Capítulo 30

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Todo Olimpia estaba revolucionado con la vuelta de Annabeth.

Cada vez se parecía más a la niñita impecable que era antes de que Percy Jackson se cruzara en su camino. La mitad del pueblo estaba feliz de que Doña Perfecta hubiera encontrado a su media naranja, ya que ella y Logan Apellido Largo, quien era conocido ya por todos como Don Perfecto, eran indiscutiblemente la pareja ideal.

Pero eso era sólo lo que pensaban algunos, ya que la otra mitad de la población de este pequeño pueblo estaba a favor de Percy Jackson, Sesos de Alga. Estos aburridos lugareños mantenían que, sin las discusiones entre Annabeth y Percy, todo sería mucho más tedioso; por lo tanto, si alguien tenía que estar con Annabeth, que fuera aquel que la hacía ser ella misma y no un clon de la perfección.

Como las discusiones sobre este tema comenzaron a hacer que los vecinos se enemistaran, el jefe de policía lo solucionó de la manera simple en la que siempre habían remediado estas disputas: Dionisio limpió el polvo a su vieja pizarra, que llevaba un par de años en el trastero, y la dividió en dos mitades. En una de ellas escribió «Don Perfecto» y en la otra «Sesos de Alga». A partir de ese día se admitieron apuestas: ¿Quién se casaría finalmente con la querida Annabeth? ¿El hombre perfecto o el salvaje apenas domesticado?

—¡Se aceptan apuestas, señores! — gritó el Señor D felizmente en su bar, celebrando la pérdida del hastío y la llegada de Doña Perfecta de nuevo a su hogar.

Will entró en el bar de Dionision a tomar una cerveza y, como pasaba últimamente cada vez que cruzaba esa puerta, todos y cada uno de los ojos que allí había se dirigieron expectantes hacia él. Dionisio le sirvió incluso antes de que él pidiera, y los parroquianos volvieron sus asientos hacia él esperando impacientemente a que hablara.

—Percy lo lleva fatal —comentó Will señalando los puntos marcados en la pizarra.

—Las apuestas están cinco a uno, y por ahora el Salvaje no ha conseguido ningún tanto —señaló Dionisio.

—No, la verdad es que no le va nada bien. Mi hermana no atiende sus llamadas, le devuelve sus regalos y, al mismo tiempo, sigue saliendo con Don Perfecto.

—¿Y qué hace Percy mientras tanto? Porque hará algo, ¿no?

—Sí, hacer que Malcolm y yo le acompañemos continuamente a espiar las citas de Annabeth. En lo que va de mes ha tenido más citas conmigo de las que ha tenido jamás con mi hermana. Si sigue así, Nico le pateara el culo por pasar mucho tiempo con él.

—Tal vez con un bonito presente consiga que lo perdone.

—Compitiendo con ese tío es imposible: si Percy manda un hermoso ramo de flores azules silvestres, Don Perfecto manda dos docenas de rosas rojas. Que decide regalarle un tierno oso peluche, Don Perfecto envía un peluche de un panda de un metro de alto... y así llevamos todo el mes. Y encima, como Annabeth sigue furiosa con Alan, le devuelve todos sus regalos hechos pedazos: las flores las desmenuza, los peluches los apuñala...

—¿Cómo está Petter? —preguntó el Señor D preocupado.

—Pues abatido por los desplantes de Annabeth y furioso con Don Perfecto. He tenido que convencerlo más de una vez de que no puede secuestrar a ese tío y abandonarlo en el desierto.

—Entonces, ¿por quién apuestas? — indagó interesada en anotar a un nuevo jugador.

—Por Percy, siempre por Percy — contestó apoyando a su amigo.

—Pero, por lo que me has dicho, Percy no puede ganar.

—Me da igual, mi hermana no es un juego y, a pesar de que ese tipo sea Don Perfecto, no veo en sus ojos lo que sí veo en los de Percy.

—¿Y qué es lo que no ves en Don Perfecto para que no te guste para tu hermana? —se interesó Dionisio por el bien de su futuro negocio de apuestas.

—Amor, no veo en su rostro al loco enamorado que veo cada vez que miro a Percy. Así que, como soy un romántico empedernido, apuesto por el amor, apuesto por Percy —dejó veinte dólares en la mesa, reafirmando sus palabras—. Además, esta noche vamos a perseguir a Annabeth en otra de sus citas y Percy está más decidido que nunca. Le ha comprado hasta un anillo de compromiso por si en algún momento consigue quedarse con ella a solas. Deséame suerte —pidió mientras se disponía a marcharse—, después de todo, es la primera vez que me llevan a un restaurante elegante a cenar para pedir la mano de mi hermana, espero que no acabe pidiéndomela a mí, porque, como esto siga así, Nico será el que lo abandone en el desierto.

Will cerró la puerta del bar tras de sí y ése fue el momento en el que se abrieron las apuestas acerca de quién sería el futuro marido de Doña Perfecta. Al terminar la tarde los números no favorecían para nada al Salvaje, aunque ya se había decidido que finalmente era Will quien más citas había tenido con el chico de los Jackson.

My Perfect GuyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora