Capítulo 28

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Por fin después de dos años regresaba a su hogar.

Ahora era muy diferente a como era cuando se marchó de Olimpia. A sus veinticuatro años, Annabeth había madurado entre las elegantes calles de Nueva York y los suntuosos restaurantes. Su trabajo la había hecho más responsable y paciente, más distinguida y sensata de lo que fue en alguna ocasión. Tras meses de tratar con extravagantes personajes, entre los que podían llegar a catalogarse tanto artistas como clientes, estaba totalmente preparada para volver a ver a Percy Jackson y no saltar ante sus provocaciones. Esta vez venía decidida a no caer de nuevo entre sus brazos como una joven insensata y buscar al fin a ese hombre ideal que la estaba esperando en algún lugar.

Si por un casual Percy Jackson conseguía mostrarle que él era ese hombre, tal vez, sólo tal vez, se rendiría a la evidencia y accedería a su alocada propuesta.

Hacía un año que había cambiado su viejo coche por uno nuevo y más exquisito, mucho más lujoso y apropiado a su nueva imagen de mujer de negocios: un deportivo descapotable de color plateado que apenas aparentaba ser de segunda mano. Gracias a las comisiones de sus ventas en la galería de arte, había conseguido ahorrar algo para poder decidir qué hacer en esos instantes en los que retornaba a casa sin un rumbo concreto marcado en la vida. Lo primero sería buscar a sus hermanos para sorprenderlos con su llegada adelantada y su nueva imagen de chica perfecta. ¿Serían capaces de reconocerla con su nuevo aspecto? ¿La reconocería Percy después de tanto tiempo?

¿O podría jugar un rato con él simulando ser otra?

Tal vez podría enredarse con él en un bar, seducirlo en el baño y después de besar esos excitantes labios, de acariciar esos fuertes brazos y ese musculoso pecho, de dejarse avasallar por su pasión salvaje y penetrar por su duro miembro mientras observaba la imagen de ambos en el espejo y le confesaba entre embestidas quién era, entonces él... ¡Mierda! Todavía no lo había visto y ya se estaba volviendo loca de deseo...

¿Se puede saber qué narices tenía Percy Jackson para hacerla recaer siempre ante su persona?

Lo mejor sería buscar a sus hermanos y olvidarse de Percy por un tiempo, al menos hasta que sus hormonas dejaran de estar revueltas y su cuerpo estuviera menos avivado.

Annabeth Lowell aparcó delante de la tienda de libros del Tío Rick, bajó de su coche dejando a todos los curiosos de los alrededores con la duda acerca de quién sería ella, cerró con delicadeza y guardó las llaves en su bolso rojo de Tous, regalo de un artista algo chiflado por haber vendido todos sus cuadros. Annabeth se dirigió con paso firme hacia la tienda sobre sus tacones rojos de diseño y buscó entre las personas de la tienda a Rick Riordan, uno de los cotillas más grandes del lugar.

Si él no sabía dónde estaban sus hermanos, entonces no lo sabía nadie.

—Buenos días, señor Riordan, ¿me podría decir dónde están mis hermanos? Estoy deseosa de volver a verlos después de tanto tiempo; por cierto, lo veo igual de joven que siempre — comentó Annabeth sonriente.

—Esos modales tan refinados y de perfecta señorita solamente pueden ser de Annabeth Chase —dijo sonriente el viejo tendero mientras la abrazaba fuertemente con cariño—. A ver que te vea —expresó apartándola de sí para fijarse otra vez en su nueva imagen—. Apenas te reconocería si no fuera por tus exquisitos modales. ¿Y bien? ¿Vienes para quedarte, o te irás con tu arte a otra parte? —bromeó el señor Riordan.

—Por ahora me quedaré un tiempo —respondió Annabeth—, hasta que decida qué hacer. ¡Quién sabe! A lo mejor monto aquí un negocio propio y me quedo para enseñarles a todos lo que es el arte.

—Oh, aún recordamos en este pueblo tu artística colaboración a la cabalgata aquel año —se rió Rick al rememorar viejas trastadas de esa jovencita.

My Perfect GuyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora