Capítulo 2

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Mi vida había sido tranquila y maravillosa hasta que ese niño detestable se mudó a la casa de al lado y trastornó mi mundo. Nunca me habían castigado hasta que conocí a Percy. Nunca me había comportado mal, nunca había hecho ninguna travesura, nunca había fastidiado a nadie, ni había tenido pensamientos malvados. Ahora me pasaba la mayor parte del tiempo la pasaba planeando cómo devolverle a sesos de alga sus fastidiosas bromas, porque, aunque seguía siendo la niñita perfecta, en el fondo me negaba a dejarme ganar por un crío estúpido. Desde hacía tres años Percy no me dejaba en paz; aprovechaba cada oportunidad que tenía de fastidiarme, por lo que yo decidí hacer lo mismo y nuestra guerra parecía no tener fin. Por suerte, con sus estupideces me había ayudado a añadir puntos en mi lista. Definitivamente, quería un hombre que se pareciera lo menos posible a ese sapo asqueroso de Percy Jackson.

Sí, sapo, porque, desde el momento en el que vi el dibujo de un niño sin talento garabateado en mi lista, decidí que ése sería su nuevo apodo: el Sapo. Este mes me había molestado más que nunca. Sería porque pronto se iría al campamento de verano y estaríamos varios meses sin vernos, pero, como todos los años, cuando él volvía de nuevo a casa de su abuela, la paz en mi mundo terminaba y comenzaba el caos. Pero esta vez no se marcharía de nuevo de rositas como el año pasado; en esta ocasión sería yo la última en reír. Todavía recordaba indignada cómo me había fastidiado la acampada en el jardín. Esa tarde había instalado mi tienda de campaña y mi saco junto con el de mis compañeras exploradoras en la parte trasera de la casa. Mi madre les había prohibido a Malcolm y Will salir al jardín, y el vecino estaba castigado en su habitación; aunque tenía su ventana hacia donde nosotras estábamos, en la lejanía y desde una segunda planta no podía hacer nada contra mí, o eso al menos era lo que yo pensaba.

La tarde dio paso a la noche. Después de los juegos de búsqueda de tesoros, nos dedicamos a cantar canciones alrededor de una fogata que papá nos había ayudado a encender. Por desgracia, entre canción y canción podíamos oír los desvaríos de un niño que no tenía otra cosa que hacer que mortificarnos.

—¡Por favor, sacrifiquen de una maldita vez a ese animal moribundo que está sufriendo! —gritó Percy por la ventana, señalándonos.

—¡No somos ningún animal moribundo, somos un grupo de exploradoras y todas nosotras estamos en el coro del colegio! —le contesté indignada.

—Ahora lo entiendo —contestó Percy pensativo.

—¿El qué? —pregunté confusa cayendo en su trampa.

—Porqué el profesor de música es sordo, seguro que fue después de oírte cantar —me acusó vilmente entre las carcajadas de mis amigas.

—¡El profesor no es sordo y tú no tienes oído musical! ¡Si no quieres que le diga a tu abuela que nos estás molestando y añada un mes más a tu castigo, métete en tu habitación y no asomes más tu fea cara por la ventana!

—¡Está bien! ¡Está bien, ricitos! — convino Percy mientras levantaba sus manos mostrando su rendición—. Te prometo no volver a asomar mi cara por la ventana, pero tú deja de cantar, que mañana tengo examen de historia — pidió, molesto por su derrota.

—No te prometo nada —contesté feliz regodeándome en mi victoria. Lo podía haber dejado así, pero, como siempre que estaba al lado de ese niño me salía la vena malvada, azucé a mis compañeras a cantar sin descanso y a pleno pulmón todo nuestro repertorio de canciones de campamento. Y cuando lo finalizábamos, comenzábamos de nuevo. En nuestros breves descansos, oíamos cómo Sesos de Alga gritaba que nos calláramos pues intentaba dormir, pero nosotras seguíamos con lo nuestro hasta que ocurrió lo inevitable: él, como siempre hacía, respondió a mis provocaciones.

Estábamos todas cantando felizmente a la luz de la luna cuando una de mis amigas, Katie, me indicó que algo se movía en la ventana del vecino. Nosotras continuamos cantando mientras observábamos como las ventanas se abrían. Ya estaba preparada para responder a aquel estúpido niño con uno de mis desaires, cuando observamos con atención que no era una cabeza lo que asomaba por la ventana, sino un trasero desnudo.

My Perfect GuyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora