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Enero. Año 1990.

—¡LÁRGATE! ¡LÁRGATE DE AQUÍ, MALDITO MARICÓN! —Mamá no dejaba de gritar y me sostenía de la mano para que no corriera con Papá.

Él estaba en el marco de la puerta, con una maleta en la mano y llorando a más no poder.

—¡DÉJAME LLEVARME A LA NIÑA Y DAME EL DIVORCIO, NORIA! —suplicaba.

—¡JAMÁS! ¿ENTIENDES? PUEDES IRTE CON TU AMANTE Y SER JOTOS LOS DOS, PERO NO TE DEJARÉ LIBRE Y MUCHO MENOS QUIERO QUE TE LLEVES A LA NIÑA A TU MUNDO DEPRAVADO.

Mamá está tan enojada y me sostiene tan fuerte que duele. Él luce tan triste y más cuando voltea a verme. Sé que quiere venir por mí, pero se detiene y se da la vuelta. Así, él se va.

—¡PAPÁ! ¡PAPÁ! ¡PAPÁ! —gritaba, desesperada y llorando.

Logro que mi madre me suelte y salgo tras mi padre, pero él ya había subido a un taxi y se fueron rápido. Corro y corro, pero no logro alcanzarlo, por lo que caigo en medio de la calle.

No entiendo, ¿Por qué ha hecho esto? ¿Por qué me dejo sola?

Odio estar sola.

Lo odio.

Mamá me toma de la manga y me arrastra de nuevo a casa. Una vez dentro, levanta su mano y me pega una cachetada.

Una, otra y otra vez.

Llora, igual que yo.

Cuando se cansa, se aleja de mí un poco.

—Quiero que entiendas algo, Nora —habla con un tono de voz siniestro y furia en sus ojos—. Tu padre es un mal hombre que nos abandonó. Nunca lo olvides. Es un marica que jamás pudo recuperarse.

Entonces se aleja y se encierra en su cuarto.

Yo me quedo llorando, sola en una esquina de mi fría casa.

Papá... ¿Por qué... te llama así? ¿Por qué... me dejaste?

¿Por qué... tengo que estar sola?

*****

Marzo. Año 1990.

En los meses siguientes, mi madre se volvió mucho más estricta conmigo y yo aprendía (a golpes) a obedecerla para no enfurecerla más. Lo peor de todo no era estar dentro de casa, si no afuera. En la calle escuchaba los murmullos de nuestros vecinos, burlas y risas con la misma frase:

"Su marido la dejó por otro hombre."

Así fue hasta hace un par de semanas que fuimos a la iglesia, como cada domingo, y mi madre conoció a una señora de ropa costosa y elegancia. Su nombre es Helen Harrison. Ella se presentó ante nosotras como la presidenta del "Comité de la Moral", además de ser la mujer más rica del vecindario. Ella, en lugar de burlarse, le dio las condolencias a mi madre. Dijo que no tenía la culpa de que mi padre fuera tentado por el pecado.

Fue algo extraño, su aura era calidad, pero sus palabras me hacían sentir incómoda, pero veía que hacían feliz a mi madre. Por eso estamos aquí, en una fiesta del té que nos ha invitado. Mientras paseaba por la barra de bocadillos, escucho un poco a esa mujer y sus amigas.

—¿Qué les parece nuestra invitada? —pregunta la Señora Helen.

—Se nota que no está sofisticada como nosotras, pero al menos comparte nuestro código de la moral —responde una de ella—. Aunque no me imaginaba que su marido resultara de esos pervertidos pecadores.

—Qué bueno que lo sacó del vecindario, ya no tuvimos que intervenir nosotras —dijo otra más—. ¿Recuerda a esa pareja de mujeres? ¡Qué horror!

—Espero que hayan aprendido la lección, no queremos esa peste en nuestro respetable vecindario. Ya suficiente tenemos que lidiar con personas pobres y de la calle que a veces vienen aquí, ¿Podrías decirle a tu marido que aumente la seguridad por aquí?

—¡Por supuesto! Él haría todo para que nuestros hijos crezcan bajo un entorno seguro y familiar.

Reían mucho y me daba un poco de miedo.

Con cuidado, regreso al área de los niños; pero por más que trato de hablar con otras, ellas son tan indiferentes ante mí. Como si solo me odiaran por el hecho de estar ahí y veía a los niños jugar con su pelota, pero ellos odiaban que las niñas se acercaran a ellos.

Entonces voy hacia el jardín de la casa, un poco lejos de la fiesta de té. Es un área tranquila y que siente segura. Al menos podré ver las flores bonitas que hay. De repente escucho que alguien llora, me acerco hasta llegar a lo que parece una fuente y veo a un niño de cabello castaño claro, camisa azul y pantalones negros.

—¿Qué pasa? ¿Por qué lloras? —pregunto.

El niño voltea a verme y puedo notar sus ojos rojos, además de su ropa sucia.

—Mamá me obligó a jugar con los niños, pero ellos siempre son tan bruscos conmigo. ¡Los odio!

Me acerco al niño. No me gusta verlo así.

Solo.

Igual que yo.

—Entonces, ¿Podemos ser amigos?

Mi pregunta sorprende al niño.

—¿Lo dices en serio?

—¡Sí! —Le extiendo la mano— ¡Quiero ser tu amiga! ¡Me llamo Nora!

Aunque luce asustado, aquel niño toma mi mano y sonríe. Es la primera vez que veo una sonrisa tan amable, pero triste.

—Mi nombre es Matthew Harrison.

—Mi nombre es Matthew Harrison

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Perdóname, AmigaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora