Capítulo 23

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Con veintidós años, apenas faltaba uno para que Percy Jackson finalizara sus estudios en la universidad. Los ojeadores cazatalentos ya llamaban a su puerta para posibles fichajes profesionales y tenía ante sí un futuro brillante lleno de fama y fortuna haciendo lo que más le gustaba, jugar al fútbol americano.

Sus calificaciones no eran espectaculares en la simple carrera de Ciencias Audiovisuales que estaba cursando, pero los profesores pasaban mucho la mano a los deportistas. Su futuro se anunciaba maravilloso hasta que en un partido todo terminó repentinamente con el violento placaje de un rival que lo llevó a sufrir una terrible lesión en la rodilla. Lo sacaron del campo en camilla y lo llevaron al hospital, donde lo sedaron, por lo que apenas se enteró de nada hasta que volvió a abrir los ojos y el dolor comenzó a atormentarlo.

La fría habitación blanca lo agobiaba, lo asfixiaba. Mientras intentaba respirar entre esas cuatro paredes, Percy fijó su vista en su vendada e inmóvil pierna. Tocó el timbre desesperado preguntándose cuál era su lesión y cuánto tardaría en volver al campo. A cada segundo que pasaba sin recibir respuesta, se temía lo peor. Unos minutos después, que a él le parecieron horas, entró una enfermera y Percy le preguntó por su médico: quería hablar con él sobre cuándo volvería a jugar. Al percatarse de como la enfermera esquivaba su mirada y sus preguntas, lo supo sin lugar a dudas: su brillante futuro había desaparecido ante sus ojos a tan sólo unos días de la gloria.

Pasó varios días en el hospital, donde recibió las visitas de sus familiares y amigos. Como un autómata, debido a su estado de postración y a no poder ir a ningún sitio, su mente se retraía evitando la realidad. Únicamente podía rememorar una y otra vez la conversación que había mantenido con el médico.

—En unos meses y con dura rehabilitación podrás volver a caminar, incluso a correr —anunció un doctor de mediana edad que cargaba con su expediente.

—¿Podré volver a jugar profesionalmente? —planteó Percy emocionado ante la buena noticia.

—Lo siento, pero has sufrido una lesión muy grave para un deportista profesional: rotura total de los tres ligamentos de la rodilla, la llamada tríada. Los tres ligamentos se han roto por completo, y la operación de reconstrucción no los deja perfectos. Si vuelves a jugar, no será profesionalmente.

—Pero tengo muchos equipos profesionales interesados en mí, ¡no puede pasarme esto ahora! —se quejó Percy—. Seguro que en un año volveré al campo, ¡necesito poder jugar!

—Puedes intentarlo —declaró el médico—, pero esto lo he visto ya muchas veces. En cuanto vuelvas al campo, se te puede reproducir la lesión. Tienes alta probabilidad de que eso ocurra, pues la zona ya está dañada y, por otra parte, no hay muchos equipos que se arriesguen a contratar a un novato con esa carga. Si ya fueses profesional, tal vez habría posibilidades, pero en tu caso...

—Entonces, ¿qué hago? ¿Me rindo? ¿Tiro todo mi futuro por la borda por una estúpida rodilla? —exclamó al médico un enfurecido Percy.

—Alégrate de que la lesión no haya sido más grave de lo que es, lucha por recuperarte y más adelante ya veremos si puedes intentar volver al mundo profesional.

Tras estas palabras, el doctor lo dejó solo, sumido en sus pensamientos.

—Para qué luchar... —susurró en voz baja mientras derramaba en silencio lágrimas de dolor por lo perdido.

Cuando Annabeth volvió ese año de la universidad se extrañó al no ver a Percy en casa de su abuela. Preocupada, preguntó a sus hermanos, quienes, a pesar de no ir a la misma universidad que él, eran amigos inseparables del vecino. Después de los abrazos y besos que recibía todos los años al retornar a casa, se sentó en el porche con una deliciosa limonada junto a Malcolm y Will.

My Perfect GuyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora