Capítulo 2: Es una metáfora.

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Mi padre está sentado en la cabecera de la mesa devorando un muslo de pollo, todos los demás comemos en silencio. Hace unos treinta minutos llegaron, charlamos brevemente como si no fuésemos el recuerdo de lo que alguna vez fue una familia y comenzamos a cenar.

Nate ha cambiado.

Siempre fue el tipo de chico: rompecorazones, y no hay manera de no culparlo, está sorprendentemente bueno —podrán imaginarse el nivel de bueno que está para que yo, su hermana, me atreva a aceptarlo. La mayoría de las hermanas decimos que nuestro hermano es asqueroso (aun sabiendo que no lo es) bueno, Nathan es tan bonito que no puedo mentir diciendo que es feo—. Tenía todas las vacaciones de verano sin verlo, las fotos en redes no le hacen justicia. Tenerlo de frente solo me sirve para corroborar que está hermoso. Aunque sea muy difícil de admitir, ya no parece un moco.

Al llegar me contó que ingresó en un gimnasio cerca de su vecindario, lo que explica su musculatura más desarrollada. En ese mismo gimnasio es en el cual todos los chicos pertenecientes al grupo de fútbol entrenan —¿sería mal querer ingresar solo para acosar a Nomar? Bien, es broma...O tal vez no lo es— como es algo del colegio papá no tiene problemas en pagarlo.

Su cabello color chocolate cae hacia el lado izquierdo de su cara, por el momento tiene un corte varonil algo corto, es lacio y muy brillante; su rostro está conformado por facciones maduras y marcadas como su mandíbula y mentón, además de ser completamente lisa y sin una pizca de acné —a diferencia del año pasado que su cara estaba grasienta y repleta de espinillas—, se nota que mi hermano está comenzando a rasurarse el vello facial y eso lo hace lucir muchísimo más maduro; su dentadura —que en algún momento de su vida estuvo repleta de brakects— es perfecta, con dientes alineados y blancos, digna de patrocinador de pasta dental. Todo en él parece perfectamente escogido. Creo que este año habrán muchísimas chicas sobre él.

Mi hermano acompañada a mi padre al devora el pollo en salsa que mi madre antes preparó. Sé que lo ama, también sé que come como un camionero lo cual es normal a su edad

— Creo que el pollo no les gustó —comento con sarcasmo.

Nate me da una mirada de soslayo y sonríe. A pesar de que acaba de cumplir diecinueve sigue pareciendo un crío, siempre haciendo travesuras y desobediendo a todos.

Ruedo los ojos al mirar su comisura repleta de salsa, como dije: es un niño dentro del cuerpo de un hombre.

— Estaba delicioso, mamá.

Coge de la esquina de la mesa una servilleta y limpia el desastre alrededor de su boca.

— Gracias, mi amor. Lo preparé con esa intención.

— Estaba sabrosa la comida, Bethany —habla mi padre mientras limpia sus manos con una servilleta.

El tono en que lo dice es ese tan formal que siempre utiliza con nosotras. Recuerdo bien que siempre ha sido de esos hombres fríos que solo piensan en trabajo.

Me doy cuenta rápidamente de las diferencias entre mi hermano y él, mi progenitor no se ensució ni siquiera la yema de los dedos mientras que Nate hizo todo un desastre.

— Gracias, Nathaniel —responde mi madre tajante, luego se encarga de servir otro poco de jugo.

Cuando todos han dejado de comer me preparo para levantar la mesa.  Lo hago con ayuda de mi madre. Al terminar nos sentamos en la mesa nuevamente.

Noto como mi padre mira el reloj sobre su muñeca luciendo impaciente.

— Creo que es hora de irnos —el susodicho se levanta y comienza a acomodar su corbata. Cómo dije: hombre de negocios.

Estrella Fugaz © [Completa ✔] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora