Will y Deán, 2:24
Will observaba a centímetros de la puerta cómo Deán derribaba el árbol, le estaba costando, y Will pensó que quizá él se debió de encargar del trabajo, pero se dijo que aquella voz le había dicho que Deán era capaz de hacerlo, que era fuerte y que no le fallaría. Pero Will comenzaba a tener sus dudas. Desde ese lugar el agua ya no caía sobre él, porque arriba estaba un pequeño techo donde la lluvia caía. Estaba parado sobre un tapete café con las palabras <<BIENVENIDOS>> en el centro. Se limpió el lodo de las botas sobre este, no porque las quisiera limpias o porque no quisiera ensuciar la casa, simplemente porque manchar ese lindo tapete era algo para matar el tiempo mientras esperaba la llegada del chico. Se quitó la capucha y se quitó los lentes para limpiarlos en sus pantalones. Después volvió a ponérselos y le pareció que estaban peor que antes. Susurró una maldición y volvió a mirar hacia el chico. Ya casi lo lograba, era cuestión de minutos para que se derrumbara. Podía entrar en la casa en esos momentos, de cualquier forma, ya sabía que algunos de ellos lo estaban esperando. Desconocía cuántos estaban despiertos y dónde se encontraban, pero sabía que al menos uno estaba despierto. La niña, ella estaba despierta, podía apostar su último pago a que ella estaba despierta. De hecho, no podía apostar su último pago porque lo había gastado en cigarrillos, alcohol y marihuana.
Sacó la cajetilla, cogió un cigarrillo, se lo puso en la boca y la volvió a guardar. Sacó el encendedor y encendió el cigarrillo, dio una calada y exhaló el humo por la boca. Repitió el mismo ejercicio un par de veces más y lo tiró al suelo. Sacó otro cigarrillo, lo encendió y repitió la operación. <<Joder, chico, si no te das prisa, para cuando vengas me habrá dado cáncer de pulmón>>, pensó Will. Cáncer de pulmón, volvió a pensar. Recordaba que su hermano había muerto de eso, hacía ya muchos años, antes de que Amity se pudriera. ¿O había sido un tío? No lo recordaba con claridad. La demencia comenzaba a carcomer su memoria. Estaba olvidando.
Empezó a tararear en voz baja Hey Jude, una canción que, según recordaba, ponían antes en los bares del pueblo. Los recuerdos, intentaba abarcarlos todos antes de que los perdiera. Pero de una cosa estaba seguro que no olvidaría: su familia. Eso no lo olvidaría, tenía planeado que ese sería su último recuerdo antes de morir. Pero no el recuerdo de su hija Julia con su piel carcomida por la enfermedad, ni su otra hija, Jane, con las venas cortadas, tirada en un rincón de su habitación, con la sangre manchando su piel demacrada, ni su esposa, con gran parte del cráneo esparcido en el suelo de la habitación, rodando en el piso, rogando con unos ruidos guturales que terminara con su sufrimiento. No, deseaba que esos recuerdos fueran borrados de su memoria para siempre, y que en su lugar quedara el recuerdo de todos juntos sentados en el césped del parque, con un gran trozo de tela debajo de ellos, en su intento de hacer un picnic, comiendo la comida hecha por su esposa, riendo por algún chiste contado por Julia o por Jane, mientras la tarde moría detrás de ellos. Ese recuerdo era el que quería conservar para siempre en su memoria, y con eso quería morir.
Sacó otro cigarrillo, lo encendió y comenzó a fumar.
Ya casi estaba, podía escuchar el crujir del árbol. Sólo un poco más, un poco más y ese maldito árbol habría muerto, si es que seguía vivo. El agua le caía sobre la capucha del impermeable. La lluvia y el sudor se mezclaban en su rostro y en el cuerpo. Deán se estaba cansando, pero no podía detenerse, tenía que derribarlo, no sabía por qué tenía que hacerlo, sólo que tenía que hacerlo y punto. Para que así, cuando finalizara, podría encargarse de Margot. Margot era lo único que le importaba, sólo quería vengarse, y, quizá, terminar lo que había comenzado. ¿Por qué no? La vida era corta, y para él, mucho más.
El filo del hacha se volvió a incrustar en el árbol, y en ese momento Deán sufrió un dolor de cabeza que fue en aumento. Estuvo a punto de soltar el hacha y detener temporalmente su trabajo, pero no lo hizo. Se detuvo y cerró los ojos con fuerza. ¿Eran gritos lo que escuchaba en su cabeza? No lo creía, pero al parecer, sí, eran gritos. Pero no de él. El dolor se detuvo momentáneamente y Deán aprovechó la oportunidad para volver a incrustar el hacha en el árbol. El dolor regresó, esta vez más fuerte, al igual que los gritos. No se permitió detenerse, elevó el hacha y la dejó caer sobre el árbol con mayor fuerza. Ya casi estaba, un golpe más y ese maldito árbol no volvería a ver la luz del día. El dolor aumentó, y para Deán ya era casi insoportable, era como si le estuvieran golpeando con un mazo. <<Oh, mierda, me va a estallar la cabeza, si no termino esto rápido y hago que el dolor y los gritos se detengan me va a estallar la cabeza y no le podré hacer nada a Margot. No le podré hacer nada a esa maldita zorra>>. Sus manos flaquearon y dejó caer el hacha. Sentía las manos muy débiles, sin fuerza. Pero podía caminar bien, de modo que le dio una patada a lo que quedaba del árbol con todas sus fuerzas. El árbol crujió y se balanceó, pero no cayó. La pierna le comenzó a doler. Impulsándose con la pierna dolorida, le dio otra patada al árbol, esta vez más fuerte. Deán pensó que había pateado muy fuerte y que su pierna se rompería. Mas eso no pasó. El árbol crujió más y el peso lo obligó a caerse. Se hizo un ruido fuerte que dejó sordo a Deán por unos momentos. El dolor de la cabeza se borró de forma tan repentina como había llegado, al igual que los gritos. Dejó de sentir los brazos débiles, pero el dolor en las piernas no se había ido. Miró el árbol, tendido en el suelo. <<Toma eso, perra>>, pensó, y comenzó a caminar hacia la casa, distinguiendo la silueta de Will que lo esperaba.
Antes de que el árbol se derrumbara, Will sintió un gran dolor en el estómago, un dolor que casi le hizo gritar, pero que al final sólo gimió un poco, tirando el cigarrillo que sostenía al suelo. Se tocó el estómago con ambas manos, sintiendo que la agonía aumentaba. Pensaba que ese sufrimiento no era normal, no podía ser normal. <<Es la niña, es esa maldita niña>>, pensó Will, y, aunque la idea le pareció descabellada, no la descartó. El dolor duró menos de un minuto, pero a él le pareció eterno. Por un momento pensó que todos sus órganos explotarían, y cuando el dolor pasó, se dijo que, si hubiera durado algunos minutos más, era probable que eso pasara. Al igual que el dolor de cabeza y los gritos de Deán, así se fue el dolor de estómago de Will, tan repentinamente como llegó.
El árbol se desplomó, Will vio cómo Deán lo terminaba de tirar a patadas. A él le hubiera resultado gracioso si las circunstancias hubieran sido otras, pero en ese momento sólo sintió furia. El ruido fue tan grande que él pensó que seguramente había llegado hasta el pueblo. Algunas ramas se rompieron y el árbol crujió. <<Bien, la conexión está rota. Tanto como para ellos como para nosotros. Estamos solos, pero nosotros tenemos una mayor ventaja. Sí, una mayor ventaja>>, pensó Will, y se cuestionó si era así. Ellos tenían armas y fuerza, pero los otros tenían a esa niña. Tenían a Ellie, o, como Will la llamaba, la pequeña zorra.
Deán se acercaba corriendo. En sus ojos Will miraba demencia y maldad, como casi todos en el pueblo. Sabía que Deán se parecía un poco a él, al menos en el aspecto de la demencia y maldad y en que ninguno se detendría hasta lograr su objetivo.
Will volvió a pensar en aquella tarde de primavera, cuando su vida parecía tan feliz que podría haber muerto en ese momento y no habría tenido problema, de hecho, parte de él deseaba que ese hubiera sido el último día de su vida. Pero, desgraciadamente, no había sido así.
Allí estaba, frente a la casa, buscando una venganza en honor de todos a los que había amado. Sabía que después de terminar con esa niña, podría meterse nuevamente el cañón de la pistola en la boca y ahora el disparo sí saldría y podría descansar. Y, si tenía suerte, soñaría con ese día de primavera junto a su esposa e hijas.
Se dijo que ya había esperado bastante y dio una patada a la puerta. Esta se estremeció. En el cielo se escuchó un trueno, y el agua de la lluvia comenzó a caer con más fuerza. Dio otra patada, esta vez con mayor potencia, pero la puerta no hizo más que volverse a estremecer. Volvió a patearla un par de veces más, y cuando se dio cuenta de que si seguía así no terminaría nunca, cogió el hacha, la elevó y la dejó caer con impulso sobre la madera de la puerta. El filo se incrustó en la madera, pero no lo suficiente como para atravesarla.
Deán ya estaba a metros de distancia. Ahora no corría, se limitaba a caminar rápido. Cuando vio a Will, miró que sus ojos habían perdido la cordura, pero cuando estos se volvieron para mirarlo, volvían a ser normales, al menos en lo posible.
-Esta puerta es dura. Ayúdame, chico. Ayúdame a destrozar esta maldita puerta, porque si lo hago solo, tardaré hasta mañana- lo pensó un poco, y se corrigió-. Bueno, hasta dentro de unas horas, porque supongo que ya es más de medianoche.
Will la volvió a elevar y la dejó caer otra vez. Finalmente, pudo hacer un hueco del tamaño de una moneda. Susurró unas maldiciones y siguió haciendo su trabajo. Después de unos minutos, Deán también comenzó a destruir la puerta. Los ojos de los dos despedían furia y en ellos no se veía cordura alguna, sin embargo, aún tenían un poco. La cordura de ambos pendía de una cuerda muy delgada, que se iba encogiendo cada vez más, y no tardaría en romperse.
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El Visitante Oscuro
Mystery / ThrillerEllie, una niña de apenas once años, despierta tras haber tenido una horrible pesadilla, la cual no recuerda con exactitud más que dos simples pero estremecedoras palabras: "sangre" y "algo oscuro". Tiene la absoluta certeza de que algo va a ocurrir...