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Paul, 3:20

Se despertó al borde del grito después de un sueño horrible. Un sueño que recordó en los primeros minutos después de despertar, pero que terminaría olvidando al cabo de las horas. Se descubrió sentado en la misma silla, al lado de la ventana. Vio por esta y la encontró completamente vacía de cualquier forma de vida. Recordaba vagamente que allí había visto algo, algo sospechoso, pero no pudo recordar qué y terminó suponiendo que no se trataba de nada importante.

En el sueño había un árbol, un árbol viejo que caía, y de él salía algo oscuro que se difuminaba en el aire. También había un lugar en penumbra y recordaba haber visto y escuchado ratas. Una bombilla pendía del techo y había un olor desagradable. Luego, estaba fuera de una casa, una casa grande de dos plantas y de madera, y frente a él estaba Rose, su esposa, con el cráneo destrozado y el cuerpo manchado en sangre. Paul pensó que le reprocharía haberla matado, que le diría que era un monstruo y que merecía morir, pero lo que dijo fue distinto, lo dijo con la voz que tenía cuando él la había conocido, con la voz más hermosa que había escuchado. Rose levantaba la mano y señalaba con el dedo índice la casa, y le decía algo sobre la niña que había conocido el día anterior y sobre otras dos mujeres cuya existencia desconocía. Le decía que tenía que llegar allí lo antes posible, que el tiempo era muy poco y que si no se daba prisa llegaría demasiado tarde. Después, la sangre bañó todo el cuerpo de su esposa y se redujo a cenizas.

Había sido un sueño extraño sin duda, pero Paul lo vinculaba como algo verdadero. Casi había olvidado a Ellie y que tenía que llegar a esa casa para el amanecer, pero aún faltaba para el alba, pensó después de consultar el reloj. Sin embargo, Rose le había dicho que tenía que llegar pronto o sería demasiado tarde. Porque Ellie le había dicho que sentía que algo malo pasaría, y Paul le creía, aunque no quisiera, él también creía que algo pasaría. Miró nuevamente hacia la calle, y ésta seguía vacía. Se levantó, sintiendo un dolor en la espalda y en el trasero, pero ya se estaba acostumbrando. Caminó hacia la cama y levantó el colchón, recogiendo debajo de éste un sobre de papel en el que guardaba todos sus ahorros. Lo miró y lo guardó en su bolsillo trasero.

<<Me largo, me largo de este pueblo de mierda para siempre>>, pensó. Dirigió su vista hacia una mesita de noche que tenía al lado de la cama y cogió una llave que estaba al lado de una botella de vino casi vacía. Levantó la botella y miró su contenido, que era poco, y luego de dudar, se lo bebió de un trago. Guardó la llave en el bolsillo y tiró la botella al suelo, donde esperaba que se hiciera trizas, pero no fue así. Pensaba en aquella niña, en Ellie, diciéndose que esa persona era quizá la última que le importaría en el resto de su vida. No sabía exactamente lo que estaba pasando, sólo sabía que era algo malo, que estaba en peligro y muy posiblemente, al borde de la muerte. <<No, no es posible, no es más que una niña>>, pensó, pero al instante recordó a todos aquellos niños que habían muerto tras la enfermedad, o los que incluso, teniendo apenas menos de quince años, se habían llegado a suicidar. Sí, era posible, era muy posible, porque era Amity, un lugar que se estaba pudriendo junto a sus habitantes, pero él sería la excepción porque se largaba, se largaba para siempre.

Se agachó y palpó el suelo de madera debajo de la cama en busca de... finalmente, su mano tocó algo frío. Paul comenzó a atraerla hacia él al principio con los dedos para después cogerla con la mano. La miró por un momento. ¿Cuánto tiempo estaba allí? No podía estar desde que él la utilizara por última vez, porque de eso hacía mucho tiempo. De eso ya hacía cinco años. Se levantó, sintiendo cómo algunos huesos tronaban dentro de él, haciendo una mueca de dolor. <<Me estoy haciendo viejo>>, se le ocurrió, mientras sonreía. ¿Por qué sonreía?, se preguntó. En una situación como aquella, sonreír es lo último que se hace. No lo sabía, simplemente lo hizo y esa respuesta fue suficiente para él. Caminó hacia la puerta, y esta vez no ignoró la mancha de sangre, sino que la miró y sintió el deseo de inclinarse a tocarlo, mas no lo hizo porque no quería otro dolor de huesos. <<Ella lo quería, no quería sufrir más. Yo... yo solamente la ayudé porque ella sabía que no sería capaz de tirar del gatillo. Creo que fue lo mejor, pero habría sido mejor si después de efectuar ese disparo me habría matado también, porque duele, duele mucho>>, pensó Paul. Abrió la puerta y antes de cerrarla vio por última vez el lugar, sintiendo un dolor dentro de él porque dejaba el lugar donde había sido feliz pero también sintiendo alegría porque ese lugar había dejado de significar felicidad desde hacía mucho tiempo. Miró la mancha de sangre, la cama donde hacía apenas algunos años habían estado ambos, la silla en la que ella acostumbraba a mirar hacia la ventana por las mañanas, las tardes y las noches y donde él había adoptado la misma costumbre en un acto de mantener su recuerdo vivo. No soportó más el sentimiento de la nostalgia y cerró la puerta. <<Me voy, me voy de aquí para siempre, no sé hacia dónde, pero creo que cualquier lugar es bueno. Adiós, Rose, y perdón por no ser tan fuerte como tú habrías querido, pero la verdad es que en serio te amo y no soporto estar en el lugar en donde compartimos tantos momentos de alegría y donde ahora sólo me acompaña el silencio y el recuerdo>>, pensó, bajando las escaleras del edificio para salir a la calle. Aquel edificio estaba casi vacío, y sabía que si se aventuraba a mirar dentro de algún apartamento sólo encontraría cadáveres colgados de una soga o con el cráneo destrozado.

Terminó de bajar las escaleras y abrió la puerta que daba a la calle. Un aire frío le recorrió el cuerpo. Volvió a mirar de un lado a otro, pero la calle seguía tan vacía como siempre. Caminó hacia la esquina de la calle, en la misma dirección en que había caminado hacía algunas horas Deán, pero Paul no pensó en esto porque no recordaba nada de él. Miró su mano y se percató de que seguía sosteniendo la pistola y se preguntó qué pensaría una persona si lo miraba en esa posición, pero descartó que no pensaría nada extraño porque alguien con un arma en ese pueblo era tan normal como alguien con zapatos. Llegó a la esquina, jugueteando con la llave dentro del bolsillo de su pantalón, y vio ante sí su viejo Buick, que había comprado junto a Rose cuando recién comenzaron a vivir juntos. Desde la muerte de ella, nunca lo había utilizado, siempre prefería caminar hacia cualquier lugar al que iba. Pero esa vez tenía que entrar en él porque se largaba de ese pueblo y era el único medio de transporte que tenía. Sacó la llave de su bolsillo y la introdujo en la puerta del automóvil, quitando el seguro a la puerta. Quitó la llave y dudó por un momento en abrirla; no sabía si soportaría el golpe del recuerdo, si sería capaz de aguantar tal tortura. Pensaba que no importaba, si no lo soportaba simplemente lloraría y después, cuando hubiera recuperado las fuerzas suficientes, emprendería el viaje. Abrió la puerta y entró en el Buick porque sabía que no tenía mucho tiempo, porque si tenía que soportar el dolor de la nostalgia era mejor no postergarlo y porque el frío le helaba los huesos. Cerró la puerta y suspiró, mirando hacia el frente con las manos en el volante. No quería mirar hacia ningún lado porque todo allí era recuerdo y cada recuerdo sería como un disparo para él.

Introdujo la llave y encendió el Buick, escuchando cómo el auto se quejaba antes de encender bien. Rezó para que no se apagara después, porque esa vez era importante. El auto encendió y pareció que estaba bien. Cuando Paul comenzaba a conducir, miró hacia abajo y el recuerdo fue como un puñetazo en la entrepierna. Allí, en el lugar donde normalmente se deja algunos objetos o basura, frente a la palanca, estaba un cigarrillo, un cigarrillo manchado de lápiz labial. El último cigarrillo que había fumado Rose. Paul apagó el Buick, recostó la cabeza en el asiento y rompió a llorar.

Cuando finalizó, después de algunos minutos, encendió nuevamente el automóvil y emprendió el viaje hacia la casa de los Dinsmouth. No sabía por qué, pero no tuvo problemas en el camino. Era como si conociera la forma de llegar de memoria, y de alguna forma, era así.

En el camino, tarareó una vieja canción: Hey Jude. 

El Visitante OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora