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Margot y Rachel, 2:05

Cuando finalizaron el abrazo, Rachel fue al sótano. Abrió la puerta, y como siempre, chirrió. Se dijo que la arreglaría en unos días, pero una parte de sí dudaba que hubiera otros días. Las escaleras también chirriaban, amenazando con romperse. El olor a veneno aún persistía, más vago, casi se había difuminado del todo, pero una parte aún estaba allí. Había una estantería en la que había herramientas, algunas medicinas caducadas, cintas adhesivas e incluso algunas películas en formato VHS. Y, abajo de todo, en la primer estantería, había una caja de metal. Rachel se agachó para recogerla, y escuchó el crujir de algunos huesos. Hizo una mueca de dolor y cogió la caja. La observó, como si fuera peligrosa, como si dentro de esta se encontrara algo muy malo. Y así lo pensaba. Apartó algunas cosas de una estantería y dejó la caja allí. Se debatió entre abrirla o no. Se dijo que el tiempo era corto y tenía que darse prisa. Abrió la caja, haciendo un ruido metálico. Allí estaba, el viejo revólver plateado de Norman, aún perceptibles algunas manchas de sangre seca. Rachel lo cogió y lo miró con horror, como si le fuera a explotar en las manos. Recordaba que en algunas ocasiones Norman le había enseñado a utilizarla, a cómo disparar y a cómo abrirla para ver sus balas. No recordaba mucho de eso. Norman le había enseñado pocos días antes de morir, quizá sabiendo que pronto se iría y tenía que enseñarles a defenderse. Recordaba que los últimos días sus ojos parecían cansados, tenía grandes ojeras, su mente rondaba constantemente entre la realidad y lo que no lo es, a veces gritaba en sueños. Pero Rachel nunca supo con exactitud qué fue lo que le había pasado. Demencia, esa era la explicación más lógica, sin embargo, a Rachel le costaba creerlo. Norman no parecía el tipo de persona que puede enloquecer, parecía una persona normal, alguien bueno. Pero de repente algo cambió en él. A los pocos días de mudarse a esa casa, algo cambió en él. No sabía qué provocó aquello, y eso le molestaba, pero algo había pasado...

Volvió la mirada al revólver, lo abrió y revisó las balas. Estaban todas a excepción de una. Cerró los ojos, conteniendo el llanto. Subió las escaleras y cerró la puerta, pero esta no se cerró, quedó abierta, dejando pasar un poco de luz por el espacio entre la pared y la puerta. Rachel llegó hasta Margot, que estaba sentada en el sillón, sosteniendo el cuchillo con ambas manos. Cuando escuchó que su madre se acercaba, se dio la vuelta y señaló lo que tenía en su mano, preguntando, casi en un susurro:

-¿Qué es eso?

Rachel la miró y la elevo un poco para que Margot la observara mejor.

-El revólver de tu padre- dijo con voz cansada y grave.

-¿Es con el que...?- comenzó Margot, pero no pudo terminar porque sentía que la garganta se le cerraba. Intentó no llorar. Sus ojos se pusieron un poco rojos y unas lágrimas salieron de estos.

-Sí. Es la única arma que hay en esta casa. Espero que no sea necesario utilizarla, pero si lo es... Tengo que enseñarte a usarla. Por si acaso.

-No, mamá. No quiero tocar eso. Por favor, no quiero ni siquiera verlo- su voz se comenzaba a quebrar, si seguía hablando, rompería en llanto.

-A mí tampoco me gusta la idea, pero no hay opción. Tienes que aprender. ¿Entiendes? El tiempo es poco, no sé por qué lo sé, pero así es. El tiempo que queda es poco. Y hay que utilizarlo.

Margot no dijo nada, y al cabo de algunos segundos, asintió con la cabeza. Rachel se acercó a ella y la volvió a abrazar. Margot hizo lo mismo. Entonces, se permitieron llorar. Cuando finalizaron, Rachel le comenzó a enseñar a utilizar el revólver.

El Visitante OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora