18

38 2 0
                                    


Will aparcó el coche a veinte metros de la casa.

Tanteó el asiento trasero con la mano, y sacó dos impermeables amarillos, dándole uno a Deán. A Deán le recordó una película que había visto por televisión, no recordó el nombre de la película, pero que comenzaba con un niño con impermeable amarillo y un payaso.

Se pusieron los impermeables y salieron del coche, escuchando caer la lluvia sobre el grueso material amarillo.

Will abrió la cajuela y sacó de ella dos hachas, y le dio una a Deán.

-Esa puerta no se abrirá sola.

Cerró la cajuela, vio hacia ambos lados, luego vio la silueta de la casa y el árbol. Con una mano sacó el cuchillo que guardaba y lo tiró al suelo. Suspiró.

-Andando, chico.

Se encaminaron hacia la casa. En algún lugar, se oyó el tronar de un rayo. Deán se estremeció. Miraba hacia todos lados, como si estuviese huyendo de algo. En el fondo, cubierto por la capa de la rabia, se ocultaba el miedo.

-¡Mierda!- susurró Will.

-¿Qué?- preguntó Deán, alarmado.

Will señaló con el dedo, y Deán lo siguió. Señalaba hacia una silueta pequeña de largo y algo más grande de ancho. Al principio no tenía idea de qué era. Después lo supo. Un perro.

Will se acercó al perro, que estaba de espaldas. Lo miró con una mirada tan fulminante, que Deán se estremeció nuevamente.

El perro dormía.

Will elevó el hacha. El perro abrió lentamente los ojos, y los dirigió hacia Will, y antes de que pudiera percatarse, antes de que pudiera siquiera ladrar, el filo del hacha cayó sobre él, incrustándose en el estómago. El perro gimió. Will elevó nuevamente el hacha y la volvió a dejar caer, y esta cayó sobre una pata del perro, despedazándola. El perro gimió con mayor fuerza, pero sentía demasiado dolor para gritar.

-¡Maldición!- susurró Will.

La elevó por tercera vez y la dejó caer con mayor fuerza. El filo del hacha cayó sobre su cuello y le separó la cabeza del cuerpo limpiamente.

Will sonreía.

Sacó una bolsa grande y negra de uno de los bolsillos del impermeable y la extendió.

Sin mirar a Deán, le dijo:

-Anda, chico, a limpiar.

El Visitante OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora