Capítulo 18

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—¡Esto ha sido un error! —grité una vez más histérica al cuerpo desnudo de Percy que me sonreía con mofa sabiendo que sin duda ese error se volvería a repetir, ya que llevaba todo el verano diciéndole lo mismo cada vez que hacíamos el amor.

Al principio había sido fácil resistirse a sus avances, sólo tenía que pensar que pronto se marcharía y estaría rodeado de chicas. Me dediqué a centrarme en mis futuros estudios y en la nueva vida que me esperaba. Intenté ignorarlo y olvidar la noche que había pasado con Percy en el lago, pero por las noches soñaba con él y con el momento vivido entre sus brazos, así que a la mañana siguiente me levantaba húmeda y excitada, con ganas de tenerlo una vez más dentro de mí.

Así fue como empecé a hacer footing para desfogar mi cuerpo del acaloramiento matutino. Por desgracia, él también comenzó a correr por las mañanas, y ver su cuerpo fuerte y sudoroso no me venía nada bien para bajar mi libido. Percy comenzó a seguirme a todos lados, discutiendo todos los temas de la lista como si fueran negociables, y a rebatir cada uno de los puntos con sus estúpidos argumentos: que, si cómo cantan los ángeles, que, si cómo sabes lo que tienes que regalar, etc., etc., etc. En algunos momentos llegué a desear no haberle hablado nunca de esa lista; en otros deseé hacérsela tragar a ver si así conseguía que se callara y me dejara en paz. Pero fue en uno de esos días en los que ya no puedes más cuando reaccioné haciendo algo que estaba fuera de lugar en la señorita que hay en mí.

Nos hallábamos nuevamente en una fiesta que ofrecía mi amiga Clarisse, apartados de todos porque quería hablarme una vez más de la lista de las narices. Tras escuchar su cháchara durante un buen rato, ya no pude más y, después de ver que no había nadie que nos observara, para que se callara de una vez, me levanté la camiseta y le enseñé las tetas, ya que ese día no me había puesto sujetador. Algo básico y sin sentido, pero que funcionó a la perfección: por fin se calló. Pero su silencio tuvo consecuencias, y antes de atraerme fuertemente junto a su cuerpo me susurró al oído:

—Eso me recuerda los puntos nueve y diez de tu lista.

Esa noche fue algo rápido pero maravilloso: me alzó la camiseta y cogió mis pezones erectos y excitados entre sus labios dando pequeños tirones, haciéndome gemir de placer. Luego los succionó y mordisqueó deleitándose en lo que hacía; me cogió entre sus brazos sin dejar de devorarme los senos, conduciéndome a la parte más oscura y solitaria del jardín. Allí me apoyó en un árbol, metió una de sus fuertes manos bajo mi falda, entre mis muslos, y la deslizó hasta tocar lo húmeda que estaba. Después apartó el tanga hacia un lado mientras me introducía uno de sus dedos y con el pulgar acariciaba mi clítoris. Yo eché la cabeza hacia atrás extasiada; estaba a punto de gritar llena de placer cuando él pareció sospecharlo, porque tapó mi boca con su otra mano dándome la libertad de gritar contra ella, ya que ahogaba el sonido de mi pasión. Cuando estuve a punto de llegar al orgasmo sólo con sus caricias, se apartó de mí, por lo que le mordí la mano como protesta. Segundos después me penetró fuertemente mientras alzaba mi cuerpo y yo le rodeaba la cintura. Él continuó jugando con mis senos, y una de sus manos, que agarraba fuertemente mi trasero, movía mi tanga haciéndolo rozar con mi clítoris a la vez que él me embestía sin piedad. Fue entonces cuando grité como una loca, convulsionándome de placer sobre su miembro mientras él se endurecía más aumentando el ritmo de sus acometidas, explotando finalmente dentro de mi cuerpo. Cuando se retiró de mi interior me percaté de que se había puesto un preservativo y respiré aliviada porque uno de los dos había conseguido pensar en algo antes de aparearnos como animales. Luego me enfadé conmigo misma y le dije, mientras intentaba sin éxito arreglar mi aspecto:

—Esto ha sido un error.

Y caía en ese error todo el verano, porque, cuando discutíamos, nos quedábamos solos, o volvíamos a acordarnos de esa estúpida lista, uno de los dos hacía algo que encendía al otro y adiós cordura.

—¡Lo digo en serio! —le grité a Percy dejando de pensar en el pasado mientras le señalaba con el dedo. Luego me agaché desnuda para buscar las malditas bragas debajo de su cama y cuando su erección acarició mis nalgas, mi sexo se humedeció y me olvidé de todo.

My Perfect GuyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora