Capítulo 24

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Percy Jackson tardó todo un año en recuperarse por completo de la lesión. Como se temía, no pudo volver a jugar profesionalmente y su plaza en el equipo fue cedida a otro alumno mientras él estaba en el hospital. Después de las facturas médicas, apenas le quedaba dinero. Lo poco que había conseguido ahorrar entrenando a novatos y trabajando de camarero en el campus, junto con su cuantiosa beca, habían acabado siendo utilizados para la recuperación total de su rodilla. Percy volvió a casa abatido y sin saber qué hacer. Tras soportar durante semanas las miradas de lástima de su madre y de su abuela, de sus vecinos y amigos, puso sus cosas en una maleta y se marchó a la casa del lago que le había regalado el señor Frederick años atrás.

La casa de dos plantas apenas estaba en condiciones para que alguien viviera allí. Ya a simple vista parecía ruinosa, con su pintura resquebrajada, sus ventanas rotas, muchas de las cuales carecían de cristales, y su puerta desencajada. El interior no era mucho mejor, con muebles viejos llenos de polvo y telarañas. Lo único que había podido arreglar antes de marcharse fue la cocina, que lucía como nueva, y las instalaciones básicas, por lo que gozaba de electricidad y agua caliente.

Lo demás era todo un desastre, pero ese desastre era lo único que le quedaba.

Sacó sus herramientas y se dispuso a convertir ese montón de ruinas en un hogar. Percy sólo salía de su casa para dos cosas: comprar alimentos y adquirir materiales para sus arreglos. Se convirtió en un auténtico ermitaño, aislado de todo contacto humano.

Todos en Olimpia estaban tremendamente preocupados, pero, como ni sus familiares ni sus amigos pudieron sacarlo de su soledad, decidieron darle tiempo hasta la llegada de Annabeth, a la que esperaban impacientemente mientras apostaban cuánto tardaría Doña Listilla en sacar a Percy Jackson de su viejo caserón.

Tardó exactamente cinco segundos en sacarlo de su casa.

Ya que Annabeth se encontraba en el porche con una cerilla encendida en una mano mientras en la otra portaba un bidón de gasolina.

—Percy Jackson , ¡o sales de la casa o le prendo fuego!

—¡No te atreverás! —gruñó el joven desde dentro mientras se asomaba por la ventana.

—¿Ah no? —respondió Annabeth a la vez que arrojaba la cerilla encendida en el viejo suelo de madera del porche. Percy salió con celeridad hacia el exterior y comenzó a sofocar el pequeño fuego que comenzaba a formarse, apagándolo con la suela de sus botas de montaña. Llevaba puestos unos vaqueros rotos y desteñidos, junto con una vieja camiseta blanca llena de polvo que se pegaba a su pecho sudado marcando sus fibrosos músculos.

Su aspecto era desaliñado, con su melena negra despeinada y barba de varios días. —¿Estás loca? —exclamó enfurecido.

—¡Mírate, pero si has salido de tu casa! Y eso que todavía no he utilizado el bidón de gasolina —comentó Annabeth mientras le entregaba el bidón —. Por cierto, el señor Hefesto te manda esto. Te lo olvidaste la última vez que fuiste a su tienda —señaló Annabeth mientras pasaba hacia el interior sin esperar invitación alguna.

Sus zapatillas de lona resonaron por el viejo suelo, y Percy se permitió admirar su cuerpo, recordando todas y cada una de las curvas que lucía bajo esos cortos pantalones azules y esa camiseta naranja bastante ajustada. La casa continuaba llena de polvo y suciedad. La única variación eran las herramientas y los tablones de madera que descansaban esparcidos por el salón y la entrada ocupándolo todo.

—¿Cómo demonios puedes vivir así? —inquirió Annabeth señalando la suciedad acumulada.

—Es lo único que me queda — respondió Percy—, mientras la arreglo no me da tiempo a limpiarla y no tengo dinero para contratar a nadie, así que vivo como puedo y punto. ¿A qué has venido? ¿A atosigarme?

My Perfect GuyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora