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Finalmente, después de más de una hora, decidieron que era suficiente. Al menos, de momento. Se levantaron y acordaron que dejar allí a Ellie sería una mala decisión. Algo por lo que nunca se perdonarían. Margot recordaba que su hermana, hacía unos años, había dicho que el sótano era el lugar que más le aterraba. Y sintió un nudo en la garganta al descubrir que allí había sido su tumba. Entre los dos subieron el cuerpo, que no era muy pesado, hasta llevarlo fuera de la casa. Al salir, miraron que el sol comenzaba a salir y que la lluvia había cesado por completo. Dejaron el cuerpo en el suelo, y Paul preguntó:

-¿Tienen palas?

-Sí, en la bodega. La puerta al lado del sótano- respondió Margot con voz apagada.

Paul asintió y entró a la casa por el objeto. Regresó con dos palas y le preguntó a Margot si le apetecía ayudar. Ella asintió. Entre los dos lograron hacer un hueco en la tierra, a pocos metros de la casa. Tardaron casi una hora. Cuando finalizaron, volvieron a coger el cuerpo de Ellie. Margot miraba los ojos muertos de su hermana, sabiendo que sería la última vez que los vería. Dejaron el cuerpo en el hueco con delicadeza. Después de vacilar por unos momentos, resistiendo el impulso de volver a soltarse a llorar, cogieron las palas y rellenaron el hueco. Sintieron punzadas de dolor al ver cómo poco a poco el cuerpo de la niña era ofuscado por la tierra. Pero era algo necesario. Era mejor que dejarlo en el sótano, con las ratas carcomiendo su piel. La chica recordó que una de las razones por las que Ellie odiaba el sótano eran las ratas. Volvió a pensar que se hubiera odiado para siempre si hubiera dejado allí el cadáver. Terminaron de rellenar el hoyo, y Paul preguntó, con voz grave pero amable:

-¿Quieres que también enterremos a tu madre?

Margot recordó cómo estaba su madre. Su cabeza estaba irreconocible, completamente destrozada. Pensó que no podría soportar cargar con el cuerpo, que terminaría vomitando hasta que no quedara nada dentro de ella y después se desmayaría. Sin embargo, volvió a decirse que tampoco podía dejarla allí, no podía dejar a su madre tendida en el suelo de la sala de estar, dejando que las moscas se arremolinaran sobre sus huesos. Así que, con voz un poco más viva, respondió:

-Sí. Será más difícil, pero no puedo dejarla allí.

Paul asintió y volvieron a cavar otro hueco, al lado del de Ellie. Tardaron casi otra hora. Cuando finalizaron, entraron a la casa y se dispusieron a sacar el cadáver de Rachel. Margot no se equivocó en el hecho de que vomitaría. Al levantar el cuerpo por primera vez y ver la sangre, los huesos, la carne, el sonido de las moscas y el olor a metal, no lo soportó y vomitó en el suelo. El vómito se mezcló con la carne y la sangre, y Margot, al verlo, volvió a vomitar. Paul también tenía el deseo de hacerlo, pero se resistía. Cuando llevaron el cuerpo hasta la puerta, el hombre emitió algunas arcadas, pero volvió a resistirse. Margot no pudo hacerlo y volvió a vomitar, esta vez en la tierra. Sacaron el cuerpo y cuando se acercaban al hueco, Paul no lo resistió más, hizo un ademán de bajar el cadáver y cuando lo hicieron, vomitó en la tierra. Cuando se relajó un poco, volvieron a la tarea y dejaron el cuerpo en el hoyo, pero no con tanta delicadeza como con Ellie, porque Rachel pesaba más y despedía un olor desagradable. El cuerpo cayó en la tierra provocando un ruido sordo. Margot hizo un esfuerzo por contener los recuerdos, y rellenaron el hueco. Cuando terminaron, eran más de las nueve de la mañana.

-Bien, creo que hemos terminado. ¿Hay algo más que desees hacer antes de irnos?- preguntó Paul.

Margot miró la casa. La ventana de Ellie. La puerta destrozada. Las ventanas. Sintió un golpe de nostalgia, pero lo pudo reprimir con éxito. <<Irnos>>, pensó. Esa palabra le resultaba simplemente genial. Irnos. Sin duda, si algo quería hacer, era irse de allí.

-No. Es todo. Paul... gracias. De verdad- dijo Margot y lo miró a los ojos. A Margot le gustaron los ojos del hombre. Quiso sonreír, pero no pudo. Aún no.

-Pues bien. Es hora de irnos. Andando- dijo Paul, y miró las tumbas de Ellie y Rachel. <<Por el bien de todos>>, pensó. Sentía dolor, a pesar de que había conocido por muy corto tiempo a Ellie, había logrado llegar a quererla. No obstante, tenía que avanzar. Avanzar, porque quizá el futuro guardara algunas buenas sorpresas.

Caminaron hacia el coche, abrieron las puertas y entraron. Paul en el asiento del conductor y Margot en el del copiloto. Paul vio la caja de cigarrillos y el encendedor, y sonrió.

-No sabía que fumaras- dijo.

Margot enrojeció.

-Eh... sí... es decir, a veces. Lo siento- se disculpó, mientras se reprochaba el no haber guardado la cajetilla. ¿Cómo había podido ser tan estúpida?, se reprochaba.

-No tienes porqué disculparte. Has tenido una vida difícil en este lugar. ¿Gustas otro?- cuestionó, ofreciéndole la cajetilla. Margot miró en sus ojos, intentando ver si estaba mintiendo. Pero no. Cogió uno, se lo puso en la boca y Paul se lo encendió.

-Gracias- dijo después de dar la primera calada.

Paul suspiró, miró las tumbas nuevamente y encendió el auto, su viejo Buick. Dio marcha atrás y comenzó a alejarse de la casa, en dirección a la carretera, esquivando el Datsun rojo y una bolsa negra. Margot sintió el impulso de mirar atrás, de mirar atrás por última vez, mas no lo hizo. Así sería mejor. Así sería más fácil. El coche avanzó a una velocidad rápida hasta llegar a la carretera.

-¿Vamos al pueblo?- preguntó Margot, asustada. Lo menos que quería en esos momentos era ir allí. Ni en ese momento ni nunca.

-Para nada. Nos vamos de aquí, Margot. Lejos de aquí- dijo Paul, mirando hacia el frente, hacia el camino de asfalto.

-¿A dónde?- preguntó Margot, mirando por la ventana mientras daba otra calada al cigarrillo y el humo se disipaba en el aire.

-No lo sé. Aún no lo sé. Pero cualquier lugar es mejor que este- contestó, y observó a Margot. Ella también lo hizo. Sonrieron. <<Vaya que es hermosa>>, pensó el hombre.

Mientras conducía, Paul se preguntó qué era la vida. Pensaba que la vida era un gran camino de dolor con cortos intervalos de felicidad. Se preguntó si aún le quedaba algún intervalo de esos. Antes, habría respondido que no, que su felicidad había terminado y que el resto del camino era puro dolor y sufrimiento, y quizá así habría sido. Miró a Margot, sus ojos, su boca, su cabello. Y al verla, se dijo que estaba seguro de que aún le quedaba algún que otro intervalo.

Margot tiró el cigarrillo por la ventana y miró a Paul. Su rostro y su piel comenzaban a demacrarse por los años. Pero era atractivo, pensó ella. Se recostó en el asiento. Suspiró. Dejaba toda su vida atrás, en busca de algo mejor. Dolería, estaba segura. Al principio dolería, pero lo superaría. Lo superarían, pensó. Juntos. Dirigió su mano hacia la de Paul, y la posó sobre la de él. Paul unió su mano junto con la de ella.

Sí, aún les quedaban alguna que otra pizca de felicidad.

El Buick siguió avanzando por la carretera hasta perderse de la vista de Amity.

Apretaron sus manos con fuerza, mientras se alejaban del pueblo. Mientras se alejaban del pasado. Finalmente, Amity quedó lejos. Muy lejos. Y ninguno de los dos tenía pensado regresar.  

El Visitante OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora