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Muchas veces había luchado contra el insomnio, esa noche, mientras escuchaba el chocar de la lluvia contra la ventana y el techo, acostada en su cama (el monstruo de afilados colmillos, como lo describía), mirando el techo con su mente vagando, luchaba contra el sueño.

No escuchaba más que la lluvia. El sueño había atentado algunas veces, pero había logrado hacerlo desaparecer.

Esperaba. Esperaba que lo que tuviera que ocurrir ocurriera ya o no ocurriera nunca. Pero pasaría, el presentimiento no había disminuido, sino que iba en aumento.

Había meditado algunas posibilidades. ¿Llamar a la policía? ¿A qué policía? ¿Por qué medio? No tenían teléfono. ¿Decirle a su madre? ¿Y si sólo eran simples divagaciones? Además, ¿qué podría hacer ella? Nada. ¿La casa era segura? Ella creía que sí. Las puertas eran resistentes, las ventanas eran pequeñas y no había muchas, sólo había una puerta para entrar y salir de la casa.

Una duda aún más importante y terrorífica se filtraba por su mente: ¿A qué se enfrentaría? ¿A un monstruo o un humano? No hay peor monstruo que el humano, pensaba.

Tenía que decírselo. No había otra opción. Si no era demasiado tarde podrían escapar o esconderse o idear algo para defenderse (¿defenderse de qué?).

Se levantó de la cama y se acercó a la puerta, y cuando su mano estaba en el picaporte de ésta se detuvo, debatiendo entre decírselo o callarse, esperar, y quizá no fuera más que una tontería.<< ¿Pero y si no lo es?>> Esa pregunta era la que más penetrante de todas. Las preguntas ¿y si no lo es?, ¿y si lo es?

<<¡Díselo!>> le gritó <<ella>> desde lo más profundo de su mente.

Y entonces tomó una decisión.

Decidió no decirle nada. 

El Visitante OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora