Capítulo 37

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Mientras Percy amartillaba las bisagras de las nuevas puertas de las habitaciones, oyó el chirriar de unos neumáticos pertenecientes a un estruendoso deportivo. Sonrió satisfecho al reconocer los furiosos pasos que se dirigían hacia él por el nuevo parqué de la casa, y esperó impaciente el siguiente movimiento de Doña Perfecta, que no tardó mucho en hacerse esperar.

Un precioso zapato de tacón de color azul voló hacia su cabeza precedido de un grito airado de mujer; Percy lo esquivó por muy poco mientras se alejaba de la loca mujer armada aún con el otro de sus peligrosos tacones.

—Percy Jackson, ¿cómo has podido? —gritó encolerizada.

—¿Qué he hecho ahora? ¿Acaso no me he mantenido lejos como me pediste que hiciera?

—¡No! ¡No te has mantenido lejos! ¡Cada dos por tres estás haciendo cosas para estropear mi boda! ¡Primero fueron las invitaciones que tengo que elegir de nuevo porque alguien que no estaba invitado puso su nombre en ellas como si fuera el novio...!

—Admite que mi nombre queda mejor junto al tuyo que el de Don Perfecto —añadió Percy con sorna.

—¡Luego fueron las flores, elegidas por un hombre con pésimo gusto!

—Creí que te gustaban las flores silvestres.

—¡Y por último me entero de que has apostado a que mi boda no se celebrará! ¿Quieres dejar de fastidiar mi enlace? ¡Ya te he dicho una y mil veces que no me casaré contigo!

—Y yo una y mil veces que no lo harás con Don Perfecto.

—¡Tú no tienes derecho alguno a decidir sobre mi futuro! —exclamó amenazándolo con el zapato que le quedaba.

—Tú me lo diste cuando, después de prometerte con ese petimetre, te acostaste conmigo.

—¡Eso... eso fue un error!

—Un error que no hubiera ocurrido si de verdad amaras a ese hombre perfecto tuyo —sentenció Percy enfrentándose a ella.

—Yo lo quiero... —contestó Annabeth débilmente.

—¡Y una mierda! —insistió Percy cogiéndola entre sus brazos y arrojando al suelo el zapato que tenía agarrado como un arma. —¡Dime que no se te acelera el corazón cuando estás entre mis brazos, dime que no te falta el aire teniéndome tan cerca, dime que tu cuerpo no se estremece ante lo que sabes que quiero hacerte...!

—No me... ocurre... nada de... eso —contestó Annabeth nerviosa e impaciente mientras se humedecía los labios.

—No quieres admitirlo, bien, pues dime que pare.

A continuación Percy devoró la boca de Annabeth con impaciencia, dirigiendo su cuerpo contra la pared y haciendo que rodeara su cintura con sus bonitas piernas. El hermoso vestido azul que llevaba puesto Doña Perfecta se arrugó entre las manos de Percy cuando éste lo alzó hábilmente para acariciar sus dulces muslos y su firme trasero por encima de su liviana ropa interior de encaje negra. Percy devoró su cuello, y Annabeth arqueó su espalda contra la dura pared ofreciéndole sus pechos, algo que él aceptó deseoso bajando su escote bruscamente y liberándolos de la presión de sus vestiduras. Ella no usaba sujetador, por lo que sus perfectos senos se bambolearon frente a la golosa boca de Percy, con los pezones erectos y excitados a la espera de sus caricias. Él los lamió lentamente con su áspera lengua para luego succionarlos duramente y mordisquearlos sin miramiento alguno, castigándola con su placer. De la boca de Annabeth no emergió protesta alguna, solamente gemidos de placer a la vez que sus manos buscaban el fuerte cuerpo masculino, acariciando y arañando excitada su fornida espalda. Percy cogió una de sus manos y lamió cada uno de sus dedos, besando la palma de ésta, mientras su otra mano jugueteaba con sus húmedas braguitas. Annabeth echó su cabeza hacia atrás, extasiada, cuando comenzó a acariciar su clítoris y sus manos impacientes comenzaron a buscar el botón de sus pantalones...

My Perfect GuyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora