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El cuerpo de Spayk había sido depositado en la bolsa y arrojado por Deán hacia la nada. El cadáver del perro hizo ruido al caer contra el suelo. El chico temió que alguien lo hubiera escuchado, pero pensó que eso era casi imposible porque la lluvia caía en torrente y apenas podía escuchar el sonido de sus pisadas y respiración. Will lo esperaba a pocos metros de distancia. Deán apuró el paso hasta estar junto a él.

-¿Ya vamos?- preguntó Deán, en una mezcla de impaciencia y miedo. Sentía miedo por las cosas que podrían pasar a continuación. No miedo por matar a alguien, eso era lo de menos, miedo porque las cosas salieran mal.

-Espera, chico, tenemos toda la noche. No se irán a ninguna parte- dijo Will en un tono despreocupado. Sacó una cajetilla de cigarrillos, tomó uno y le ofreció uno a Deán, que se negó. Las manos de Will estaban enguantadas. Ocultó el cigarrillo de la lluvia y sacó un encendedor. Lo encendió, protegiéndolo del agua con una mano mientras lo hacía. Dio una calada y el humo salió de su boca. Cerró los ojos, disfrutándolo. Guardó el encendedor y la cajetilla y tiró el cigarrillo en el suelo-. Bien. Coge tu hacha y empecemos. Puede ser tan corto como un disparo al cerebro o tan largo como el cáncer. ¿Aún tienes la gasolina y los fósforos?

Deán se palpó los bolsillos de los pantalones. Había decidido cambiar de lugar la lata de la gasolina y los fósforos dado que la ropa y el impermeable los protegerían. Cogió su hacha, que la había dejado en el suelo y Will también lo hizo.

Caminaban hacia la casa, uno al lado del otro. La distancia entre ellos y ese lugar se reducía cada vez más; cincuenta metros, cuarenta, treinta...

Will pensaba, pensaba en el pasado y en cómo todo había ido a parar a ese momento, a ese lugar y a esas personas. Recordaba que hacía sólo doce años ese pueblo era la antítesis de lo que ahora era. Era un pueblo agradable con personas agradables, no era perfecto ni puro, pero un lugar en el que se podía vivir con tranquilidad. Will había nacido en Amity, había crecido en Amity, se había casado en Amity y había logrado formar una familia en Amity. Había estado allí y había visto con horror cómo el pueblo se carcomía lentamente. Pasó del azul al negro. Y Will había visto y sentido aquel ritual, había visto cómo los lugares que había amado se derrumbaban (tanto de forma literal como emocional), cómo las personas que había amado se iban del pueblo, morían o se suicidaban. Su madre había muerto por la enfermedad, y poco tiempo después su padre se había suicidado colgándose en el sótano. Will había tenido dos hijas, una de trece y otra de quince, y una esposa. Eran lo único que a Will le importaba en el mundo, y cuando las vio morir lentamente por la enfermedad, cuando vio cómo sus rostros y piel se demacraban, cómo sus ojos perdían vida, cómo su voz se tornaba más muerta y cómo, finalmente, habían muerto, aunque para Will habían muerto hacía mucho tiempo antes de que sus corazones dejaran de palpitar. La primera había sido Julia, la que tenía trece años, que había muerto por la enfermedad después de lidiar con ella por meses. Después había sido Jane, la de quince años, que se había suicidado cortándose las venas en su habitación. Finalmente, su esposa, Janice, que se había quitado la vida disparándose en la cabeza con la pistola que tenían para defenderse en casos extremos, y lo había utilizado para eso, para defenderse de la enfermedad. Por desgracia, Janice no había muerto del todo, porque cuando Will llegó estaba revolcándose de un lado a otro en la habitación. Había sangre y se había volado parte del cráneo, pero aún se movía, y Will se había visto obligado a dar el disparo final. En ese momento, su cordura se había estado desvaneciendo, y en aquellos momentos, camino a la casa de los Dinsmouth, su cordura pendía de una cuerda muy delgada que no tardaría en romperse.

La enfermedad no había llegado a él, por más que lo había deseado, por más que lo había pedido, no había sido así. En una ocasión había intentado suicidarse metiéndose el cañón de la pistola en la boca. Había apretado el gatillo, pero no se había efectuado disparo alguno. La pistola estaba completamente cargada y funcionaba, porque después de que había apretado el gatillo y no había pasado nada, había probado disparar contra la pared, y el disparo sí había salido, pero cuando lo volvió a intentar contra él, no había pasado nada. Lo había intentado muchas veces, pero no había pasado absolutamente nada.

Su hija, Jane, había dejado una nota. Una nota realmente corta, pero que Will había conservado y que llevaba en el bolsillo del pantalón en los momentos en que caminaba hacia esa casa. La nota decía, en letras casi confusas y en mayúsculas: LO SIENTO, PERO YA NO LO SOPORTO MÁS.

La noche en que se había intentado suicidar, sin éxito alguno, tuvo un sueño. Un sueño que para Will fue real. No recordaba dónde se encontraba ni porqué estaba allí, sólo sabía que debía hacer algo: escuchar. Una voz, que desconocía por completo y más tarde no recordaría de qué género era, ni siquiera estaba seguro de que tuviera género, le había hablado. Le había hablado y le había dicho que había algo que podía hacer en honor a la muerte de sus hijas y esposa. Algo que no las reviviría, pero que lo dejaría satisfecho. Una venganza, por decirlo de alguna forma. Esa voz le había hablado, y Will había escuchado; le dijo todo lo que tenía que saber, le contó sobre los Dinsmouth y sobre Deán, le contó sobre Amity, le contó sobre aquel árbol viejo, le contó todo, y Will había comprendido. Al día siguiente, esperó hasta la noche, como la voz le había indicado, y había salido con su Datsun rojo en el lugar en el que se le había dicho que debía estar para recoger al chico. Antes de salir de casa, había cogido una botella de licor que tenía en casa y la había bebido toda, en una forma de festejo. Un festejo, sí, porque esa noche vengaría a su familia y a todos a quienes la enfermedad les había hecho daño. Estaba ebrio, pero Will apenas lo sentía.

Estaban a escasos metros de la puerta de la casa. Deán miró hacia arriba, hacia una ventana, esperando que alguien descorriera las cortinas y los miraran. No pasó, pero pensaba que, aunque hubiese sucedido no habría afectado mucho la misión, sólo la habría hecho más rápida. Will se posó frente a él y le dijo, en un volumen bajo que no era un susurro:

-Bien, chico, antes de comenzar todo, tenemos que derribar ese árbol- señaló con el dedo índice el árbol que estaba detrás de ellos-. Porque, si hacemos esto y ese maldito árbol está intacto, no servirá de nada.

-¿Por qué?- preguntó Deán, pensando que quizá el alcohol le había dañado el cerebro al hombre.

-Como te dije antes, chico, si te lo explicara, difícilmente me creerías. Tú sigue mis órdenes y tendrás lo que quieres, que es matar a esa chica...

-Margot- completó Deán. Hablaba en susurros, temiendo que alguien los escuchara dado que estaban muy cerca de la puerta. En cambio, Will sonaba despreocupado.

-Ve a derribarlo. Yo romperé esta maldita puerta y comenzaré. No te esperaré. Así que date prisa. Pero te guardaré a esa chica... Margot. Yo sólo necesito a esa puta cría.

Deán asintió, y antes de dirigirse hacia el árbol, preguntó:

-¿Por qué no intenta razonar? Es decir, no demostrar sus verdaderas intenciones. Llamar a la puerta e intentar que abran sin necesidad de romperla.

Will sonrió, divirtiéndose con la ingenuidad del chico, y le dijo:

-Porque ellos ya saben que vamos a llegar.

En el cielo, se hizo sonar otro rayo, y por un momento iluminó el lugar de tal forma que la oscuridad se borró, para, en cuestión de un segundo, devolverla.

El Visitante OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora