Capítulo 44

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—Sabes que no cambiaré de opinión, Percy —sentenció Annabeth bajándose de la encimera.

—Déjame intentarlo —suplicó Percy acercando sus labios a los suyos.

—Nuestra última noche —confirmó Annabeth ensimismada mientras besaba con delicadeza a Percy, dándole con ello una respuesta.

Él la atrajo fuertemente contra su cuerpo, profundizando el beso con una pasión infinita. Luego la tomó entre sus brazos y la llevó en silencio por las escaleras hacia su habitación. Allí la depositó en la cama que había hecho para ella, en la habitación que hacía años compartieron durante las tórridas noches de verano en las que él podía evitar a sus hermanos.

—Al final convertiste este cuarto en tu dormitorio —comentó asombrada Annabeth, ya que ésa era la habitación que ella había utilizado cuando pasó sus días en esa casa.

—Sí, me traía muy gratos recuerdos —sonrió Percy.

—Es muy bonita —elogió Annabeth fijándose en los hermosos muebles de madera que adornaban el lugar.

La gran cama tenía tallados a mano pequeños relieves de hojas de árboles; las dos mesitas de noche hacían juego con la cabecera, y el armario de cedro descansaba en un rincón de la estancia rematando la belleza natural del conjunto. Un par de alfombras antiguas y hogareñas descansaban en el suelo, junto a la cama, y un gran espejo de cobre se situaba junto a la cómoda cerca del cuarto de baño.

—La hice pensando en ti, en que tú vivirías aquí, conmigo —contestó Percy pensativo, admirando la estancia.

—Percy, yo... —comenzó a decir ella, apenada.

—Ni una palabra, listilla, quiero que seas mía por última vez en la que debería ser nuestra cama, en el que debería ser nuestro hogar.

Percy la besó poniendo fin a sus protestas y la tumbó con delicadeza en el colchón. Ella profundizó en el beso, agarrándolo del cuello y besándolo a su vez con la desesperación de saber que no habría un mañana. Percy le quitó la ropa con lentitud sin dejar de mirarla continuamente a los ojos. Su jersey negro voló por la habitación, al igual que sus pantalones; su ropa interior no tardó mucho en seguir el mismo camino y muy pronto estuvo completamente desnuda debajo de él. Percy admiró su cuerpo con cariño mientras con suavidad acariciaba cada una de sus curvas, memorizándolas en su mente para sus futuras noches solitarias. Luego pasó a besar y a lamer cada parte de su delicioso cuerpo, no quería olvidar su sabor. Acarició sus pechos con adoración, besó sus senos con deleite y succionó sus pezones llenando su cuerpo de una intensa lujuria. Annabeth se arqueó impaciente contra su cuerpo cuando él comenzó a acariciar su húmeda feminidad con sus expertos dedos, y no pudo quedarse quieta, pues deseaba tocarlo, besarlo, amarlo, como él la estaba amando a ella. Le quitó con timidez pero con impaciencia su camisa, luego su camiseta interior, que arrojó despreocupadamente a un lado, para acariciar ávidamente su musculoso torso. Tocó despacio sus fuertes músculos con sus delicadas manos y lo hizo estremecer cuando llegó a la cintura de su vaquero, que desabrochó temblorosa, y sólo con su ayuda logró despojarlo del resto de sus ropas. Ella lo atrajo hacia su cuerpo caliente y necesitado y Percy se introdujo despacio en su interior, gimiendo de placer, embelesándose con el modo cómo lo acogía en su húmedo y ardiente cuerpo. Sus acometidas fueron lentas pero placenteras, haciéndola gritar de necesidad. Annabeth arañó su espalda atrayéndolo más hacia su cuerpo, rogándole que no parara, y él la complació entrando más profundamente en su interior y con más fuerza. Llegaron a la vez a la cima del éxtasis y descansaron uno en brazos del otro como dos amantes fugitivos intentando no pensar en el mañana.

Hicieron el amor durante toda la noche, en todos los sitios, con desesperación porque el tiempo parecía acabárseles.

Cuando el sol comenzó a despuntar, Percy la abrazó una vez más entre sus poderosos brazos y le preguntó seriamente, mirándola a los ojos:

—¿Te casarás hoy?

—Sí—contestó su listilla.

My Perfect GuyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora