Frederick Chase, por primera vez en dieciséis años, estaba preocupado. Sabía que ese momento tendría que llegar algún día, que su hija se haría mayor y saldría con chicos, pero, para él, Annabeth aún era su niñita. Su pequeña había ido a un baile y aunque suplicó y rogó a su mujer que le dejara ir al instituto a espiar, Atenea se lo había prohibido rotundamente, así que no le había quedado más remedio que esperar en casa sentado en el viejo sillón del salón que había situado delante de la puerta con la lámpara del salón encendida y un viejo libro como compañía. Como no podía hacer nada para vigilar a su hija, les pidió a los gamberros de sus hermanos que la espiaran durante toda la fiesta y que no la dejaran a solas con ese jovencito lleno de hormonas ni un solo instante, pero sus hijos eran unos tarambanas y seguro que se habían olvidado de su hermana en cuanto llegaron al baile. Su último recurso antes de resignarse a perder a su pequeña había sido pedir a Percy que compartiera el coche de alquiler con sus hijos. Con suerte esos dos volverían a las andadas y pasarían todo el tiempo discutiendo, sus parejas se cansarían de ellos y su Annabeth volvería a casa diciendo que odiaba a todos los chicos y los bailes.
—Dios, por favor, que vuelva a casa despotricando del vecino y no con una sonrisa radiante de «me he besado con un joven adolescente y quiero más» — rezó Frederick Chase antes de que la puerta de su casa se abriera con brusquedad y su hija entrara descalza y gritando.
—¡Odio a Percy Jackson y no pienso volver a ir a ningún estúpido baile con chico alguno! ¡De hecho, no pienso salir con ningún chico! ¡Nunca!
—Gracias, Dios mío —murmuró Frederick antes de levantarse del sofá para calmar a su hija.
Sus hermanos, que entraron tras ella, intentaron calmarla y muy pronto no tardó en unirse a la reunión Atenea, que salió de su habitación en la planta superior dispuesta a solucionar una vez más el enfado que su hija tenía con el vecino. Cuando la madre de Annabeth entró al salón adormilada, terminó de despertarse de golpe en cuanto vio a sus hijos con las ropas destrozadas y llenos de morados peleándose, a su hija buscando la escopeta de perdigones con el vestido de noche y descalza, y a su marido persiguiéndola una vez más portando el folleto de ese instituto «sólo de chicas», que no paraba de sacar en cada conversación desde que se había dado cuenta de que Annabeth era toda una mujer.
—¿Qué demonios pasa aquí? —gritó Atenea a pleno pulmón poniendo fin a todo el alboroto.
—Annabeth odia a los hombres y las fiestas —contestó Frederick muy ilusionado.
—Mis hermanos se han peleado en el baile —cotilleó Annabeth en un intento de distraer a su madre de lo que estaba haciendo.
—Percy ha besado a Annabeth... — comentó Will evitando la mirada furiosa de su madre.
—Y por eso... Annabeth quiere pegarle un tiro al vecino —señaló Malcolm librándose de la atención de su madre, que finalmente recayó en su hermana.
—¡Ésa es mi niña! ¡Así se hace! ¡Ven aquí, que te enseño a disparar! — animó Frederick a su hija bajo la mirada reprobatoria de su mujer.
—¡Nadie va a disparar al vecino! — gritó Atenea histérica.
—Annabeth, ¿Te has vuelto loca? ¡Suelta la escopeta de tu padre ahora mismo!
—¡Pero mamá, me besó en la boca y me metió la lengua! ¡Fue asqueroso! ¡No voy a volver a besar a un chico en mi vida! —protestó Annabeth mientras bajaba la escopeta.
—¡Gracias, Dios!, ¡Porque el vecino no sabe besar! Mañana mismo le regalo una cesta de frutas —murmuró Frederick.
—¡Frederick, cállate y déjame a solas con tu hija! ¡Me estás poniendo histérica! —dijo Atenea señalando la puerta del salón.
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My Perfect Guy
Teen FictionDesde que Annabeth vio por primera vez a Percy decidió que su lista sera hecha de todo lo contrario. Y... bueno Percy ,alias el salvaje, solo lanzaba manzanas a Annabeth pidiéndole casarse con ella. Percy: ¿Lista? Mis cojones, me convertiré en tu pe...