16

43 4 0
                                    


Algo que Paul había ignorado por completo era la lluvia. Una lluvia inmensa caía sobre Amity, semejante (mas no igual) a la sucedida en 1988.

Deán estaba empapado. Cubría la caja de fósforos metida en los pantalones, en la parte de su entrepierna, al lado de su cosa podrida.

La lluvia caía sin cesar, pero a Deán no le importaba, tenía que llegar a esa maldita casa. No permitiría que sus planes se vieran interrumpidos por la lluvia.

Cuando pasó caminando al lado del edificio donde se encontraba Paul, todo su cuerpo estaba empapado y temblaba de un frío casi insoportable.

Pero le restaba importancia. Tenía que llegar a aquella casa. La pistola enfundada en los pantalones no dejaría de servir por un poco de agua, y él no moriría por la misma razón. Es como una gran regadera, pensaba, la regadera de Dios.

Caminó rápidamente por el edificio sin percatarse de aquella silueta observándole desde la ventana. Si la hubiera visto, lo más probable era que le disparara. Erraría el tiro, de eso estaba seguro, pero lo haría de todas formas.

Mas no lo vio. Dejó atrás el edificio, introduciéndose en las calles vacías y oscuras del pueblo.

Caminó durante quince minutos después de dejar atrás el edificio, y durante el trayecto no vio a ninguna persona, ni siquiera a un animal.

Cuando se acercaba al final de una calle, cada vez más cerca de su destino, vio que las luces resplandecientes de un coche se acercaban a él por detrás.

El coche, un viejo Datsun rojo, se detuvo a un lado de él. La ventanilla del conductor bajó un poco, lo suficiente para que una voz ronca y algo anciana le hablara.

-¿Qué demonios hace a solas y bajo este torrente de lluvia a esta hora, joder?

-Lo mismo le pregunto- le respondió Deán en tono serio intentando esbozar una sonrisa sin conseguirlo, aunque no importaba, era probable que el conductor no le viera.

El hombre que conducía el Datsun rió.

-Venga, hombre, suba.

Deán lo hizo sin pensarlo. Qué importaba, llevaba una pistola en el cinturón.

Cuando entró, pudo sentir el aire acondicionado del coche, y se relajó al no sentir la lluvia caer sobre él, sólo escucharla golpear sobre el techo del auto.

El conductor del Datsun era un hombre de unos cuarenta y ocho años, algo viejo, algo obeso, algo canoso. Vestía de manera formal, con un saco y unos pantalones negros, pero no llevaba corbata. Utilizaba lentes, lo que le daba un aspecto intelectual y más anciano. A juzgar por su forma de hablar, había estado bebiendo alcohol hacía unas horas.

-Vaya, pero si no eres más que un chico. ¿Adónde te diriges?

Como Deán había escuchado una vez que la mejor mentira era la verdad, le respondió:

-A asesinar a una familia.

El tipo se carcajeó nuevamente.

-Eres todo un cómico, chico. ¿Cuál es tu nombre?

<<No digas el verdadero>>, le aconsejó su voz interior a Deán.

-Michael. ¿El de usted?

El tipo suspiró.

-Ese no es tu nombre, chico. El verdadero.

Deán intentó no expresar sorpresa, pero fracasó. Intentó decir algo, pero sólo logró titubear. El conductor se acercó un poco a él, y Deán pudo sentir su aliento a alcohol.

-Escúchame, chico. Sé tu nombre, sé quién eres y sé lo que vas a hacer.

El rostro de Deán expresaba estupefacción.

-Señor, desconozco de qué está hablando.

El Datsun giró al finalizar la calle, en los límites del pueblo. Después giró nuevamente, adentrándose en un camino que Deán desconocía por completo, y estaba seguro de que ese camino no existía, jamás lo había visto.

Al finalizar el corto camino, apenas unos quinientos metros, volvió a girar izquierda, y dentro de poco estaban fuera de Amity. Deán lo supo cuando vio la alambrada, pero ahora estaban del otro lado.

-¿Quieres que te lo diga de forma más concreta? Llevas una pistola en el cinturón, un cuchillo en un bolsillo del pantalón, una caja de fósforos en la entrepierna y una lata de gasolina en el suéter. ¿Quieres que te diga también lo que vas a hacer con eso?

Deán no contestó.

-Bien. Vas a asesinar a una familia. Quizá primero los torturarías y después los matarías, y finalizarías tu acto incendiando la casa. Perfecto. Un crimen muy bien hecho. Al final, ¿quién te va a arrestar? No es más que una familia sin importancia. Y no pertenecen al pueblo, así que a nadie le importaría.

-¿Cómo es que...?

-¿Cómo es que lo sé? Él me lo dijo.

-¿Quién? ¿Dios?

Esta idea le hizo estremecer a Deán. Si se lo había dicho Él, entonces sus planes se derribarían.

-No, quizá es un tipo de Dios, pero no el Dios que tú conoces. Te lo explicaría, pero no es necesario.

Deán no se percató al instante, pero el Datsun había girado, y ahora estaban en el camino de tierra.

-¿Qué es Él?

-Es un... un... bueno, una especie de entidad. Un Dios, quizá. No estoy del todo seguro.

-¿Y quiere que evites que los asesine?

El tipo sonrió.

-Para nada. Quiere que lo hagas. Pero no será tan fácil. Por eso estoy aquí. Para ayudarte.

-¿Ayudarme?

-¿Eres idiota, chico? Ayudarte, ¿lo comprendes? Te ayudaré a matar a esa puta niña.

-¿Qué niña?

-La chica que vive allí. Creo que su nombre es...

-Ellie.

-¡Ellie! ¡Exacto! Tenemos que matarla.

-¿Por qué? Es decir, ¿por qué la quieres matar tú?

-Bueno, te lo podría explicar, pero dudo que me creas.

-Inténtalo- dijo Deán, intentando no sonar descortés.

Y Will lo hizo. Se lo explicó como se lo habían explicado a él, y mientras lo hacía, el rostro de Deán se volvía una mueca de estupefacción, miedo, horror, incredulidad y finalmente, rabia.

El Datsun avanzaba con gran rapidez. Cuando Deán dirigió la vista hacia el marcador de la velocidad este indicaba 110.

-Mi nombre es William, pero dime Will, compañero.

Will alargó la mano.

-Deán- dijo, y se la estrechó con firmeza.

Acercó su rostro a la ventanilla. Desde esa distancia ya podía divisar la silueta de la casa de los Dinsmouth.

-Ya voy por ti- susurró, sin saber del todo a quién de los tres se dirigía.

El Visitante OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora