—¿Estás jugando? —se burló—. Baja tu juguetito.
La había cargado, pero ni yo misma me sentía capaz de disparar. Respiré profundamente y moví el cartucho: no era un juguete y él lo supo.
—Lárgate —mi voz era más firme, aunque por dentro sentía que iba a desmayarme.
—Baja eso antes de que tu puto hijo salga lastimado.
—¡Aléjate de él! —grité desesperada con el arma temblando entre mis manos y apuntando lo mejor que puse hacía él, no quité las manos del gatillo.
Dante se despertó y lo escuché llorar.
—Ve a atender a tu cría. No me interesa él —se seguía acercando a mí, pero no dejé de apuntarle aún con las lágrimas saliendo—, vengo por el maldito chip —su mirada apuntó a mi sostén. No solo sabía de su existencia, sino que además conocía su ubicación.
—¿Cómo sabes de eso? —le respondí desconcertada.
—Parece que hay personas muy importantes que lo quieren —sonrió—. Hay un boleto de salida en juego.
—¿Boleto de salida?
—Mira, te importa un carajo porque vengo solo dame el puto chip.
Estaba demasiado cerca. Mis amenazas no habían surtido efecto: él estaba tan consiente como yo de que no tenía ese valor.
—Vete de aquí ahora y no voy a dispararte —intentaba ser amenazantes, pero creo que no lo lograba.
—No me jodas. Ni siquiera sabes usarla, dámela antes de que le dispares sin querer a alguien. Y de paso me das el puto chip que no quiero seguir escuchando al crío llorar.
—Al único que quiero disparar es a ti y no va a ser por accidente. Es la última vez, lárgate —bueno, esta vez sí que sonaba más creíble.
Aunque había logrado aparentar un poco más de seriedad en mis palabras por dentro estaba muriendo. La cara del hombre había cambiado, al parecer había logrado hacer que retrocediera unos pasos. Está vez me daba la verdadera sensación de que podría salirme con la mía sin tener que usar el arma.
No tenía el valor.
Aunque el hombre creyera que mi motivo para no matarlo desde que entró era que ni siquiera sabía disparar, en realidad sí que lo sabía. Era solo que no podía. Hace meses que tuve frente a mí al hombre más desgraciado que haya conocido en mi vida, mi cuerpo se estremeció tan repulsivamente ante la idea de su sangre que sentí como me acobardaba y retrocedía como una presa asustada.
Pasaban por mi cabeza mil pensamientos y recuerdos a la par. Venía a mi todo aquello que tenía que ver con Carlos, sin que eso significara nada bueno o malo en particular. Sus ojos la primera vez que lo vi, con ese destello tan puro de bondad; comparados con la última, manchados de sangre y sin esperanza de seguir en pie; pero sobre todo sus ojos reflejados en los de mi hijo. Mi pequeño que seguía llorando en el cunero. Necesitaba ir por él.
De repente todo se sintió en cámara lenta: miraba las cosas como si me presentarán un cuadro por cuadro en la televisión y mis acciones se sentían como si las hubiera meditado por horas cuando todo sucedía en un segundo.
El hombre se hizo hacía atrás cuando me notó tan cerca de disparar. Miraba de un lado al otro, sus ojos se movieron tan rápido como seguramente lo hicieron sus pensamientos; exactamente lo mismo que yo.
Se movió un poco, solo unos centímetros con la rapidez de un claro desesperado intento por recuperar el control que tenía un minuto antes. Fue veloz, pero era claro: iba a tomar a Dante como rehén.
Entonces no lo pensé, no hizo falta nada más en mi cabeza. No analicé las consecuencias, ni pensé dos veces más, no dude ni un segundo.
Disparé.
Escuché el sonido de la bala amplificándose y mis manos que apenas pudieron resistir la vuelta atrás que provocaba la pistola. La bala perforó una parte de su pecho; no tengo idea cuál, pero era una parte importante en el cuerpo. No como cuando solo le disparas en el brazo a alguien y se aleja, no, eso tenía que haberlo matado.
La sangre me salpicó el rostro. Estaba caliente. No era como un cuadro horriblemente sangriento, solo unas gotas prácticamente microscópicas que sin embargo se sentían como si mis manos se hubieran bañado en sangre.
Sus ojos se abrieron sorprendido. Estaba tan aturdido por su inminente muerte como yo lo estaba de mí misma. Se desplomó en el suelo y me sentí como si la que había actuado un segundo atrás no fuera yo.
No, no podía haber sido yo.
La pistola en mis manos, la sangre salpicada en mi cara: había sido yo.
No me dediqué a dimensionar mis actos. Mi bebé había comenzado a llorar de manera impresionante cuando detonó el disparo: me necesitaba.
Salté el cuerpo del hombre, mirando de reojo como su camiseta se tenía de rojo y pronto el piso le seguiría en un charco tal como lo había hecho aquella vez con Carlos. No miré su rostro, no quería.
Dejé la pistola en la cama con cuidado y tomé a mi bebé en brazos. Estaba asustado, podía sentirlo. Sus manitas se movían de un lado al otro y el nivel de su llanto deformaba su bella carita. Lo arrullé suavemente acunándolo con mis brazos.
Poco a poco su silencio me permitió volver a percatarme del ambiente: el sonido de las mujeres volviéndose locas de habitación en habitación había cesado, distinguí el llanto de algunos niños un poco más lejano y las madres tratando de hacerlos callar. Al parecer el otro hombre se había ido, o al menos ya no podía escucharlo más.
Cuando Dante se tranquilizó y los sonidos del ambiente se volvieron casi nulos, creí que todo había terminado; pero, aún tenía mucho que averiguar.
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Código natal ✔️
Science Fiction•Alaia está embarazada, pero su hijo no tiene permiso de nacer, por lo que deberá huir y buscar refugio en una comunidad de mujeres como ella• Hay personas que no merecen ser padres, o al menos eso es lo que la OCN se dedica a decidir. Desde que las...