Capítulo 31

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El restaurante era el más caro y romántico del pueblo, sumamente elegante, con sus pequeñas e íntimas mesas apartadas del mundo iluminadas por unas velas aromáticas con olores a esencias, y una orquesta de música clásica en directo.

Logan me había cogido por sorpresa ese día diciéndome que tenía preparado algo especial para mí. Como recordatorio de la noche en que nos conocimos, llevaba el mismo vestido, aunque me había comprado otros zapatos.

Ya no quería nada que proviniera de Percy Jackson.

Mi vecino había sido y seguiría siendo por siempre jamás sesos de algas, le había devuelto cada uno de sus malogrados intentos de hacer las paces y no atendía a sus estúpidas súplicas de perdón.

¿Es que no se daba cuenta de que él no era mi hombre perfecto, que al fin había encontrado a alguien con quien ser feliz? Un hombre que cumplía todas y cada una de mis expectativas. ¿Por qué simplemente no se rendía y me dejaba en paz?

Yo por mi parte lo estaba intentando; apenas recordaba su molesta presencia excepto por las noches cuando, dormida y sin poder evitarlo, rememoraba los momentos que había pasado entre sus brazos.

A la mañana siguiente me despertaba y me prometía a mí misma no volver a pensar en él, borrarlo para siempre de mi mente, pensar sólo en Logan, sustituir la presencia de Percy por la de Logan en mis sueños.

Pero, aunque mis sueños comenzaran con el príncipe azul, siempre terminaban con el hombre imperfecto. Mi mente estaba algo confusa, pero también decidida a tener al mejor y ése sin duda alguna no era Percy Jackson.

Él tenía tantos defectos como puntos había en mi lista o más...

—¿Qué te ocurre, Annabeth? Esta noche estás algo distraída —intervino Logan interrumpiendo mis pensamientos.

—Perdóname, Logan, estaba algo abstraída recordando alguno de mis problemas.

—Pero esta noche es una velada especial para nosotros, así que no se te permite estar triste —me riñó suavemente alzando mi rostro entre sus manos mientras me hacía responder a una de sus hermosas sonrisas.

—¿Y cuál es la sorpresa que me tienes preparada? —pregunté, muerta de curiosidad.

—¡Ah! Eso lo sabrás al final de la noche, mientras tanto disfruta de la comida. Aquí es exquisita. —Señaló al camarero que me tendiera la carta y yo observé extasiada las delicias que se describían en ella, preguntándome cuán elevado serían los precios para que no los hubieran indicado junto a los platos.

Él eligió un sublime vino tinto, luego despidió al camarero con un elegante gesto de su mano y me recomendó pedir un solomillo a la pimienta con verduras escaldadas. Yo estuve de acuerdo, y él, con una sola mirada, hizo que el camarero atendiera a sus demandas con celeridad y eficacia. Mientras llegaba la comida charlamos sobre su trabajo, que era realmente aburrido, pero él lo hacía ameno contándome anécdotas de clientes y compañeros de lo más divertidas. Yo por mi parte le hablé de mi estancia en la galería de arte, de lo mucho que había aprendido y de todo lo que me quedaba por saber. Le recomendé algunas obras de arte y él me aconsejó alguna que otra inversión. La comida pasó rápidamente entre risas y coqueteos.

Cuando llegamos a los postres, Logan pidió una botella de champán para los dos. Me pregunté si querría emborracharme para llevarme a la cama, pero yo sabía que él era un perfecto caballero y nunca haría eso. Así que lo miré sorprendida con la copa de champán en la mano mientras él se levantaba y caía ante mí, de rodillas. Con la hermosa melodía de un violinista que se acercaba a nosotros como fondo, extrajo una pequeña caja que me ofreció como el más preciado de los presentes. La abrí emocionada, encontrando en ella el anillo más hermoso que había visto jamás, un enorme diamante relucía deslumbrándome, a la vez que Logan me preguntaba:

My Perfect GuyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora