Después de quedarnos un rato hablando, y que Karen jugara con la pequeña Tracy, nos fuimos. Comenzaba a hacerse un poco tarde, así que íbamos a la cafetería a comer algo. Me seguía explicando los lugares al señalarlos.
-Algunos lugares los irás conociendo con el tiempo -me dijo Nataly-. Por allá Raquel da yoga en las mañanas, y hay otras mujeres que bailan o algunas cosas así, también otras corren temprano. Ese otro es un viejo gimnasio abandonado, ya casi ningún aparato sirve, y los costales están todos parchados, pero es algo.
-Quizá tome yoga con Raquel, las otras actividades pueden ser muy pesadas para mí.
-Suena bien.
-¿Qué es eso? -dije señalando a unas estructuras pequeñas a lo lejos en medio de la calle.
-Son lavaderos, para tu ropa y la de tu bebé. Puedes usarlos solo una vez por semana y tienes solo un balde de agua. Debes tomar el agua del pequeño riachuelo a unos trescientos metros de aquí.
-¿Cualquier día?
-Te parece... ¿Los martes?
-Sí.
Fuimos a la cafetería, aún no entendía como podía existir comida para vender en un lugar donde está era escasa y además no dejaban pasar a nadie; aun cuando le pregunté a mi guía, ella prefirió que la dueña me lo explicara.
Era en una construcción pequeña, tenía todo perfectamente distribuido. En el centro estaba una barra con todas las cosas típicas de una tienda, era evidente que la construcción fue un bar en sus tiempos. A los alrededores estaban varias mesas con sillas de piedra o troncos cortados, la mayoría muy desgastadas. La única iluminación, era la escasa que entraba por dos pequeñas ventanas, y la de una mini televisión cercana a las golosinas.
-¿Cómo te va, Carmen?
-Muy bien, ¿Y a ti? ¿Qué te trae por aquí?
-Se nos hizo tarde para la comida, vengo a pedirte un par de platos. Y también para que conozcas a Alaia, es mi ayudante. Es nueva y quiere saber cómo funciona tu negocio.
-¿Es seguro contarle? -dijo la mujer.
-Claro, de otra manera no vendría con ella.
-Bueno -después de darnos nuestros platos, habló de cerca conmigo en voz baja-. ¿Qué quieres saber?
-Yo... -su tono me ponía nerviosa- Me preguntaba ¿Cómo es que puede haber comida a la venta si se supone que no dejan pasar nada?
-Claro que pueden pasar, cada mes pasa la camioneta de Derecho a Nacer y también la mía. La cosa es, que cuesta mucho dinero sobornar a los militares, más de lo que te imaginas.
-Y por eso, las cosas aquí cuestan cinco veces más de lo que costarían allá afuera.
Ese comentario me sorprendió a la vez que me asustó, comencé a toser y atragantarse con el bocado que tenía.
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Código natal ✔️
Ciencia Ficción•Alaia está embarazada, pero su hijo no tiene permiso de nacer, por lo que deberá huir y buscar refugio en una comunidad de mujeres como ella• Hay personas que no merecen ser padres, o al menos eso es lo que la OCN se dedica a decidir. Desde que las...