio que me recorrió el cuerpo entero.

—Sabía que era un niño —anunció Raquel.

La observé mientras tomaba lo que tenía a la mano y que María le proporcionaba para limpiar por completo a mi bebé. La vi cortar el cordón umbilical, no sabía que era algo tan largo. Lo cubrió cuidadosamente y lo pasó a María.

Ella me entregó al pequeño en mis brazos acurrucándolo contra mi pecho y creo que fue hasta ese momento en que finalmente entendí lo que estaba pasando: era mi Dante.

Mi pequeño ya no era más ese pequeño bulto en mi vientre tan inaccesible. Estaba allí: tan delicado, tan pequeño, frágil, su piel tan blanqueada. Tenía las manos pequeñísimas, todo él era pequeñísimo. Su cuerpo estaba caliente y cubierto de algo que parecía pelusa.

Era tan perfecto.

Lloraba con fuerza y se calmó poco a poco cuando lo acomodé sobre mí.

No terminaba de creer que ahora podía tener entre mis manos a ese pequeño al que había llevado cargando tantos meses. Como si conociera finalmente a alguien con quien había estado conviviendo meses sin saber quién era, como era. Pero más cercano, más mío, yo más suya.

En el segundo que lo vi ya era completamente suya.

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