Capítulo 39

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Ese día Annabeth deseaba más que nunca que todo el asunto de su boda finalizara pronto, pues llevaba toda la mañana probándose vestidos de novia, a cuál más ridículo y tortuoso que el anterior.

Parecía que su cuñada se quería vengar del lamentable asunto del cubo de pintura obligándola a embutirse en vestidos en los que ni siquiera podía caminar. Por el contrario, su suegra le elegía vestidos de lo más pomposos que eran el doble de grandes que ella y la hacían torpe y lenta, ya que al andar arrasaba con todo lo que hubiera a su alrededor.

—¿No te gusta éste, querida? — preguntó Démeter emocionada.

—Le queda fantástico, mamá — comentó con una pérfida sonrisa su malévola cuñada.

Annabeth se miró una vez más al espejo y rogó porque la imagen que contemplaba ante ella no fuera cierta, pero al abrir nuevamente los ojos su reflejo no desapareció: el vestido de novia por la parte superior era perfecto, se ajustaba a su figura como un guante, era de corte palabra de honor y tenía unas pequeñas mangas con hermosos adornos a los lados. Hasta ahí todo estupendo. Pero de cintura para abajo era tremendamente abultado e incómodo, como las faldas de las princesas de las películas del siglo XVII, o incluso más exagerada, toda llena de encajes y bordados.

«¡Tierra, trágame!», pidió Annabeth frente al espejo mientras sus futuras parientas políticas planeaban cómo meterla en la iglesia con ese vestido.

—No sé, aún no me he decidido — dudaba Annabeth.

—¡Pero si has visto más de veinte vestidos! —protestó ruidosamente Alexandra.

«Sí —pensó Annabeth—, cada uno más feo e incómodo que el anterior.»

—Eres un poco indecisa, ¿verdad? —señaló Démeter como si fuera un gran defecto.

«Seguro que me hubiera decidido si me hubierais dejado elegir a mí, en lugar de traerme todas las monstruosidades que encontrabais por el camino. Podéis ser todo lo sofisticadas que queráis, pero tenéis el gusto en el culo», pensó Annabeth, aunque finalmente dijo:

—Creo que este estilo no va conmigo.

—Bueno, no te preocupes: mamá y yo elegiremos algunos vestidos más. Después de todo, nosotras entendemos más de moda que tú —señaló altanera Alexandra.

—Tal vez yo debería mirar alguno para ver si...

—¡Quita, quita! ¡Tú relájate mientras nosotras elegimos el vestido de tu gran día! —profirió Deméter alejándose decidida, seguida de cerca por la arpía de su hija.

En el momento en el que Annabeth se quedó al fin sola en el vestidor, se bajó torpemente del estrado y buscó en su bolso el teléfono móvil para llamar una vez más a su torturador, que hacía semanas que no cogía el teléfono. Mientras esperaba nuevamente que saltara su contestador, se entretuvo deleitándose con la copa de champán que la exclusiva tienda del pueblo les había ofrecido para amenizar la elección del vestido.

—Al habla Sesos de Alga, ¿qué puedo hacer por ti, listilla? —contestó una alegre voz.

Annabeth se tragó rápidamente el champán de una sola vez y se dispuso a gritar toda y cada una de sus quejas al estúpido de Percy Jackson.

—¡He estado semanas intentando contactar contigo! ¿Dónde demonios te habías metido y qué narices has hecho con mi anillo de compromiso?

—Si no me localizabas en el móvil, siempre podrías haber venido a mi casa, ya sabes donde vivo.

—¡Ni loca pongo un pie en tu casa! Conociéndote hubiera acabado en tu cama.

—Pues ahora que lo dices...

My Perfect GuyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora