│Capítulo veinte│

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No entendía esa interrupción tan abrupta de la conversación, estaba decepcionada del final de la historia y en parte me sentía como una mujer chismosa: debía ver más las noticias

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No entendía esa interrupción tan abrupta de la conversación, estaba decepcionada del final de la historia y en parte me sentía como una mujer chismosa: debía ver más las noticias. Con ese pensamiento me concentré en las noticias que pasaban en la televisión, lástima que el escenario no pintaba nada bien.

Pasaron una noticia sobre mi caso, nuestro caso. Hablaban de como seguían buscándome y sobre la terrible perdida que significaba lo del expresidente ¿Realmente había muerto? ¿Quién lo mató en realidad? Me preguntaba a mi misma. Había logrado hacer una teoría por mi misma, pensaba que quizá el expresidente tenía una especial de asunto pendiente o algún motivo para desaparecer; por eso mismo, tomaron el incidente como una oportunidad de desaparecerlo.

Los reporteros acosaban a los padres de Carlos preguntándoles si sabían sobre las actividades ilegales de su hijo; ellos solo cerraban la puerta mientras lloraban diciendo que él era un buen hombre. Ellos eran los mejores padres que conocí, siempre atentos, apoyando las decisiones de su hijo y aconsejándole, incluso gocé de una suegra que se llevaba bien conmigo. Deseaba poder llegar a ser tan hábil en la tarea de tener hijos como lo era ellos. Ahora muy seguramente estaban confundidos sin poder concebir la idea de que su hijo actuase así.

Un par de lágrimas corrieron en mis mejillas, digamos que una era de tristeza y otra de rabia: me estaba volviendo una llorona, pero al menos tenía las hormonas del embarazo como justificación.

Recordé porque no veía las noticias: las noticias sobre mí, la OCN o los Wilson solo me provocaban un gran rencor y enojo; las "buenas noticias" hablando de lo perfecto que era el mundo desde que la ley natal se impuso, me parecían una perfecta mentira ¡Por eso nadie hacía nada! Con un permiso la vida está resuelta ¿Quién iba a preocuparse por los nonatos?

Mientras más reflexionaba ese hecho, me sentía peor conmigo misma. Yo tampoco estaba haciendo nada, había caído en esa trampa de que el mundo era perfecto. Aun cuando mi esposo trataba de quitar la venda de mis ojos yo solo me cubría, lo abrazaba y cerraba fuertemente los ojos. Tenía algo que podía ayudar, aún tenía su experimento, pero ahora también tenía alguien a quien cuidar.

Nataly había estado insistiendo frecuentemente con que debía ir a Italia para presentar el proyecto a alguien que lo pudiera hacer realidad. Hablaba de un grupo de científicos que trabajaban en nuevas formas de controlar la natalidad, una que se alejara de la marginación del código natal. No me interesaba esa propuesta; a pesar de mi negativa, mi cabeza seguía haciendo preguntas al respecto.

—Nataly ¿Por qué realmente Italia no tiene a la OCN? —cuestioné.

Hizo como si no me hubiese escuchado, y solo respondió mi pregunta cuando Ángela decidió marcharse a caminar un poco.

—La iglesia se niega, ellos están aliados con el Vaticano y no pueden hacer nada sin que ellos lo aprueben. El papa podría decretar lo que sea y los fieles le seguirían, pero no quieren. La realidad es que el Vaticano tiene tanto poder, que no le envidia nada a la ley natal. Además, ellos obtienen muchos más ingresos porque los nonatos se identifican con la religión: todas las demás religiones aceptan la ley natal de una u otra manera. La gente desea ir allá y por consecuencia, realizan mayores contribuciones.

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