│Capítulo treinta y ocho│

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No logré recordar en que momento mi cansancio pudo más y mis ojos se cerraron

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No logré recordar en que momento mi cansancio pudo más y mis ojos se cerraron. Dormí con mi pequeño Dante en brazos, estaba allí con su carita de ángel tranquilamente dormido entre mis brazos. Me sentía tan débil que no pude evitar caer rendida; me alegra que Nataly siguiera allí.

Por un momento me asusté cuando desperté sin mi pequeño en los brazos, mi respiración se agitó de un segundo al otro y di un respiro asustado como si fuera a agotarse el aire a mi alrededor. Me tranquilicé cuando Nataly puso su mano en la mía, me hizo voltear y observarla cargando con delicadeza a mi bebé. Su hija Tracy estaba a su lado sentada y acariciando con sus pequeños dedos a mi Dante, como si fuera una pieza delicada que temía romper.

—Te quedaste dormida. De cualquier manera era ya madrugada. Ten —extendió sus brazos y me entregó a Dantecito suavemente.

—¿Estuviste aquí toda la noche? —pregunté al tiempo que acurrucaba a mi pequeño en mi pecho. La cara de Nataly lucía preocupada y cansada, definitivamente no había dormido.

—Más o menos. Raquel estuvo un rato revisándolo, iba a hacerlo antes, pero no querías soltarlo.

—Tuvimos que esperar a que durmieras —comentó Tracy con una risita.

—Ya era muy tarde para llevarlo al maternal, por eso me quedé con él.

—¿Qué? ¿Lo van a llevar a la guardería desde mañana? —abracé acercándome más a mi pequeño y lo miré bajo la cobija con esa carita tan dulce y tranquila—. ¿No es muy pequeño? ¿No estaría mejor con su madre?

—Alaia sabes cómo son las cosas. Tú debes descansar y él va a dormir mejor allá, estará calientito y bien cuidado. No hay alternativa, lo siento.

—¿Y sí yo voy a dormir al maternal?

—Sabes que allí no se puede ni siquiera dormir, Alaia.

—¿Pero qué tal si él no puede dormir? Hay tantos bebés y seguro que preferiría dormir aquí conmigo.

—No hagas esto difícil. Mejor disfruta que puedes pasar el día con él. No te preocupes ahora por algo que pasará hasta más tarde y que de cualquier forma va a suceder —ella continuó con su mirada fría ante mi tristeza mirando a mi pequeño—. Iré por una cunita para que puedas recostar.

—No hace falta, lo tendré aquí.

—Si hace falta, necesitas descansar. Ya vengo.

Nataly tomó a su niña de la mano y está a su vez se despidió inocentemente de mí con su manita.

No quería una cuna, quería tenerlo conmigo todo el día.

Me sorprendió lo rápido que olvidé y lo poco que me importó el dolor que sentí unas horas atrás apenas vi su carita. De alguna manera no importaba lo mucho que había dolido, o todo lo que había sucedido para llegar hasta aquí: todo había valido la pena.

Él valía cualquier cosa en el universo.

Me sentí terriblemente culpable de haber desperdiciado la única noche en que podría dormir a lado de mi bebé solo por mi cansancio: debí haberlo acomodado en mi cama y dormir con él. Aunque en ese caso seguramente no habría podido dormir por el temor de aplastarlo, aunque sea un poco, que necesitara algo o que pusiera caer de la cama.

Apenas Nataly salió de la habitación acomodé a mi niño para verlo de frente, y como fue mi costumbre en todo el embarazo: hablé con él. Pero en esta ocasión sentía que realmente podía escucharme y yo a él.

—Hola amorcito. Soy tu mami —le dije con los ojos húmedos sosteniendo su manita, sentía que me apretaba y escuché una especie de gruñido de su parte—. Si, lo soy: y tú eres el amor de mi vida.

Le di un beso en la frente y sentí como un par de gotas rodearon mis mejillas, procuré que no cayeran sobre él.

Era de verdad, en verdad tenía a ese pequeño por fin entre y en mis brazos. Después de todo lo que había sucedido realmente lo tenía conmigo. Quería que todo el pasado se borraba de mi mente y a partir de ahora fuéramos solo él y yo. No quería saber ni recordar más sobre su padre, nada. Ahora éramos solo los dos.

Cuando lo acerqué a mí para que pudiera darle de comer y él simplemente comenzó a succionar como si fuera algo que siempre había sabido hacer... No puedo describir la paz que me inundó.

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