Capítulo 40

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—¡Oh hija, por fin has llegado! — acudió Athenea emocionada al ver a su pequeña—. ¿Por qué no me cuentas cómo de hermoso será tu vestido? — preguntó.

—Es el vestido más horrendo, más abultado y más lleno de encajes que he visto en mi vida —contestó Annabeth terriblemente indignada.

—Pero por lo menos será cómodo... —intentó indagar Athenea para saber por qué razón su hija había escogido algo así para el día de su boda.

—No puedo dar dos pasos sin llevarme por delante todo lo que tengo a mi lado.

—Bueno, será barato entonces, ¿no? —quiso saber preguntándose por qué su hija, que hasta ese día no se había preocupado mucho por el valor de las cosas, comenzaba a medir su economía.

—Vale más que toda la tienda entera de Madame Mirage; por suerte lo paga mi suegra.

—¿Se puede saber por qué te has comprado algo tan caro, feo y ridículamente incómodo, si no te gusta? —preguntó Athenea algo alterada—. ¡Seguro que te has dejado engatusar por esas dos brujas! Es por eso, ¿verdad?

—No, las estaba manejando perfectamente hasta que...

—¿Que ocurrió, hija mía? — inquirió la señora Chase finalmente preocupada.

—¡Percy Jackson! —fue lo único que masculló ella además de una retahíla de insultos dirigidos a él mientras subía con escandalosas zancadas hacia su habitación.

Percy Jackson había salido esa noche en busca de compañía, pero no de una mujer, bastante problema tenía ya con una como para intentar complicarse con otra. Además, su cerebro solamente podía pensar en una cosa.

¿Cómo demonios hacer que Annabeth rompiera con Don Perfecto?

Podría conseguirlo en un segundo si le contaba a Logan Wade Lerman Goldman III como reaccionaba Annabeth ante sus caricias, como le devolvía sus besos con la misma pasión, o como le era imposible negarse a que él tomara su cuerpo una y otra vez, donde fuera y como quisiera, porque ella, aunque nunca lo reconociera, era suya, y eso no lo podría cambiar nunca ningún Don Perfecto venido de fuera.

Pero con esto, además de decir definitivamente adiós a ese petimetre, también la alejaría de él por completo. Había esperado demasiado tiempo para estar con ella y no quería estropearlo todo, así que, a pesar de lo que sus instintos le decían, Percy esperaba pacientemente a que Annabeth cambiara de opinión.

Bueno, tan pacientemente como podía. Tampoco era de piedra.

En el bar de Dionisio se tomaba una cerveza esperando la presencia de su amigo Nico, que le contarían la reacción de Annabeth al llegar a casa puesto que él estaba ahí visitando a Will, pero la persona que ocupó la silla próxima a la suya fue la despampanante y sexy Alexandra Dadario Lerman Goldman.

Aunque para su gusto también era demasiado caprichosa.

—Hola, guapo, ¿qué hace un hombre como tú tan solito? —se insinuó mientras le acariciaba un brazo con sus inmaculadas uñas.

—Tomar una cerveza y esperar a unos amigos.

—¿Y no prefieres compañía femenina? —añadió acercándose cada vez más a él.

—No, gracias —contestó Percy deshaciéndose de su abrazo.

—¡Pero a ti qué te pasa! —exclamó Alexandra indignada por el rechazo—. No tienes pareja, estás soltero; entonces, ¿qué te impide relacionarte conmigo?

—Estoy enamorado de otra.

—¿Y se puede saber quién es esa chica tan especial? —ironizó Alexandra.

—Annabeth Chase, mi listilla —contestó Percy sin inmutarse mientras seguía bebiendo su fría cerveza.

—Pero... pero esa chica está prometida, ¡va a casarse con mi hermano! —señaló Alexandra confundida.

—Eso ya lo veremos —retó Percy levantándose con brusquedad y dejando un billete en la barra. Percy se marchó del bar de Dionisio sin volver la vista atrás.

La reacción de la morena fue mirarlo enfurecida mientras marcaba el número de su hermano y le contaba una por una las palabras que había dicho Percy sobre su futura esposa.

«Bien —pensó Perseus Jackson mientras se alejaba—, ya era hora de que Logan Lerman se enterara de que tenía competencia.»

My Perfect GuyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora