Capítulo 8

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Cuanda Percy se fue a la universidad todos en Olimpia pensaron que la vida volvería a ser igual de monótona que antes; Annabeth se transformó de nuevo en Doña Listilla y ya nadie conseguía alterarla. Todo el año transcurría pacíficamente hasta que llegaban las vacaciones, porque, cuando Percy retornaba a casa, la guerra entre los dos continuaba como si el tiempo no hubiera pasado. La larga tregua que dictaba la distancia se acababa en cuanto volvían a verse de nuevo, y mientras Percy saludaba a su vecina con un «hola larguirucha, ¿te han crecido ya los melones?», ella respondía «idiota descerebrado» mientras le arrojaba un zapato a la cabeza. En ese preciso momento era cuando los habitantes del pueblo volvían a apostar sobre si Annabeth osaría tener pareja cuando Percy regresara, pareja que desaparecería extrañamente, o sobre si a Percy se le ocurriría traer a una chica con él cuando regresaba al pueblo, chica que lo abandonaba en pocos días.

Así, las apuestas de vacaciones pasaron a tratar sobre cuánto tiempo tardarían en espantar a la pareja del otro y cuál sería el primero en conseguirlo. El primer año ganó Percy tras aterrorizar al admirador de Annabeth haciéndole creer que él era realmente un loco homicida que ya se había deshecho de varios de sus anteriores novios.

En las vacaciones de verano una rubia exuberante acompañó al Salvaje a Olimpia. El odio fue mutuo: en cuanto Drew Tanaka pisó el pueblo, lo odió con toda su alma, y en cuanto los lugareños la conocieron a ella, la detestaron profundamente. Se trataba de una joven mimada y egoísta que se quejaba por todo, que no pedía, sino que exigía, y que pretendía que todos estuvieran pendientes de ella. Sólo duró en el pueblo seis horas, y eso porque Doña Listilla estaba fuera haciendo unos recados para la obra de teatro del festival de verano.

Cuando Annabeth aparcó su destartalado coche de tercera mano junto al bar de Dionisio, apenas prestó atención a la rubia pechugona vestida con pésimo gusto y escasa indumentaria, a la que todos miraban con odio que se hallaba en esos instantes hablando por su móvil de última generación con una amiga. Pero cuando pasó por su lado y la oyó nombrar a Percy, puso sus cinco sentidos en espiar la conversación que mantenía mientras andaba muy lentamente hacia la entrada del bar.

—Sí, mamá, sólo tengo que decirle que estoy embarazada y, como educado caballero que es, seguro que lo pesco. Percy Jackson tiene una carrera prometedora como jugador. Si lo engancho ahora, no tendré que competir con las demás busconas... —Tras una pausa continuó— Por supuesto que no estoy embarazada, meses después de la boda le diré que he perdido el bebé y asunto zanjado...

Annabeth había escuchado lo suficiente como para saber que en menos de una hora esa rubia saldría corriendo del pueblo, o incluso menos, si se daba prisa. Cuando Annabeth hubo repartido los folletos para la función de teatro de ese año por todo el pueblo, buscó a Bianca, una preciosa niña de cuatro años que actuaría ese verano por primera vez. Mientras la llevaba a tomar un helado con el permiso de su madre, quien se encontraba en esos momentos en el bar del Sñr.D mirando algo de una pizarra, le comentaba a la pequeña lo importante que era su papel en la obra. —Verás Bianca, tú serás la hija, por lo que vamos a ensayar y si lo haces bien te compro un helado de tres bolas.

—¡Jo, tres bolas! —exclamó excitado la cría—, mamá sólo me deja comer dos. ¡Qué guay!

Las mujeres eran muy previsibles a cualquier edad: «cuanto más grande, mejor», pensó Annabeth antes de toparse con la feliz pareja en mitad de la calle. —Mira, ahí está tu padre, ¡A actuar! —animó Annabeth al niño mientras señalaba a Percy con el dedo.

Y Bianca, la mar de inspirada, corrió hacia Percy y agarrándose a su pierna comenzó a sollozar y a gritar a pleno pulmón: —¡Papá! ¿Por qué me abandonaste? ¿Fue porque fui mala? ¡Papá vuelve, no me dejes solo otra vez...!

Percy miraba asombrado a la chiquilla que se agarraba a su pierna sin saber qué hacer, ni por qué le decía esas cosas, hasta que apareció Annabeth en escena.

—¡Vámonos Bianca, tu padre no quiere saber nada de ti! —exclamó enfurecida mientras separaba a la reticente niña de la pierna de Percy, y continuó—¡No has tenido la decencia siquiera de llamar preguntando por ella! ¡No me has pasado ni un centavo mientras cuidaba de tu hija! ¡Te casaste conmigo por nuestra hija, pero en cuanto tuviste la oportunidad de marcharte de este pueblo no miraste atrás! ¡Y ahora vienes con esta fulana y te paseas con ella por todo el lugar! ¡Te juro que cuando ganes el más mísero centavo te lo voy a quitar todo! —gritaba Annabeth a la cara de Percy dejándolo mudo de asombro, quien, como no supo qué decir, simplemente guardó silencio.

Annabeth se fue con paso enfurecido a la vez que la niña era arrastrada por la calle mientras no dejaba de gritar: —¡Papá, te quiero, no me dejes!

En cuanto los dos entraron en la heladería de la señora Iris, sus rostros se tornaron sonrientes mientras se tomaban sus helados junto a la ventana a observar el espectáculo. La señora Iris, por primera vez en años, también se sentó y dejó de trabajar.

—¡Te juro, Drew, que no estoy casado ni tengo un hijo! Ésa era mi vecina la loca, que siempre que tiene oportunidad me fastidia con alguna de sus bromas. Pregunta a cualquiera del pueblo y verás —rogó Percy a su enfadada novia, que estaba dispuesta marcharse en ese mismo instante con el coche que habían alquilado. —Mira, ya verás —repitió Percy mientras paraba al señor Argos y le preguntaba—¿A que no estoy casado y no tengo ningún hijo, señor Argos?

La respuesta que recibió no fue la que esperaba y, ante una asombrada Drew, el señor Argos contestó: —Claro que estás casado Percy, con Annabeth, y tienes una hija de cuatro años que se llama Bianca.

Drew, encolerizada, le pegó una sonora bofetada a Percy, cogió las llaves del coche y se marchó dejando tras de sí una gran humareda entre el chirriar de las ruedas. Percy, asombrado, se volvió hacia el señor Argos y le preguntó:

—¿Por qué ha dicho eso, señor Argos?

—Porque este año en la función de teatro te toca ser el marido de Annabeth y el padre de Bianca, y como a Annabeth no le quedaban folletos nos pidió que te lo dijéramos en cuanto te viéramos — aclaró el señor Argos tendiéndole un folleto.

—¡Oh, ésta me la pagas, Doña Listilla! —murmuró Percy mientras estrujaba el folleto.

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Atte: Mamá Oggy

My Perfect GuyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora