Prólogo

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-Llegas tarde de nuevo- fue lo primero que Elizabeth escuchó al atravesar la puerta.

La chica suspiró y se dejó caer contra la madera. Llevaba un pantalón de Adidas rosa con un buzo a juego y unas zapatillas Nike negras desgastadas. Su cabello rubio que en su momento había estado sujeto a una firme cola de caballo ahora se encontraba despeinado y fuera de lugar.

-Lo lamento abuela- contestó con cansancio- salí a correr.

-Saliste a las dos de la tarde- contestó la anciana- y son las nueve de la noche, Liza, ¿Sabes Lo preocupada que estaba? No puedes ni imaginarlo, por supuesto. No eres consciente de nada. Ni de los peligros, ni de las consecuencias.

-Pero abue...

-¡Silencio!- gritó la mujer- tu abuelo estaba equivocado, criarte aquí fue un error. Eres una incivilizada, irresponsable, maleducada...

Elizabeth no pudo evitar sentirse herida. Su abuela nunca la había tratado así. Siempre había sido amable y tolerante con ella a pesar de sus excentricidades y, aunque nunca le había respondido, jamás se había enojado por más que le preguntara cinco veces al día quiénes eran sus padres y qué había pasado con ellos.

Al ver que por fin había callado, la abuela de Elizabeth se ablandó, abrió los brazos y envolvió a su nieta en un abrazo.

Liza cerró los ojos. No le gustaba ver a su abuela enojada, era todo lo que tenía y no quería que sufriera.

-Perdón abue, trataré de ser más puntual...

-No lo entiendes, querida, no entiendes nada- se lamentó la anciana mientras se dirigía a la cocina- el bosque es lindo, si, pero en la ciudad estarías más protegida, mejor escondida- Liza no contestó, no sabía a qué se refería pero aquello era algo a lo que estaba acostumbrada. En ocasiones su abuela se ponía a divagar de esa manera y no había forma de hacerla volver al mundo real. Cosas de ancianos, suponía la joven.

Elizabeth se sentó en la mesa del comedor y se quitó las zapatillas llenas de barro. Comenzaba a despegarse a suela y la chica lo lamentaba puesto que aquellas pertenecían a su madre y había esperado años hasta llegar a la talla para poder utilizarlas.

-Toma, come, debes estar hambrienta. Apenas comiste al mediodía- le dijo su abuela alcanzándole un plato con ensalada y un vaso de agua con hielo.

-Veo que los cultivos están mejor- comentó Liza- al parecer mi canción ha servido.

De pronto la abuela lucía inquieta.

-No digas tonterías, Liza- la regañó- solo necesitaban algo de sol y agua. Este otoño ha sido duro.

Elizabeth terminó su ensalada y erutó.

-No seas asquerosa, querida- le pidió la abuela levantando la mesa. Liza rió y se dirigió a las escaleras.

-Me daré un baño- le avisó- No limpies el barro de la entrada, luego lo haré yo cuando baje.

La abuela le sonrió y se dispuso a lavar los platos.

Elizabeth entró al baño y se sacó la ropa. Antes de meterse en la ducha, se dió una mirada en el espejo. Si pudiera cambiar algo de su cuerpo, definitivamente serían sus pechos. Los haría más pequeños para poder hacer ejercicio con más comodidad y poder dormir boca abajo.

Sus ojos celestes le devolvieron la mirada. Su abuelo solía decirle que tenía ojos celestes como el agua más clara de un lago, pero donde ella vivía solo habían pantanos y el agua era verdosa y oscura.

Se duchó con rapidez y se envolvió en una toalla. Atravesó el pasillo corriendo tal y como lo hacía desde pequeña y, sin como siempre, el frío de la casa la alcanzaba de todas maneras.

Soltó un gritito y rió mientras se internaba en su cálida habitación, donde su abuela había prendido la estufa y una pila de ropa recién planchada la esperaba sobre la cama para ser puesta en su lugar.

Liza se dirigió a la pila y se dispuso a acomodar todo para luego ponerse el pijama, pero cuando abrió la puerta del armario, toda la pila se cayó de su mano.

La joven abrió la boca dispuesta a gritar pero dos manos la cubrieron y la obligaron a hacer silencio.

Una chica asiática que vestía de negro de pies a cabeza la observaba con detenimiento.

A pesar de los nervios, Elizabeth no pudo evitar reparar en lo bonita que era y en lo feroces que eran sus ojos.

-¡Li, suéltala!- susurró una voz a sus espaldas. Elizabeth sujetó la toalla con las manos, que por poco se le resbala y la chica la soltó.

Liza giró para ver quien había hablado. Era otra chica de su misma edad, probablemente latina.

-Soy Mara López, no te asustes, pero tienes que venir con nosotras.

La joven la miró estupefacta.

-¡Mi abuela!- recordó de pronto con pánico. Estaba sola abajo, ¿Y si la habían acorralado a ella también?

-No te preocupes por ella- le dijo Mara posando una mano en su hombro. Elizabeth se apartó, aquellas desconocidas se habían metido en su casa y no tenía motivos para mostrarse amigable con ellas- le hemos dado una poción del sueño llamada Somnium. Estará sumida en un sueño profundo hasta que vuelvas y para ella será como si no hubiera sucedido nada. Li es muy buena haciendo pociones, ¿Sabes? -Comentó señalando a su acompañante.

Liza dudó y se debe haber notado puesto que Li la tomó de la mano y sin decir nada la llevo hacia abajo por las escaleras. Su abuela se encontraba recostada en el sillón, con una manta estirada sobre ella. A simple vista parecía dormida, pero un brillo azul oscuro emanaba de ella.

Liza tuvo que sujetarme al brazo de Li para no caerse.

-¡Abuela!- gritó y corrió hacia ella. La sacudió con fuerza y siguió gritándole pero nada sucedió, seguía allí con los ojos cerrados como si nada hubiera pasado.

Se le llenaron los ojos de lagrimas pero se contuvo y se volteó hacia ellas.

-¿No sufre?- preguntó. Mara negó con la cabeza y le esbozó una sonrisa tranquilizadora mientras se acercaba para reacomodar la manta.

-Para ella será como despertarse de una relajante siesta.

Liza tragó con nerviosismo, no había nada por hacer. No sabía quienes eran esas personas pero si ella quería que su abuela volviera a despertar debía hacer lo que dijeran.

-Tomen mi mano- pidió Mara y la obedecieron. La chica miró a Liza con precaución- esto puede ser algo confuso- le advirtió.

Y en un segundo se encontrában en un lugar completamente diferente.

Por segunda vez, Elizabeth se desvaneció sobre Li, quien la sujetó y la ayudó a reincorporarse. Liza se sintió una estúpida, la próxima vez prefería caer al suelo.

Observó el enorme edificio a su alrededor, parecía un palacio.

-Bienvenida al Instituto Salem para Brujas, Videntes, Curanderas, Vudú y Hechiceras.

Pink WitchDonde viven las historias. Descúbrelo ahora