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Ellie no salió del cuarto de enfermería hasta que las clases terminaron. Le pidió a Paul si podía quedarse allí hasta que terminara, y este, después de meditarlo un poco, aceptó. Ellie era una agradable compañía.

Le advirtió que, si escuchaba que alguien llegaba, se tumbara en la cama y fingiera dormir o estar en estado catatónico.

-¿Qué es estar en estado catatónico, Paul?- le había preguntado.

-Es como estar durmiendo con los ojos abiertos.

Paul tenía que hacer algunas rondas para verificar que nadie necesitara ayuda. Hacía unas tres rondas al día, y lo más normal era que no sucediera nada. Prefería estar en el cuarto de enfermería, le amedrentaba estar fuera de él, caminar por los silenciosos pasillos de la escuela, como si estuviese vacío, como si no hubiese niños sentados en butacas dentro de salones, permaneciendo en lo que parecía estado catatónico.

Los adultos eran peores, sus rostros no reflejaban emoción alguna. Era como ver a un muerto poder caminar, hablar, realizar acciones. Sus ojos permanecían perdidos, como si vagaran en un espacio infinito. Entre menos los viera mejor. Pocas veces llegaba alguien diciendo con fingida voz preocupada que un niño estaba sangrando de la nariz o se había desmayado por el calor. Cuando se trataba de la enfermedad, no le decían nada.

Pero se iría. Lo más probable es que fuera el día siguiente. Sería sábado, de modo que nadie sospecharía porque no tendría que ir al trabajo. Y nadie lo notaría porque Paul no salía de su apartamento en el tercer piso de un viejo edificio a menos que fuera para ir al centro comercial. Se iría al día siguiente, pasaría por la casa de Ellie, verificaría que todo estuviera bien y luego se iría partiendo desde la carretera. No sabía a dónde llevaba aquella carretera, pero cualquier lugar era mejor que ese pueblo maldito y moribundo.

Estaba sentado en una silla, perdido en sus pensamientos. Ellie jugaba con una pequeña pelota. Rebotaba contra el suelo y la atrapaba con la mano. Rebotaba y la atrapaba. Rebotaba y la atrapaba. El patrón se repetía una y otra vez, y era reconfortante para Paul, le hacía pensar más.

Ellie también pensaba. Pensaba en cosas como en qué haría esa tarde, qué comería, si las ratas seguían en el sótano, qué haría Spayk en esos momentos, en qué haría su madre y en qué pasaría esa noche, en caso de que algo pasara. <<Pasará, algo pasará, no lo dudes>> se decía.

Rebotaba y la atrapaba.

El lugar estaba en completo silencio, a lo lejos, se escuchaban las típicas pisadas y algunos murmullos, pero nada fuera de eso. Disfrutaban del silencio, de la tranquilidad, aunque resultaba un tanto inquietante.

Rebotaba y la atrapaba.

-¿Cuánto falta?

-Quince minutos.

Quince minutos. Quince minutos y se largaría de ese pueblo por dos días. Una pregunta inquietante la asaltaba, ¿regresaría? ¿Despertaría al día siguiente? <<Claro, ¿porqué no?>> Algunos pensamientos inquietantes respondieron a su pregunta. Pensamientos de su sueño. Del monstruo con forma de hombre. Sangre. Algo oscuro. La sangre se derramaría sobre el suelo, había dicho, ¿qué significaba?

-Paul, ¿hay algún bosque cerca de aquí? ¿En este pueblo o en sus límites?

-Sí. En el otro extremo. Es un bosque largo que rodea gran parte del pueblo, pero en 1988...

-¿Qué pasó en 1988?

-Es mejor que no lo sepas.

-Por favor, Paul. Puedo soportarlo. ¿Qué pasó en 1988?

-No fue una cosa que pasó en 1988. Fueron muchas. Muchas. Y todas afectaron de alguna forma a este pueblo. Es difícil enumerar todas, porque no lo recuerdo a la perfección.

-¿Estaba en el pueblo cuando pasaron?

-Sí. No las presencié todas personalmente, sólo las que sucedieron en forma general.

-¿Cuáles?

-El diluvio fue, quizá, lo de mayor importancia.

-¿Diluvio?- preguntó con extrañeza.

-Sí. Le llamamos así porque duró toda una semana. No amainó en ese transcurso.

-¿No se detuvo por una semana?- preguntó Ellie, sorprendida.

-Exacto. No se detuvo. Aumentaba, a veces disminuía, pero muy poco. Afectó mucho al pueblo. Se inundaron casas y edificios, incluido el centro comercial. Recuerdo que en el bar decíamos que sacaran las biblias del sótano porque el Señor ya venía- sonrió con nostalgia-. En ese tiempo Amity era un pueblo pintoresco, bueno, agradable. Sus habitantes eran buenas personas, a falta de una mejor palabra. Los días eran de felicidad, los negocios abrían siempre y se respiraba con tranquilidad- hablaba con mucha nostalgia, y su voz se cortaba-. Eran buenos tiempos, tiempos en los que entrabas al bar y platicabas por horas con los viejos del pueblo y con los amigos. Tiempos en los que disfrutabas de una buena cerveza en un atardecer- sus ojos brillaban, una lágrima se asomaba, deslizándose por su mejilla-. No sé cuándo este pueblo se pudrió. La enfermedad comenzó después, y se fue esparciendo con gran rapidez. Ya no podías ir al bar, porque era posible que te contagiaras. Creo que no se ha demostrado que sea contagioso, pero siempre existió la probabilidad. La gente del pueblo cambió, ya no eran los tipos agradables de siempre, eran... eran... peligrosos. ¿Sabes, Ellie? En las noches, antes de dormir, me siento en mi cama y veo a través de la ventana lo que puedo ver del pueblo, y pienso: ¿cuándo dejó de ser el pueblo en que yo vivía feliz? ¿Cuándo se terminaron las risas y los buenos momentos, y los suplantaron los llantos y las tragedias? A veces creo que se trata de una pesadilla, que despertaré en mi cama, un día de 1988, y mi esposa me dirá: <<Joder, Paul, has dormido como un tronco, el desayuno está listo>> - su voz se quebró, y las lágrimas comenzaron a salir en aumento-. Pero no pasará, cada día me convenzo más de ello. A veces sueño con ella, sueño que me dice: <<Tranquilo, Paul, estoy viva, estoy bien, no me ha dado la enfermedad, se equivocaron>>.

No pudo seguir, comenzó a llorar, secando las lágrimas con la mano. Ellie dejó de rebotar y atrapar la pelota, se levantó y abrazo a Paul. Este la abrazó de igual forma.

-¿Cuánto falta?- le preguntó Ellie en un susurro.

-Nada. Ya puedes irte.

Se separó de Paul.

-¿No olvidarás ir?

-No, no lo haré.

-Gracias, Paul. ¿Me puedo llevar la pelota?

Paul asintió.

Salió del cuarto de enfermería, con la pelota en la mano.

Rebotaba y la atrapaba. Rebotaba y la atrapaba.

El Visitante OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora