Percy entró nuevamente en la casa y se dirigió hacia la cocina, desde donde provenían unas alegres risas de mujer.
Cuando él entró, las risas cesaron. Annabeth lo miró enfadada. Estaba preciosa con su jersey rojo arremangado y sus hermosos rizos rubios recogidos en una coleta. Las manchas de harina que lucía su rostro le conferían más encanto a su cara de pilluela, de la que en ese mismo instante había desaparecido la sonrisa. La señora Chase lo miró también un poco molesta; seguramente Annabeth le había comentado lo ocurrido, y la única sonrisa que había en esa habitación era la de Leo, que lo retaba a decir algo en su contra.
—¿Qué quieres? —preguntó Annabeth bruscamente.
—Sólo hablar contigo en privado — contestó, y al ver la indecisión en su rostro, añadió—: Por favor. Ella lo siguió al salón, donde esperó impaciente sus explicaciones. —Annabeth, me enfurecí porque ese capullo te estaba mirando el culo en vez de ayudarte.
—¿Pero qué dices? ¡Leo nunca haría algo así! —contestó indignada la joven.
—¡Joder, Annabeth! No te estoy mintiendo, te lo juro.
—Eso es lo que te podía parecer a ti, seguro que te confundiste.
—¿Ah, sí? Cada vez que te agachabas hacia delante se te marcaba el tanga.
—¿No serías tú el que me estaba mirando el culo, y no Leo?
—Annabeth, ¡Pues claro que te estaba mirando el culo! Lo tenía delante, joder, y aún recuerdo lo firme y perfecto que es.
—Eso fue un error que no se volverá a repetir —señaló Annabeth, colorada.
—No me gusta tu supuesto amigo, es falso. Se comporta de una forma ante las mujeres y de otra ante los hombres. Se va a ganar el odio de todos los varones de este pueblo en pocos días.
—¡Leo es simpatiquísimo, tierno y sensible! —defendió Annabeth con vehemencia—, Y si se gana el odio de todos los hombres de aquí será porque son unos brutos retrógrados.
—Annabeth, Leo me ha confesado que quería acostase contigo —manifestó Percy—. Conozco a muchos como él. Tengo varios en mi equipo: son unos falsos que sólo quieren apuntarse tantos con las chicas.
—No digas tonterías, Percy; tuve que persistir para que me acompañara y fue él quien insistió en que solamente éramos amigos.
—Annabeth —reiteró Percy—, ese tío no es trigo limpio. Aléjate de él.
—Lo que pasa es que estás celoso, Percesito—afirmó Elisabeth.
—Sí, mucho —confirmó—. Pero eso no quita que ese tío sea un falso.
—Te apuesto lo que tú quieras a que estás equivocado con él y todo esto únicamente son celos tuyos —propuso Annabeth con ese tonillo de superioridad que él detestaba.
—Acepto la apuesta —consintió Percy antes de que Annabeth cambiara de opinión, pues ya tenía el premio en mente—. Si yo gano, quiero un regalo tuyo estas Navidades, y yo elijo el regalo.
—Y si gano yo, dejarás de fastidiarme con la lista y con la estúpida idea de que estemos juntos. ¿Aceptas? —retó Annabeth consciente de que él nunca aceptaría, por lo que se sorprendió al ver como Percy le tendía la mano para sellar el trato.
¿Sería verdad lo que decía Percy sobre Leo?
No, no podía ser cierto.
Cuando Annabeth estrechó la mano de Percy, éste la atrajo hacia sí y le susurró sugerentemente al oído: —Lo que quiero que me regales por Navidad eres tú misma, desnuda, cubierta únicamente con un lazo rojo.
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My Perfect Guy
Teen FictionDesde que Annabeth vio por primera vez a Percy decidió que su lista sera hecha de todo lo contrario. Y... bueno Percy ,alias el salvaje, solo lanzaba manzanas a Annabeth pidiéndole casarse con ella. Percy: ¿Lista? Mis cojones, me convertiré en tu pe...