Capítulo 48

4K 219 69
                                    

Todo Olimpia esperaba con nerviosismo el momento en el que la novia entrara en el templo.

A pesar de que la boda hasta ahora parecía marchar sin contratiempo alguno, los vecinos del pueblo aún hacían apuestas sobre si Annabeth terminaría por casarse con Don Perfecto o si huiría antes de llegar a pronunciar el «sí, quiero».

La iglesia estaba llena a rebosar; no sólo habían asistido al evento los familiares de ambos contrayentes, sino que todos y cada uno de los habitantes del pequeño pueblo esperaban con impaciencia presenciar el rito de los asientos de los invitados y una gran alfombra roja indicaba a los novios el camino hasta el altar.

El novio aguardaba pacientemente junto al altar; las damas de honor y sus acompañantes ya habían sido colocados en su lugar; la madrina permanecía al lado del novio y únicamente faltaba la imprescindible presencia de Annabeth Chase y su padre. La pequeña orquesta de música clásica comenzó a tocar y los niños del coro entonaron una hermosa canción.

Las puertas se abrieron y Annabeth irrumpió de una forma atolondrada y desorientada. Antes de que la novia comenzara a caminar hacia su futuro, una niña de unos cuatro años esparció pétalos de rosas lentamente por el camino. Annabeth agarraba con fuerza el brazo de su padre mientras, absorta en sus pensamientos, continuaba preguntando por Percy sin prestar ninguna atención a lo que ocurría a su alrededor.

—¿Por qué se va, papá? —quiso saber Annabeth, confusa.

—Porque no quiere ver como haces tu vida con otro que no sea él —contestó murmurando el señor Chase.

—Pero el pueblo es lo suficientemente grande para los dos...

—Cielo, si tu madre me dejara por otro y yo tuviera que ver día a día cómo rehace su vida junto a él, no podría soportarlo. Creo que Percy es un hombre muy fuerte, pero todos tenemos un límite, y ese límite para Percy eres tú.

—Pero no puede irse... —manifestó Annabeth.

—Bueno, cariño, ahora lo que tienes que pensar es en tu futuro —indicó Frederick ayudándola a caminar despacio hacia Logan Wade Lerman Goldman III.

Mientras Annabeth se acercaba cada vez más a su novio, el dinero iba cambiando de manos a lo largo del enorme pasillo, pero alguna que otra persona se negó a pagar hasta presenciar el final de la hermosa ceremonia.

El pasillo se me hacía larguísimo.

Con cada paso que daba parecía alejarme más de mi destino en lugar de acercarme a él, y eso no me asustaba: no estaba impaciente por llegar junto a Logan ni por decir el consabido «sí, quiero» ni por comenzar una vida junto a él.

No estaba deseosa de que terminara mi boda para que todos me comenzaran a llamar señora Lerman Goldman III. No sentía esos nervios previos a un casamiento que hacen imposible mantenerse serenas a las futuras esposas, pero sí que tenía todas las dudas del mundo cuando miraba a mi futuro marido. Eso me hizo reflexionar sobre si verdaderamente él era el adecuado.

¿Por qué ahora, justo antes de que mi precioso sueño de la infancia se llevara a cabo, me daba cuenta de que eso no era en el fondo lo que yo deseaba?

Miré a Logan y lo vi perfecto: sin una arruga en su elegante traje, ninguna duda en su hermoso rostro... Era como siempre: la perfección personificada, y fue entonces cuando mi revoltosa mente comenzó a compararlo con Percy, el siempre desordenado y sesos de alga Percy.

Recordé cada una de sus trastadas de cuando éramos niños, rememoré mi primer beso, la primera vez que hice el amor, y todos y cada uno de los veranos que habíamos pasado juntos.

Comparé sus apasionados besos con los de Logan, que no me hacían arder como lo hacían los suyos. Me pregunté una vez más por qué aún no me había acostado con mi futuro esposo mientras que no podía evitar lanzarme a los brazos de Percy ante la menor de sus caricias.

¿Por qué no podía resistirme a él y sí al hombre que había decidido que era perfecto para mí?

¿Por qué podía hablar con Percy de todo y con Logan sólo de arte o de temas serios?

¿Por qué reía con él todo el rato ante bromas estúpidas y Logan nunca bromeaba?

¿Por qué era yo misma entre los brazos de Percy y simplemente Doña Perfecta en los de Logan?

Ante mí se planteó la pregunta definitiva y trascendental que marcaría mi futuro:

¿Quién quería ser yo en realidad: la impredecible y alocada Annabeth Chase o la impecable y previsible Doña Perfecta?

Miré a todos mis vecinos y parientes. Los observé durante unos momentos sin dejar de caminar y noté cómo Dionisio y Rick Riordan discutían sobre una nueva apuesta, vi como mi hermano intentaba coquetear con mis damas de honor con descarados gestos y como el otro no dejaba de darle arrumacos a un furioso Nico Di Angelo, como mi madre apuñalaba con la mirada, cuando creía que nadie la veía, a Deméter Goldman III.

Me percaté de que el señor Argos, el jefe de policía, revisaba todas las entradas a la espera de alguna fechoría por parte de Percy y observé como mi futura cuñada me miraba con envidia y recelo.

Los miré a todos y decidí que, si ninguno de ellos era perfecto, yo tampoco tenía por qué ser Doña Perfecta.

El diablillo rebelde que había en mí, ése que únicamente osaba salir en presencia de Percy Jackson, preguntó una vez más por qué él no estaba allí para raptarme o algo parecido.

Fue entonces cuando comprendí que hasta el último momento había tenido la esperanza de que él aparecería en la iglesia para impedirme, como siempre, que cometiera un estúpido error.

Pero esta vez Percy había decidido concederme lo que tantas veces le había rogado: la libertad de elegir.

My Perfect GuyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora