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El insomnio había dominado a Margot, y parte de esta imposibilidad de dormir se debía a una preocupación que le pinchaba la mente: Deán. No conocía del todo a Deán, su relación se había basado simplemente en fumar, beber alcohol, besarse y, si ella no lo hubiera impedido, tener sexo. Desde el comienzo sabía que Deán no era un buen chico, al igual que sabía que la relación que tendría con él no sería productiva ni la beneficiaría, sino todo lo contrario. Sabía todo eso, sin embargo, lo hizo, se unió a Deán a pesar de todo, porque estar con él era una forma de... escapar. De escapar de esa casa, de escapar de su madre, de su hermana y del alma de ese pueblo maldito. Con Deán podía ser diferente, podía ser ella misma, y podía hacer cosas que hacía unos años no se habría permitido ni pensar, como fumar y beber. Pero todo había llegado al punto culminante cuando le vio eso a Deán. Fue como si hubiera despertado de un sueño y volviera a la realidad, una realidad en que Deán podía ser un chico peor de lo que ella pensaba. Había escapado de él de una forma disimulada, pero el chico no era estúpido, y Margot lo sabía. Ese día había visto en sus ojos algo que posiblemente había estado allí todo el tiempo y ella no se había percatado: maldad. Una maldad que había hecho que Margot estuviera a punto de echar a correr. Posiblemente Deán había visto en los ojos de ella y había visto miedo, quizá no al instante, o en ese momento no había comprendido el porqué, pero Margot sabía que tarde o temprano lo comprendería. Porque hasta ese día Margot no se había percatado (o no se quería percatar) de que estaba con un demente. Tan demente como la mayoría de las personas de ese maldito pueblo. Quizá peor.

Y ahora, sentada al borde de la cama, pensaba que quizá Deán era capaz de matar. Recordaba la vez en que un chico había mirado sus senos, y Deán lo había visto. Se había encaminado hacia él y antes de que el chico (de quizá no más de doce años) pudiera articular palabra alguna, Deán le había roto la nariz de un puñetazo y lo había tirado al suelo, y ya allí, lo había comenzado a patear con una brutalidad tal que Margot pensaba que lo terminaría matando y que debía llamar a la policía. Pero no lo hizo, se limitó a mirar, a quedarse allí, inmóvil, dejando que él siguiera lastimando al chico. Y lo habría matado (antes no lo había creído, pero ahora sabía que eso era probable) de no ser porque un adulto con poco cabello de quizá cuarenta años le había gritado que se detuviera. Pero Margot sabía que si a Deán se le antojaba hacerle algo a ella o a su familia no habría nadie para detenerlo. Estaban en el medio de la nada, el teléfono no servía y de cualquier modo para cuando la policía llegara él ya habría podido saciar su sed de venganza y escapar.

<<Pero no lo hará, no lo hará porque posiblemente no notó nada y porque no es más que un chico como los otros, no un asesino. No hará nada porque todo esto no son más que divagaciones mías provocado por un miedo estúpido y el sueño. Sólo es eso>>, pensaba, tratando de tranquilizarse. Se obligaba a creerlo, a creer que nada malo ocurriría porque Deán no era un monstruo, sólo era un chico de diecisiete años drogadicto y alcohólico que posiblemente en esos momentos estaría viajando por el mundo fantástico de la droga, fumando, ebrio o todo eso a la vez. Estaría haciendo de todo menos planear un asesinato. Pero, ¿realmente creía eso? ¿Creía que Deán era casi inofensivo? Deán no tenía a nadie, sus padres estaban muertos y no le quedaba ningún familiar, ni siquiera un amigo. Todo lo que tenía en la vida era a Margot, y ahora lo había abandonado. Lo había abandonado sin más, ¿cómo pensaba que reaccionaría Deán, pensaba que lo aceptaría sin más? Eso era lo que ella intentaba pensar, pero sabía que no era verdad.

<<Está enfermo, Margot, tiene esa enfermedad que ronda por todo el pueblo. Morirá pronto, ¿qué más le va a importar cometer un asesinato, si al fin y al cabo se va a morir? Lo dejaste, Margot, lo has abandonado. ¿Sabes hasta que límites puede llegar ese chico? ¿Lo sabes?>>.

-Oh, Dios, ¿qué he hecho?- susurró Margot, sollozando. Miró por la ventana que estaba atrás de la cama, pero desde esta no podía ver nada más que tierra. La puerta de la casa estaba del otro lado. La única que podría ver si alguien llegaba era Ellie, y Margot pensaba que en ese momento ya estaría durmiendo. Se levantó de la cama y salió de la habitación. Por un momento quedó allí, de pie en el pasillo, inmóvil, pero al cabo de unos segundos reaccionó y comenzó a bajar las escaleras. Cogió un cuchillo de la cocina y lo puso en la parte de atrás de sus pantalones. Sabía que era peligroso ponerlo allí, pero en ese momento había más peligros que un corte en el trasero. Se sentó en uno de los sillones, mirando fijamente la puerta y levantándose de vez en cuando para ver por la ventana, sosteniendo el cuchillo con fuerza. De una cosa estaba segura: esa noche no dormiría.

El Visitante OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora